Manuel Rodríguez Rivero Página 3
Una tarde de 1908. La escena tiene lugar en un taller del Bateau-Lavoir, el inmueble de la empinada rue Ravignan, en Montmartre, que desde finales del siglo XIX alberga a una abigarrada población de artistas y literatos de la nueva bohemia.Algunos son extranjeros. Como Pablo Picasso, ya muy alejado del «realismo» representativo (Les demoiselles d´Avignon es de 1907) y que está inmerso en la tarea de inventar el cubismo analítico con su amigo Braque, «como dos montañeros atados juntos». El pintor malagueño es, precisamente, el organizador de un banquete-homenaje al que acuden figuras conocidas en los círculos de vanguardia: Guillaume Apollinaire y su «musa», la pintora Marie Laurencin, con quien el poeta está viviendo una relación tumultuosa, la escritora norteamericana
En este mismo instante, en rincones del mundo muy distantes entre sí, quizás al otro lado del tabique que separa la habitación en que usted está leyendo de la casa contigua, un hombre o una mujer mantiene la mirada fija en una moldura del techo mientras desgrana un discurso elaborado con fragmentos de su experiencia real o imaginaria. Quizás, en el más eficiente de los casos, se encuentre inmerso en la narración de su último sueño, ese «camino real» que, según el padre fundador, conduce directamente al corazón del inconsciente. Fuera de la vista del analizando, pero ocupando también un lugar en el escenario, el otro protagonista del drama –para los detractores del método, una farsa– deja flotar su atención
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