El 28 de mayo del año pasado a primera hora de la mañana un individuo de 51 años, Ryuichi Iwasaki, atacó con dos de esos famosos cuchillos japoneses de cortar pescado a un grupo de personas que esperaban el autobús escolar y mató a una niña de once años y al padre de otra, dejó un buen número de heridos y después se suicidó. Se difundió en seguida que se trataba de un hikikomori.
Una semanas después, el 18 de julio, otro individuo prendió fuego al famoso estudio de anime KyoAni en Kioto y mató a 35 personas. La noticia de este aterrador crimen recorrió el planeta: ¿cómo era posible algo así en el pacífico Japón, el país con uno de los mayores y mejores índices de seguridad del mundo, una sociedad que vive tranquila y se siente protegida? Quizá porque el reciente apuñalamiento en Kawasaki había puesto la figura del hikikomori en la mira de la opinión pública, se pensó inicialmente que era obra de otro, aunque finalmente se identificó al asesino como un individuo con rasgos en cierto modo similares pero no encajable del todo en la tipología. El Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar considera hikikomori a aquellas personas que han permanecido aisladas en sus domicilios durante seis meses consecutivos al menos, sin ir a lugares de trabajo o estudio ni relacionarse, en todo caso, más con que los familiares con quienes comparten la vivienda.