Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Barcelona y la fiesta del boom

«Cuando llegaba la primavera, incluso si era una primavera falsa, la única cuestión era encontrar el lugar donde uno pudiera ser más feliz», escribió Hemingway en París era una fiesta. La Barcelona de finales de los sesenta «representó» tal vez una primavera falsa en la España del último franquismo, pero no cabe duda que vivió una fiesta de cosmopolitismo.

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Sangre de violín

En 1981, Jaume Cabré puso a uno de sus cuentos un título premonitorio: «Sangre de violín» (1981). Profesor de instituto, siempre conjugó narración y partitura, signos ortográficos y corcheas. No en vano, había crecido en un ambiente musical y muchas cenas familiares acababan con canto coral. Aquella «Sangre de violín» nutriría su Libro de preludios (1985) y Viaje de invierno (2000), homenaje al último ciclo de Lieder de Schubert. Gracias a la música, el autor exploraba la eterna paradoja: la cultura que marida con lo mejor y lo peor del ser humano. La música como gratificante y, a la vez, problemática materia literaria.   Escritor meticuloso, Cabré (Barcelona, 1947) podría encarnar a la perfección la parábola de Isaiah Berlin sobre

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Cuadernos de campo

El estudio de los buitres y la capacidad de aprehender a quién vas a limpiarle la cartera en una partida de póquer constituyen dos rasgos distintivos de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942). Una capacidad de observación –ornitológica y ludopática– que nutre los poemarios y narraciones de este autor personalísimo que permaneció un cuarto de siglo apartado de la literatura; mientras, escudriñaba el vuelo del quebrantahuesos en el Centro Pirenaico de Biología Experimental de Jaca: alguien se refirió a él como el Salinger del Pirineo. Una personalidad que destacó Félix de Azúa en Diario de un hombre humillado al evocar vivencias compartidas de la época estudiantil cuando «el Buitre» (Ferrer Lerín), hijo de un médico odontólogo, manifestaba ya excelentes dotes para

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Segundo nacimiento

Si la vida pudiera repartirse como los temas de un disco podríamos decir que Lo que me queda por vivir, título que nos recuerda una canción bella y olvidada del grupo Los Lunes, constituiría un estribillo sentimental, repartido en ocho canciones. Conocimos a la Elvira Lindo de Manolito Gafotas, que supuso su consagración como guionista, presentadora y actriz de radio, sus cinco libros de temática infantil protagonizados por Olivia y, al mismo tiempo, a la escritora introspectivamente adulta que se reveló en El otro barrio (1998): la vida de un chico huérfano de padre al que la vida, contradiciendo a su apellido –se llama Ramón Fortuna–,va a ponerle en el disparadero justo cuando cumpla quince años. Al margen de géneros

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Autor perdurable

Ganadora del premio Café Gijón, la novela Los asesinos lentos, de Rafael Balanzá (Alicante, 1969), confirma la unanimidad del jurado que alabó su «audacia narrativa». Sin ningún otro antecedente promocional que la buena acogida de Crímenes triviales, cinco relatos con el homicidio de común denominador, y el activismo cultural en El Kraken (2002-2009) –veintisiete números de una revista de culto considerada por Arrabal la mejor de Europa–, Balanzá supone una grata sorpresa en una sociedad literaria demasiado afectada por el síndrome Nocilla dream. El autor alicantino no pretende epatar a nadie y su mayor mérito reside en destilar ingredientes de la novelística clásica y ofrecerlos al lector del siglo XXI con una prosa de economía expresiva y un argumento donde

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Tedium vitae

Un hombre que nada tenga que ver con las mujeres es un hombre incompleto», escribió Cyril Connolly en El sepulcro sin sosiego. Y a continuación deletreaba el tedium vitae y sus derivaciones: del Angst al cafard, citando a Sainte-Beuve. Traductor precisamente del Contra Sainte-Beuve de Proust, Julio Baquero Cruz (Palencia, 1972) bascula entre la novela y el itinerario confesional en El viaje de un nihilista. Un hombre atrapado por dos mujeres de las que no puede prescindir: la primera, porque lo lleva al paraíso del gran amor siempre recordado; la segunda porque le permite seguir en el mundo real. Frente a esa ecuación sentimental que no somos capaces de resolver, surge el viaje como pretexto para posponer la respuesta. Siguiendo

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Todos los hombres son iguales

Antes de analizar Contra el viento, la novela de Ángeles Caso (Gijón, 1959) ganadora del último premio Planeta, recordemos dos premisas no exentas de prejuicio. La primera, atribuida a André Gide, asegura que con buenos sentimientos se pergeña una pésima literatura; la segunda postula una literatura femenina que tendría como rasgos distintivos el punto de vista, la sensibilidad y la reivindicación de la mujer como sujeto que padece una Historia acaparada por la voz masculina. Digamos que la novela de Caso participa de ambas. Con un tono de pobre niña rica, la voz narradora saca a colación la triste experiencia de una inmigrante caboverdiana que trabaja en labores domésticas y cuya memoria oral inspirará la trama central de la novela:

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Mallorca, verano del 36

Playa de Porto Cristo, Mallorca. El sol declina en eso que los baleares denominan «s’hora baixa». Dos hombres se encuentran. El primero es el escritor Georges Bernanos. Anda buscando a un colega periodista –el barón Guy de Traversay–, secretario del diario conservador L’Intransigeant, que había acompañado a los anarquistas del capitán Bayo durante la frustrada invasión de la isla.

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