Por un tubo
Regreso de Londres. Han sido tres días de insólito calor húmedo; casi parecía Madagascar. Sólo la abundante población de origen indio sobrellevaba los rigores del sol con dignidad, muy tapaditos. He viajado por esta ciudad que cubre una extensión de unos ochenta kilómetros, como de aquí a Toledo, en interminables e intermitentes trayectos subterráneos; no había otra manera de manejarse con la ciudad bloqueada por triunfales desfiles en honor de los atletas paralímpicos. Sí, odio el metro y odio los desfiles, pero sobre todo detesto la buena conciencia.