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Cretinos de ayer y de hoy

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En una de las entradas del diario de Leonardo Sciascia titulado Negro sobre negro, que abarca desde finales de los años setenta hasta casi mediados los ochenta del pasado siglo –¡cómo me gusta eso del «pasado siglo», tan disuasorio para los amantes de la hermética actualidad!–, el escritor siciliano anota: «Ahora es difícil no encontrar un cretino que no sea inteligente y un inteligente que no sea cretino; pero los inteligentes nunca han abundado y, por tanto, siempre nos asalta una cierta melancolía, una cierta nostalgia cuando tropezamos con cretinos adulterados y sofisticados. ¡Oh, los estupendos cretinos de antes! Genuinos, integrales. Como el pan hecho en casa. Como el aceite y el vino de los campesinos».

Intento imaginarme en qué saco hubiera metido Sciascia a una tal Lorna Bliss, stripper de profesión y estos días concursante en un programa televisivo, de esos que llaman «experimentos sociológicos» y que son, en realidad, una manera más de adensar el tejido del tedio cotidiano y dar salida, sólo de vez en cuando y calculadamente, a la bestialidad más franca, para así despabilar a la amodorrada audiencia. La chica, y ahora viene lo bueno, ante el éxito y escándalo de un baile sicalíptico acometido en horario infantil, se ha hecho famosa. Y claro, ha empezado a hablar por esa bocaza. Hacer «declaraciones» a la prensa es la verdadera guinda del pastel de la fama; lo que en realidad buscan estos seres incomunicados e incomunicables.

No sin antes rascarse con el dedo meñique el lóbulo de la oreja, tal vez con la intención de dilatar el gran momento, coquetear abruptamente y hacerse la misteriosa, la cuitada se ha confesado: «Hay dos personas a las que quisiera conocer en este mundo: Dios y Britney Spears». Es decir, que quiere lo imposible, conocer a Dios y a un gitano, incomparables hasta hace bien poco. ¿Cretina adulterada o pura? ¿Cretina de antes o de ahora? Yo, con la debida cautela, añadiría una tercera categoría de cretinos: los «enormes», ésos cuyas aspiraciones cubren todo el espectro disponible porque se les ha dado voz, no sólo en la barra de un bar, un sitio razonablemente humano donde presumir, sino ante una cosa indiscernible y ávida que se llama «audiencia». Los picos de audiencia son como los picos de heroína, pero sin hierro, algo más viscoso y fungible; algo más confortable .Y, definitivamente, más moderno.

Tras esta aparente enormidad, sin embargo, he creído ver alguna inteligencia de pobre, de criatura desdichada en este anhelo desaforado, que en realidad no cuesta nada: ¡por pedir que no quede! En ese tú a tú con Dios y una estrella del star system, bien juntitos y revueltos, cabe el mundo entero y sus esperanzas más variadas. Desde la hipnótica zarza ardiendo hasta una pista de baile iluminada; desde san Juan de la Cruz a Walter Benjamin, desde Tiziano a Dan Flavin. Sólo un requisito parece imprescindible: que los dos extremos del deseo compartan naturaleza lumínica, sean lenguas de fuego o focos; fulgurantes versos o colocones de hachís; vivísimas pinceladas o modestos neones. Carne y uña, Dios y Britney, se me presentan de repente como algo más llevadero, y Lorna, ahora que lo pienso, de una inteligencia deslumbrante.

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