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Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar

LUIS SEPÚLVEDA

Tusquets, Barcelona, 1996

144 págs.

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Érase una vez una gaviota llamada Kengah, que sumergió el pico en las aguas del Mar del Norte para atrapar un arenque y no escuchó por ello el graznido de alarma de sus compañeras, y así fue que se convirtió en víctima de cualquiera de las muchas mareas negras que asuelan aquellas latitudes. Agotando sus ultimísimas fuerzas, consigue llegar hasta un balcón de una casa de Hamburgo donde reposa un gato, Zorbas, único habitante de la vivienda a causa de las vacaciones de sus dueños. Antes de morir, Kengah logra poner un huevo y le hace prometer a Zorbas tres cosas: que no se comerá el huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que lo enseñará a volar (al pollito, no al huevo).

Kengah muere y Zorbas se aplica a cumplir su triple promesa. Para lo cual requiere la ayuda de cuatro congéneres: Colonello, Secretario, Sabelotodo y Barlovento, todos ellos –como él– gatos de puerto, es decir: felis catus portuensis, una especie zoológica ignorada por la nomenclatura de Linneo. Pero no sólo requiere Zorbas la ayuda de esos cuatro amigos: además tiene que defender a Afortunada (tal es el nombre con el que bautizan al pichón de gaviota) de las asechanzas de un mundo cruel y en el que otros gatos (seguro que no de puerto, aunque también viven en Hamburgo) y unas ratas (éstas sí de la raza rattus rattus portuensis, me juego la corbata de Armani que me regaló mi hija Rebeca) tratan de convertir a Afortunada en un ragú delicioso. Es más, en alas del cumplimiento de su triple promesa, Zorbas se ve obligado a romper un tabú gatuno de los más estrictos. Y no sigo contando porque sería atentar contra la natural expectativa del lector del libro.

Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar (el título cuenta más de lo que yo me atrevería a contar jamás) se subtitula Una novela para jóvenes de 8 a 88 años, subtítulo manido a fuerza de mal usado, pero que en este caso se justifica porque en el texto se encuentran expresiones tales como «poner patas a la obra», que es la que emplearían jóvenes de 88 años para contarle la historia a los de 8 años. Desde el punto de vista del lenguaje, se me hace que el autor ha confundido sin querer el culo con las témporas y ha querido codificar una semiótica pueril en la que, por ejemplo, un gato no le «dice» sino que le «maúlla» a sus interloc…, perdón, intermaulladores; y otras lindezas que peor es menemaullo. Como la congruencia absoluta sería un aburrimiento inevitable, los gatos de esta novela sí preguntan, gritan, piden, sugieren, repiten, increpan, saludan, ordenan, se quejan, indican, reclaman, insisten, reconocen, se excusan…, pero no dicen, nunca dicen. Como si maullando los gatos no pudieran decir; por mor de la que llamo semiótica pueril, se confunde el decir con el hablar. En cuanto a la narración en sí, ojalá no caiga jamás en manos de una crítica feminista. Las únicas apariciones femeninas en la novela son la gaviota víctima Kengah, la mamá gata de Zorbas y otra gata llamada Bubulina, además de –claro está– la presunta protagonista, cuyo sexo se determina por métodos taxonómicos que me «güelen» a excesivamente antropomorfos. Pero sea. Y sea como fuere, todos los personajes femeninos, sin exceptuar ni a la propia Afortunada, son secundarios, y hasta superfluos dos de ellos. Mero adorno. Eso sí, a cambio, los cinco gatos son de un protagonismo subido. Machismo a la quinta potencia, diría la crítica feminista. De todos modos, y a pesar de lo que llevo dicho, es una hermosa historia que sospecho que hubiese ganado mucho si el autor no se hubiera obstinado en contarla a fortiori en un lenguaje artificial para niños, y si hubiese recordado la sabia enseñanza de los padres Homero y Valle-Inclán, de que basta una sola vez con los epítetos: Zorbas es demasiadas veces grande, negro y gordo. Sí, es una hermosa historia con algunos golpes del mejor humor, generalmente a cargo de Sabelotodo, el gato enciclopédico. Y un servidor de ustedes, que tuvo la fortuna de conocer al gran Zorbas original, en sus reales de Hamburgo, y hasta retratarse con él, reconoce y agradece el homenaje que le ha hecho el autor de tan hermosa historia. Pero cree, y lo dice a calzón quitado, que el homenaje no le hace honor a Zorbas. Para eso se necesitaría la pluma que escribió Un viejo que leía novelas de amor, y esa pluma (no precisamente de gaviota) parece estar embotada desde hace algún tiempo. Lo que aquí nos ofrece ahora no pasa de ser un lindo guión para una película de dibujos animados: y con más de un préstamo tomado a Tom y Jerry, sin ir más lejos.

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Ficha técnica

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