Ricardo Bada Página 2
Gracias a la exhaustiva hermenéutica y al infalible instinto lírico de Luis Miguel Aguilar (Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas, poemario admirable donde los haya) sabemos que en esa epopeya «una vez es Patroclo / varón igual a un dios», y que «dos veces, dos, dos veces es Paris / –el playboy Paris– / el de más hermosa figura», y que «Iris es tres veces la de pies rápidos como el huracán», y que «Aurora / es cuatro veces / la de azafranado vuelo», y que «cinco años tiene un buey / rico de tan gordo / la única vez que en la Ilíada / se menciona la edad / de un animal sacrificado», y que «seis veces
Comenzaré confesando que al cabo de las cien primeras páginas del primero de estos libros, de más de quinientas cincuenta, tomé la decisión de autoextraditarme a un mundo raro donde nunca hubiera leído ni sabido nada de Cabrera Infante. Mi decisión era, justo para no prejuiciarme, continuar leyéndolo en el más absoluto vacío. Fue en vano, claro está. Pero al menos tuve la idea e intenté su praxis. Debo seguir diciendo, pues, que el rey está desnudo. Y que no es culpa suya, sino de quienes lo han presentado al público en semejante desamparo. Hablando en cristiano: Cuerpos divinos se publica póstumamente por un motivo extraliterario, y ese motivo es, ¡oh patoja paradoja!, que el libro lo firma Cabrera Infante.
En la contracubierta de este libro se lee: «Si Giovanna Rivero fuera una escritora mexicana, hace tiempo que estaría publicando en alguna una [sic] de las editoriales españolas más consolidadas y conocidas; si una argentina, ya habría ganado un par de premios importantes y habría sido traducida al francés o al alemán». Este es un argumento que conozco bien porque yo mismo lo he empleado al hablar de la obra gráfica del costarricense Francisco Amighetti, por ejemplo. Pero, como todo futurible, es un arma de doble filo. Porque si dice la verdad, no hace otra cosa que documentar la impotencia. Pero si no da en la diana, es vana retórica de contracubierta. Y este pudiera ser el caso con la
A Nicolás Gómez Dávila (NGD) lo conocí allá por 1987, a través de un empleado en la oficina postal de la emisora alemana donde me desempeñaba como redactor. Herr Klemenzki, un hombre joven, era muy dado a la lectura y me pedía con frecuencia que le recomendase libros, así es que entablamos una excelente relación. Un día quiso saber mi opinión sobre Gómez Dávila, un pensador colombiano, y le dije la pura verdad: que no lo conocía en absoluto. Se extrañó bastante, pero fue para él una bienvenida ocasión de desquitarse por su descubrimiento de La muerte de Virgilio, de Broch, gracias a que yo se la sugerí con un entusiasmo que resultó contagioso. Y al día siguiente me trajo
Este libro es el fruto de una comisión del Fondo de Población (sea ello lo que fuere) de la ONU, para «contar historias de jóvenes migrantes –o de jóvenes cuyas vidas han sido atravesadas [sic] por la migración de alguna forma». Incluye las transcripciones de relatos autobiográficos grabados en Moldavia, Liberia, Marruecos, El Salvador, Argelia, Costa de Marfil, Burkina Fasso, Zambia y Kenia, así como también el diario de viaje pergeñado por Martín Caparrós durante su periplo. Pero no le añade un adarme a su justificada fama como cronista, más bien se lo resta. Es repetitivo de sobra en su mecanismo, y usa y abusa del recurso retórico del «digo» corrector, por lo general en la forma «O si no,
Este es el tercer libro que leo de Rodrigo Rey Rosa, y cada vez me gusta más cómo escribe. El primero fue Piedras encantadas, que me atrapó por su manera atípica de narrar y la gran precisión de su lenguaje, para nada necesitado de adornos. Vino luego Caballeriza, que tiene el encanto de una partida de ajedrez de Paul Morphy, maestro inalcanzado en el juego de los caballos. Y ahora El material humano. En este libro el trasfondo histórico, real, de la narración, es la guerra civil que asoló Guatemala durante cuatro décadas con un saldo inmediato de casi doscientas mil víctimas, contando los desaparecidos (cuarenta y cinco mil) y los «ejecutados». El saldo mediato, que sigue hasta la fecha,
El primer problema que plantea este libro, en cuanto que materia para leer, es cómo hacerlo. Al detenerme a pensarlo, algún diablo cojuelo me sugirió que Papeles inesperados, como Rayuela, es en realidad dos libros: uno puede leerse de manera fama, y el otro de manera cronopia. Elegí la que ya se imaginan (por muy poquita imaginación que tengan), y como primera providencia le adjudiqué el número 1 al texto de contraportada, el 2 al del prólogo de Carles Álvarez, y así sucesivamente, hasta el 112, el poema «Viela». La segunda providencia fue establecer un tablero de dirección que reprodujese el de Rayuela, pero suprimiendo –como es lógico– los capítulos 113 a 155, y sin jugarle al lector de mi
Anne Holt (1958) fue ministro de Justicia en Noruega con treinta y ocho años; Sergio Ramírez (1942), vicepresidente de Nicaragua a los cuarenta y dos. Apenas salió del gobierno, Anne Holt publicó en 1997 una policíaca, El signo de Leo, sobre la enigmática muerte de la primera ministra en su despacho oficial de Oslo. Fue el extraordinario arranque de una serie protagonizada por la comisaria Hanne Wilhelmsen. Por su parte, Sergio Ramírez, antes y después de su desempeño político, siempre se dedicó a la literatura, con éxito merecido. Pero aunque no esquivó nunca la cara violenta de la realidad de su país, e incluso le ha dedicado varias novelas a crímenes políticos y comunes, tengo entendido que esta última es
¿Por qué será que se editan tantas novelas prescindibles, cuando no lisa y llanamente malas, y en cambio casi no hay un solo libro de cuentos publicado que no sea bueno? ¿No deberían las editoriales repensar sus estrategias? Callejón con salida, de Elsa Osorio, hace que me vuelva a plantear ambas preguntas, y que me atreva de una vez a plantearlas en público. Se trata de una docena de narraciones, varias de las cuales reinciden en uno de los temas más dolorosos que nos legaron los tétricos asesinos Videla & Co.: la alienación legal de los niños de secuestrados y desaparecidos, entregándolos en adopción a familiares de secuestradores y desaparecedores, o a parejas estériles y cómplices. Elsa Osorio ya lo
De los dos libros que quiero dar cuenta, uno es novela, El jardín devastado, en tanto que el otro, Mentiras contagiosas, participa por igual de la ficción y del ensayo. Y mientras que el primero me dejó bastante frío, con el segundo entré en conexión enseguida y lo gocé a mis anchas. Comencemos, pues, entonces, por el Polo Norte y no por el Ecuador. En la contraportada de la novela campea un galimatías, a medio camino entre la boutade gratuita y la perogrullada más prescindible: «No hay crimen: los inocentes irán de cualquier modo al paraíso». Y en alguna parte leo lo que el propio Volpi declara haber querido en esta novela: «El narrador, al ver una foto de las
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