Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Delmira, genio y figura

La página inicial del libro define muchas cosas. Me refiero a la página 9, de palabras liminares. En ella se citan versos de Delmira, pero encorsetados por el ordenador: la primera palabra del tercer verso, por mor del formato computadorizado, sirve para terminar el segundo. ¡Al carajo los alejandrinos en el altar de Macintosh y de IBM! Esto, que quede claro, no es imputable al autor. Pero luego viene una cita del indefenso Borges: «Más interesante aun» (sic) «que el empeño de abreviar o extender el tiempo es el de barajar el pasado y el porvenir». Con la cual cita el autor se autoextiende una patente de corso para circular por el espacio-tiempo en alas del azar de su inspiración.

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Sin muro, pero sí lamentaciones

Según mis anotaciones, comencé a leer Ein weites Feld el 3 de agosto de 1995. Para quienes nacimos a un tiro de piedra del Puerto de Palos, esa fecha, 3 de agosto, sugiere irremisiblemente la idea de un viaje descubridor. El Almirante de la Mar Océana iba a ser en este caso Günter Grass, muchas millas marinas (773 páginas de densa tipografía) quedaban a proa. Pero me embarqué con gusto en la aventura, y muy poco después me redescubrí en lontananza; me volví a ver un día de febrero de 1990, encaramado al Muro de Berlín en la mismísima Puerta de Brandeburgo, sonriente y creyendo que la pesadilla había terminado. El Almirante me guiñó el ojo desde las páginas de

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Los secretos de hermutismo

Maqroll, ya lo sabemos, es un perdedor. Pero llevémonos la mano al corazón antes de contestar a esta pregunta: ¿Por qué es Maqroll un perdedor? Si alguien lo investiga de una manera endogámica, adentrándose en la saga que le dedica Álvaro Mutis, la cosa resulta muy clara: todo lo que emprende Maqroll está condenado al fracaso. Todo, sí…, excepto la saga que Mutis le dedica. El triunfo de Maqroll no acontece en su propia vida, cuyas peripecias han sido predestinadas al fracaso por el autor de la saga. El triunfo de Maqroll sucede fuera de esa su propia vida de ficción, es más: creo poder afirmar que si no fuera un fracasado, jamás hubiese obtenido esa victoria clamorosa con la

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Carvalho, nunca más

¡Pobre Carvalho, tan lejos de Philip Marlowe y tan cerca de Mortadelo y Filemón! Hace ya bastantes años, después de acabar a fuer de puro masoca Asesinato en el Comité Central decidí no volver a perder el tiempo con la saga clónica que Carvalho protagoniza. Reincido ahora al cabo de 16 títulos, y la verdad es que podría resumir mi lectura con la exclamación que abre estas líneas. Hasta en los detalles, que Carvalho (es decir, Vázquez Montalbán) tanto cuida en las sofisticadas recetas de cocina y algo menos en la elección de las marcas de güisqui –¡oh manes del Lagavulin, no Langavulin, de 16 años! (pág. 301)–, hasta en los detalles, repito, los mismos desbarres que recuerdan aquella Polizei

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Fresa y chocolate (con churros)

El protagonista de esta narración es un teniente de la policía cubana (Central, Departamento de Homicidios), llamado Mario Conde y que se encuentra suspendido en el ejercicio de sus funciones a causa de una bronca con un compañero. Pero sigue gozando de la protección y el afecto del mayor Rangel, jefe del departamento, quien logra que le asignen la investigación de un crimen de esperpento. El del travesti Alexis Arayán, estrangulado en el bosque de La Habana y al que su asesino le introdujo dos monedas en el ano: post mortem, desde luego. El crimen se comete el 6 de agosto, fecha que en el Gotha sacro –me refiero al santoral de la Iglesia católica– recuerda la dizque transfiguración de

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El escritor sí tiene quien le ordena

«Como si ya estuviera muerto», dizque le dijo Gabriel García Márquez a Dasso Saldívar cuando éste le anunció que iba a escribir su biografía. Lo que G. G. M. no pudo sospechar es que D. S. la haría como si ya estuviese disecado. Después de embotellarse uno las seiscientas once páginas del libro (incluyo hasta los índices, pues menda es lector omnívoro), la impresión que resta es la de que el autor domina su materia a la perfección y ha invertido, de veras, una incansable energía en el acopio de datos. Pero al mismo tiempo, el resultado final suena como la demostración del argumento ontológico de la existencia de Dios según san Anselmo. Yendo a cierta altura del volumen, uno

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Miau…

Érase una vez una gaviota llamada Kengah, que sumergió el pico en las aguas del Mar del Norte para atrapar un arenque y no escuchó por ello el graznido de alarma de sus compañeras, y así fue que se convirtió en víctima de cualquiera de las muchas mareas negras que asuelan aquellas latitudes. Agotando sus ultimísimas fuerzas, consigue llegar hasta un balcón de una casa de Hamburgo donde reposa un gato, Zorbas, único habitante de la vivienda a causa de las vacaciones de sus dueños. Antes de morir, Kengah logra poner un huevo y le hace prometer a Zorbas tres cosas: que no se comerá el huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que lo enseñará a

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