Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Ser o no ser la señora Bovary

«Una buena frase de prosa ha de ser como un buen verso: inalterable», decía Flaubert –y quizá tras ello se le ocurría que lo inalterable crea una soldadura entre forma y contenido de la que se desprende su condición intraducible–. Con esa sentencia vigilando su espalda, la traductora María Teresa Gallego ha tenido que hacerle frente al original de La señora Bovary. Habérselas con un texto que ha recibido el refrendo del recitado en voz alta, del estricto aquilatado de comas y guiones, y de la persecución de la rima interna en treinta líneas a la redonda sin duda exige valor y entrega. Pero, hoy, un traductor no dispone de cinco años para ocuparse de una novela tirando a corta como ésta, así que ha de poner ágil genio de oficio allí donde las musas se mostraron pacientemente minuciosas. Y andar con rápido y elástico paso de equilibrista sobre el hilo del estilo. 

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El aborto del abismo

Probablemente fue la generación que hizo la Transición la responsable de propinar los martillazos definitivos al último clavo del ataúd de Don Juan Tenorio. No me refiero al personaje, considerado con razón por Ian Watt como uno de los grandes mitos del individualismo moderno (al mismo nivel que Don Quijote, Robinson Crusoe o Fausto), que fue conformándose a partir de tradiciones que cristalizan en El burlador de Sevilla (1630; atribuido a Tirso de Molina), y cuya peripecia cultural se prolonga hasta nuestros días a través de una abigarrada progenie de libertinos de toda laya. Me refiero a su solemne representación estacional en los escenarios principales de nuestras ciudades, como imprescindible tradición vinculada a la festividad de Todos los Santos.

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Por Saigón con Darwin a cuestas (II)

Usar la moto en Saigón es una decisión ontogénica, es decir, se refiere a la adaptación de un organismo individual a su medio. Pero el tráfico en la ciudad no es sólo cosa de particulares. También afecta a la filogénesis o desarrollo evolutivo de las poblaciones. Los individuos formamos parte de ellas y, por tanto, las poblaciones compiten entre sí por recursos escasos en un medio ecológico que no han elegido libremente. En el caso de Saigón, la especie moto pugna con otras: camiones, autobuses, coches, ciclistas y peatones. Todas ellas se disputan espacios viarios muy limitados, al tiempo que tratan de imponerse a las demás y, eventualmente, de amoldarlas a sus necesidades. Por ahora, las motos ganan. Y así confirman las expectativas de Darwin de que algunos miembros de una población pueden hallar formas de adaptarse al medio con cambios que potencian su capacidad reproductiva. A la larga, esos cambios ontogénicos generan la aparición de nuevas poblaciones.

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Casas que nunca fueron nuestras

Desde la primavera –que en el levante español es tan colorista y embriagadora que parece darte la bienvenida a ti en especial y, en cada nueva ocasión, como si quisiera atraer y cautivar de uno en uno a todo ingenuo e ignorante que se le viene al paso– de 1994 hasta el otoño de 2004 viví en casas de campo, alquiladas por muy poco dinero y con mucha alegre incompetencia, junto a mi marido y nuestros perros. Él iba y venía a Madrid para dar sus clases y yo permanecía allí por afán contemplativo y porque tenía un trabajo que no necesitaba mi presencia en la ciudad. Esto me enfrentó a largos períodos de soledad, pero ahora no los recuerdo tristes, sino gozosos, aunque con toda certeza tuvieron que tener sus momentos de desconsuelo, ¡faltaría más! Madrid, donde vivíamos casi sin pensar, se vació dramáticamente de amigos a principios de los noventa. Volvías a los bares habituales y la barra estaba desierta.

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