Poeta, novelista y ensayista, estudioso de la Biblia, la mística sufí, las tradiciones herméticas hebreas o la historia del Oriente Medio, en todos los trabajos de Mario Satz subyace la honda convicción, holística, de que el ser humano, como querían los filósofos neoplatónicos, es un pequeño universo, un microcosmos simbólico en el que está cifrado el enigma poético de la Creación: el cuerpo humano sería, de este modo, un holograma de todos los cuerpos. Así lo confirma esta «novela-ensayo» en la que parece cumplirse el antiguo ideograma alquímico que tiene por divisa «Uno el Todo» y que se representaba con el círculo: el Ouroboros.
Y sin embargo, Azahar no debería sino leerse, en principio, nada más que como una hermosa y enigmática historia de amor y muerte, una larga amplificatio de una venerable leyenda árabe situada en la cosmopolita Granada del siglo XIV , en la que conviven, y se concitan, cabalistas judíos, ascetas cristianos y artistas musulmanes. Todo ello, en las secuencias estrictamente narrativas –una minoría dentro del conjunto–, relatado con una tonalidad muy cercana a la literatura oral que, como referente último, remite sin duda a los ensueños orientales de Las mil y una noches.
La anécdota es mínima y no es el caso relatarla, sólo cabe advertir que Satz se sirve de ella, casi como excusa, para elaborar una historia simbólica del cuerpo humano, desde el óvulo fecundado hasta los órganos más nobles: los ojos, el corazón; cada uno de ellos imagen, o cifra, de la entera creación. Como anotara Levi-Straus, y Satz recuerda, «los mitos están construidos sobre el fundamento de una lógica de las cualidades sensibles que no establece distinción tajante entre los estados de la subjetividad y las propiedades de las cosas». Para llevar a cabo su propósito, absolutamente desproporcionado para una novela, excesivamente desmadejado y «florido» para un ensayo, Satz despliega una panoplia erudita de saberes: desde la biología a la cábala, de la lingüística a la química, el entero universo (al menos el más explícitamente humano) parece querer convocarse en torno a estos amantes desgraciados para decirnos que sólo desde la plena (y alegre y fecunda) asunción de nuestra esencial realidad corpórea, semen, venas y médulas, podremos algún día alcanzar a entender los misterios que la naturaleza ha dejado inscritos (a su imagen y semejanza) en este trozo de barro animado por el Espíritu: por la energía, ese amor «que mueve el sol y las demás estrellas».
Nada que objetar a tan descomunal despliegue, al contrario, nos rendimos de admiración y leemos con indudable agrado las historias aztecas, leyendas incas, parábolas zen, cuentos chinos, mitos griegos que el autor va allegando, amén de la precisa terminología científica, biológica, con que describe cada parte del «microcosmos» que analiza con el benemérito afán de demostrar que todo está conectado con todo. Cabría añadir, en apoyo de sus tesis, que desde presupuestos hermenéuticos menos «paranoicos» (lo digo con el debido respeto, aludiendo al sentido en que Umberto Eco se burla de las razonadas sinrazones cabalísticas) algo no muy diferente se está diciendo desde la física cuántica o la teoría del caos.
No estoy, en cambio, tan seguro de que el método usado por Satz sea el más adecuado para llevar a cabo su bello y erudito propósito: insisto, se trata de un hermoso libro, pero una deficiente novela y un caótico ensayo. No critico la hibridación de géneros, el problema radica, a mi juicio, en que esta confusa profusión de tantas cosas no le hacen ningún bien ni a la delicadeza de la sencilla leyenda erótica, ni al esfuerzo totalizador con el que Satz pretende ofrecernos sus tan estimulantes intuiciones.
En cualquier caso, se trata de una obra insólita, documentada y ambiciosa, a mil leguas de la delicuescencia feble o de la moralina new age que tanto abunda.
