Francisco García Olmedo Página 20
Se acaba de reeditar en español Primavera silenciosa de Rachel L. Carson, libro que, según cuenta José Manuel Sánchez-Ron en el prólogo, ha sido considerado por algunos como el más influyente de los últimos cincuenta años. Exageraciones aparte, influyente lo ha sido sin duda –sobre todo, como fructífera semilla del movimiento conservacionista, pero también como origen de los peores vicios y sesgos de este movimiento– y por esto puede resultar útil el examen de las virtudes y defectos de sus planteamientos a la luz del nuevo siglo, cuarenta años después de su primera publicación. La biodiversidad existente resulta del balance entre el proceso creativo de la especiación y el destructivo de la extinción. La opinión consensuada de la comunidad científica
«Hasta ahora, la única persona dañada por el ADN ha sido el presidente Clinton…». JAMES W ATSON descubridor de la estructura del ADN y premio Nobel de Medicina. Querida Amalia: Una vez compartí mesa y mantel con la Primera Dama de Aquitania. Si empiezo contándote este hecho, insólito en la vida de un modesto científico, es porque fue el primer recuerdo que me vino a la mente cuando, hace unos días, nuestro director me mostró una portada del diario Le Monde –en la que aparecía un artículo sobre los actos vandálicos de José Bové F. Ewald y D. Lecourt, «Les OGM et le nouveaux vandales», Le Monde, 4 de septiembre de 2001. – y me sugirió que te escribiera si
-Mi perra desciende de la de Hitler –aseguró alguien en mi presencia. –Y del mismo Hitler –añadió otro, con sorna. Querida Amalia: Hoy voy a referirme a algunas cuestiones de nuestra herencia genética. Mi atracción por ellas tal vez surgió de una circunstancia familiar: mi bisabuela y su hermana casaron con dos primos hermanos. Esto me impresionó cuando lo oí contar de niño, aunque no discerní el origen de mi inquietud. Las cuestiones genealógicas siempre suscitan el interés de las gentes por las más variadas razones. Así por ejemplo, la indagación sobre quiénes fueron sus tataradeudos no pasa de ser una mera ocupación de las horas de ocio para mi amigo Pedro Martillo. Éste ha logrado seguir algunas de sus
Hablo con Cynthia Rosenzweig en una tarde de verano. Al fondo, el monasterio de El Escorial, dorado por el sol poniente, parece que quiere desmentir la sustancia de nuestra conversación, situándola en otro punto de la galaxia, pero esto no es posible, ya que hablamos sobre el futuro del hábitat humano y de su capacidad para sustentarnos. Cynthia esboza sus ideas –sobre el cambio climático y su posible influencia sobre la cosecha global– con una media sonrisa, en apariencia inocente, que les quita cualquier elemento de alarma, sin eliminar su contundencia. Semanas después, el recuerdo de esa tarde me lleva a buscar y leer el libro que Rosenzweig ha publicado recientemente con Daniel Hillel sobre dicho tema. En la actualidad,
El rápido desarrollo de la biotecnología en las últimas dos décadas ha traído a primer plano el debate sobre cuál debe ser el papel de las instituciones en la garantía de la seguridad frente a los riesgos de índole biológica. El libro que aquí comento trata sobre el planteamiento actual de dicha polémica. Ésta se inició, sin embargo, hace más de un siglo. En efecto, el Congreso de Estados Unidos investigó de forma recurrente el problema del fraude alimentario en los últimos años del siglo XIX, aunque no propuso legislación alguna al respecto hasta la primera década de nuestro siglo. El detonante de la actividad legislativa fue, como ocurre a menudo, un accidente causado por una vacuna contra la viruela
Desde 1996 nuestro propósito es transmitir, a través del comentario bibliográfico, opinión cultural de altura a un público lector, muy formado y con intereses más amplios que los correspondientes a su especialidad.