Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Delatores

La acusación reverberó unos instantes en el aire y prosiguió luego su camino a través de la atmósfera mortecina de la Sala Segunda, donde se careaban rehuyéndose las miradas José Barrionuevo y Ricardo García Damborenea, hasta ser oída en el último rincón del recinto: delator. Al día siguiente los medios de comunicación desplegaban todos sus instrumentos hermenéuticos, actualizados por los interminables microanálisis de cada uno de los avatares del «caso Marey». La imputación de delatar, que implica la de revelar «alguna cosa oculta y por lo común reprochable» (Diccionario de la RAE), ¿no supondría el reconocimiento inconsciente de la culpabilidad de quien la emitió? ¿No estaría Barrionuevo descubriendo de ese modo que el presunto delator habría dado en el clavo

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Pánicos morales

Desde comienzos de los años noventa, los «pánicos morales» (moral panics) se han convertido en un concepto clave de la moderna teoría sociológica. Los primeros en acuñarlo fueron, casi veinte años antes, los sociólogos británicos, que lo elaboraron a partir de investigaciones de sus colegas norteamericanos en torno a la conducta colectiva y la desviación social. No es de fácil definición. Un pánico moral puede ser descrito, quizás algo sumariamente, como un episodio, condición, persona o grupo que emerge repentinamente mostrándose como una amenaza para determinados intereses o valores sociales. Algo o alguien, no importa que ya existiera con anterioridad, que en un momento dado condensa tan precisamente temores o ansiedades colectivas, que se convierte en un nuevo liberador de

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La memoria hemipléjica

En la calle Castelló de Madrid, no muy lejos de una pintada que reza «comando Andalucía, la horca está vacía», puede leerse otra, mucho más lacónica y perfunctoria: ne travailler jamais. Está escrito de ese modo, en la lengua de Racine y transformando el imperativo original en un infinitivo puramente enunciativo y difuso, sin acepción de persona o número, pero no me di cuenta de ello hasta que la había dejado atrás en mi paseo. Lo cierto es que en nuestros tiempos la memoria tiende a hacerse hemipléjica, de manera que siempre es bueno que algo nos recuerde el pasado. No creo que lo anterior constituya un síntoma –al menos de modo absoluto– de lo que, recientemente, Roger-Pol Droit, escribiendo

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Acerca de lo intolerable de la intolerancia

Tomo la escena de mi best-seller favorito, en el que ya se dijo todo. Jefté, el bandido que ha llegado a ser rey de los gaaladitas, acaba de infligir una tremenda derrota a sus vecinos efrainitas, arrojándolos a la orilla opuesta del Jordán. Numerosos fugitivos efrateos acuden en desbandada a buscar refugio en el lado victorioso fingiendo pertenecer al pueblo que les ha sometido. Se impone distinguir a unos y otros, cerrar el paso al enemigo. A Jefté –que también es sabio: llegará a juez de Israel-se le ocurre una ingeniosa prueba lingüística para separar a unos de otros. Llegados a este punto, cedo la palabra a Casiodoro de la Reina, que lo va a explicar en mejor castellano. Entonces

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¿Tendrían la bondad de levantar la mano los lectores que practiquen el sexo oral, por favor?

Hace ya varios siglos (Mythologies, 1957), Roland Barthes, uno de nuestros Padres Fundadores, afirmaba que, puesto que el universo es infinitamente sugestivo, todo podía convertirse en mito. «Cada objeto del mundo», decía «puede pasar de una existencia cerrada, muda, a un estado oral, abierto a la apropiación de la sociedad». Un mito, explicaba también el viejo Barthes, es una representación que, al articular un sistema de significados coherentes, silencia otras posibles alternativas. Seguramente es a partir de este último sentido en el que hay que entender su apodíctica afirmación de que un mito es palabra despolitizada. Los ciudadanos estadounidenses han aprendido mucho de los mitos –y de su formación– en las últimas semanas. A ello han contribuido, desde luego, los

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Leyendo el horror Lenin y Stalin

Gran polémica en Francia con motivo de la publicación del impresionante (¿pero es ese el adjetivo adecuado?) Livre noir du communisme. Dos de sus colaboradores, Nicolas Werth y Jean-Louis Margolin, responsables de las secciones correspondientes al comunismo soviético y al asiático, no se han mostrado de acuerdo con la totalidad de opiniones que se vierten ni en el prefacio («Les crimes du communisme»), ni en las conclusiones («Pourquoi?») que Stéphane Courtois, otro de los autores, ha incluido en el enorme volumen, y en los que se establecen paralelismos con la práctica político-criminal del nazismo. Tampoco les ha gustado la faja publicitaria con que se distribuyó el libro y en la que se establecía una igualdad matemática entre el comunismo y

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Feliz no cumpleaños y otras cuestiones lógicas

Cuatro de julio de 1862. Una gloriosa tarde dorada y fragante desciende sobre las aguas del Isis, que es el nombre con que los oxonienses bautizan al Támesis a su paso por la vieja ciudad universitaria. Por el centro del río se desliza suavemente en dirección al puente de Godstow una barca con cinco figuras a bordo: dos adultos, vestidos de negro, y tres niñas con trajes de verano. Mientras uno de los mayores, el reverendo Duckworth, rema cansinamente, el otro, diácono y don de lógica y matemática en el cercano Christ Church College, que permanece muy derecho, «como si se hubiera tragado un atizador», desgrana un discurso ensimismado y delirante que secuestra totalmente la atención de las pequeñas y

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Todo es hermoso después y otras quejas (editoriales)

La transición es continua, como creía Bergson, y el estatuto del presente, especialmente en un tiempo que se nos antoja convulso e hiperacelerado, es tan volátil como incierto. El sentimiento de equilibrio precario aumenta y se globaliza por la cercanía mediáticamente amplificada de un nuevo milenio. Lo característico de esta generación, lo que nos une, es que todos somos fin de siglo. Lo prospectivo se prestigia. Desde la montaña tebana la Esfinge brama nuevas preguntas que resuenan por toda la tierra: qué va a pasar, cómo será lo que se nos viene encima. Los medios y los expertos tratan de responder a la cruel cantora con ingenio, como hizo Edipo, para intentar conjurar la angustia que esparció entre los hombres

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«Dianamanía»: significado y espectáculo

Casi en la prehistoria de nuestra posmodernidad, mucho, muchísimo antes de la Guerra del Golfo y de que los espectáculos globales de masas alcanzaran la relevancia social que han adquirido en las dos últimas décadas, Guy Debord escribía en La société du spectacle (1967): «El espectáculo se presenta a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad, y como instrumento de unificación». Y algo más adelante: «El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. Es más bien una Weltanschauung hecha efectiva, traducida materialmente. Es una visión del mundo que se ha objetivado». Fin de la cita. Después de años de Realpolitik y desconcierto en las filas de

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Lector, mi semejante, mi hermano

Desde hace un par de décadas, a medida que el campo de estudio de los historiadores se ampliaba de manera vertiginosa, la investigación acerca del pasado de la lectura adquiría definitiva carta de naturaleza. Como afirma Robert Darnton en un estupendo artículo«Historia de la lectura», recogido en Formas de hacer historia, editado por Peter Burke, Madrid, Alianza Editorial, 1993. Para hacerse una somera idea de algunos de los diferentes tratamientos que admite el estudio histórico de la lectura, ver también Guglielmo Cavallo, Libros, editores y público en el Mundo Antiguo (Alianza Editorial, Madrid, 1995), Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna (Alianza Editorial, Madrid, 1993), y la compilación de Armando Petrucci, Libros, editores y público en la

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Lo que queda del gran sueño

Veinte años después de su muerte, las cenizas de André Malraux reposan para siempre en el Panteón de los escogidos, tras ser conducidas a su última morada con la pompa y circunstancia con las que Francia acostumbra a pagar los servicios de sus hijos más insignes. Lejos de allí, en el bastante más pequeño burgués cementerio des Batignolles, reposan los restos mortales de André Breton. Sobre la losa, un epitafio extraído de su Introduction au discours sur le peu de réalité: «busco el oro del tiempo». Sus funerales, de los que acaban de cumplirse treinta años, fueron sencillos: un puñado de amigos y algunos jóvenes acompañaron a la comitiva hasta el camposanto: no hubo presencia oficial, no hubo oraciones ante

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