
Historia de quien escapa y quien se queda
Hace casi diez años, Zadie Smith publicó en The New York Review of Books un ensayo en el que comparaba la novela Netherland, de Joseph O’Neill, con Residuos, de Tom McCarthy. La argumentación era simple y eficaz: el «realismo lírico» de O’Neill se oponía a la narración sin «interioridad» de McCarthy, y el contraste señalaba «dos caminos» posibles para la novela contemporánea. Era una forma de volver sobre la antítesis entre tradición y vanguardia, pero la pregunta central llegaba al fondo de la ficción: ¿cómo debía retratarse a una persona? Smith misma estaba entre dos novelas, y la que publicó a continuación, NW (2012) (el nombre de su barrio londinense), trasladó a la práctica sus simpatías por la solución de McCarthy. NW resultó ser una novela de corte experimental, con escaso foco psicológico. A la manera modernista, la historia estaba llena de fugas y puntos ciegos, por no hablar de una ausencia de conclusión. Al cabo, se detenía entre los malestares de sus personajes, como si la narración confundiera el tema (la desorientación moderna) con la manera de presentarlo.