
Ser o no ser la señora Bovary
«Una buena frase de prosa ha de ser como un buen verso: inalterable», decía Flaubert –y quizá tras ello se le ocurría que lo inalterable crea una soldadura entre forma y contenido de la que se desprende su condición intraducible–. Con esa sentencia vigilando su espalda, la traductora María Teresa Gallego ha tenido que hacerle frente al original de La señora Bovary. Habérselas con un texto que ha recibido el refrendo del recitado en voz alta, del estricto aquilatado de comas y guiones, y de la persecución de la rima interna en treinta líneas a la redonda sin duda exige valor y entrega. Pero, hoy, un traductor no dispone de cinco años para ocuparse de una novela tirando a corta como ésta, así que ha de poner ágil genio de oficio allí donde las musas se mostraron pacientemente minuciosas. Y andar con rápido y elástico paso de equilibrista sobre el hilo del estilo.