Apenas me despierto
A mí me ocurre cada día, tal y como decía Chesterton que le pasaba a Dickens: que a la mañana siguiente de una noche de pesadilla me siento de nuevo lo suficientemente bien como para enfermar de nuevo y, así, inopinadamente, las ruedas de la gran factoría siguen marchando. Por las mañanas revivo de puro mal que me despierto y lentamente avanzo, mientras garrapateo, hacia un saludable optimismo que dura un suspiro. La amenaza puntualmente cumplida del dolor que llegará me asegura unas pocas horas de esparcimiento: horas de manga muy ancha, para entendernos. Pero la verdadera razón de este sobreponerse, más propio de sobrehumanos animales que de melancólicos seres lingüísticos, se debe en realidad a un hecho fortuito, y es que aprendí a madrugar apenas comencé a vivir en el campo, un saber que domino a la perfección como todo lo que se aprende a la pata la llana.