Ángel García Galiano Página 5
La excelente periodista Rosa Montero vuelve a probar suerte en el género narrativo, en esta ocasión auspiciada por los laureles del Premio Primavera de Narrativa, que un jurado compuesto por Ana María Matute, Francisco Nieva, Luis Mateo Díez, Ramón Pernas y Juan González Álvaro le ha concedido, así consta en la novela, por unanimidad. Digamos cuanto antes que La hija delcaníbal es un libro «popular», bien escrito, como corresponde a su autora, pero sin excesivas ambiciones literarias, redactado con el claro propósito de captar una serie de lectores poco exigentes, que no reparen demasiado en la inconsistencia estructural, en la obviedad casi vergonzosa de las «reflexiones» o en la sucesión de escenas inverosímiles con que se pretende construir una trama
Parece que en los últimos tiempos le han salido muchos epígonos a cierto tipo de literatura, llamémosla débil, que tanto ha prodigado modélicamente algún que otro expendedor dominical de moralina carmesí, consistente en confundir la vida (por supuesto en su sentido más emotivamente epidérmico) con la literatura (esto es, la transubstanciación iluminadora de la realidad mediante el lenguaje) y que basa toda su estrategia en la trituración de los sentimientos más superficiales, reiterados una y otra vez en busca de un público poco exigente que, al igual que antaño se emocionaba con los seriales radiofónicos presentados con el famoso marbete de «real como la vida misma», lo hace ahora, que somos todos más cultos y leídos, con estas pretenciosas insulseces
La primera novela de Fernando Luis Chivite, Los seres indefensos (Libertarias, 1994, Premio Ciudad de Barbastro de narrativa), anunciaba ya los talentos y carencias del, entonces, novel narrador: una mínima trama, tan confusa como inquietante, una galería de personajes «de paso», evanescentes, que salpicaban cada capítulo sin apenas dejar huella y, lo que es peor, un estilo fosco, en el que la prosa no discurre, no narra, se apelmaza, se coagula en el párrafo como un disco rayado. Pues bien, aquella turbia ofuscación no sólo no ha desaparecido sino que ahora en su segunda novela, La tapia amarilla, ni más ni menos que «galardonada» con el Premio de Narrativa Pío Baroja, se elige como explícita voluntad de estilo lo que
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