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El del sexo no es un sistema binario

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Había oído antes el rumor y ahora alguien me lo confirma dándome a leer una columna aparecida en un periódico digital provinciano dando cuenta de que un prominente político ha salido del armario, se ha divorciado y formado nueva pareja con alguien de su propio sexo, abandonando por ello la política. Dejando aparte mi convicción de que a estas alturas el mencionado abandono es y debería ser innecesario, el tono de la noticia sugiere que no está de más señalar que el del sexo no es un sistema binario, aunque este hecho no acabe de ser asimilado por los legisladores y por la sociedad en general.

Resulta curioso constatar que, tal vez por los prejuicios sociales imperantes, hasta finales del pasado siglo no empezó a investigarse la profusión de los comportamientos homosexuales en el reino animal. En la actualidad se han documentado tal tipo de comportamientos (cópula, estimulación genital, ritos de acoplamiento, cortejo, asociación por pares, comportamientos paterno-maternales…) en más de quinientas especies animales, entre mamíferos, pájaros, peces, reptiles, anfibios, insectos y otros invertebrados.

Recientemente, Claire Ainsworth ha escrito un artículo en Nature en el que defiende la opinión de los biólogos de que la idea de dos sexos es simplista y de que debe considerarse un espectro más amplio. Empieza contando la anécdota de una mujer de cuarenta y seis años en su tercer embarazo que ingresa en el Royal Melbourne Hospital para una amniocentesis que constate la normalidad de los cromosomas del feto y se encuentra con que, aunque el feto es normal, es ella la que está compuesta por un mosaico de células de dos individuos de distinto sexo (femenino, XX; masculino, XY). Esta fusión de dos individuos probablemente ocurrió entre dos embriones mellizos en el seno de su madre. El caso es que, tras casi medio siglo de vida y tres embarazos, esta mujer ha averiguado por fin que en realidad es mitad hombre, mitad mujer.

El sexo no depende simplemente de la presencia o ausencia del cromosoma Y y de los genes en él contenidos, sino que involucra a las gónadas (ovarios y testículos) y a la morfología sexual, que pueden estar contradiciendo en cierto modo a los cromosomas. Según algunas fuentes, uno de cada cien individuos sufre algún desorden del desarrollo sexual (DDS). Si se tiene en cuenta la genética, los límites se hacen aún más borrosos, según relata Ainsworth, ya que se han identificado muchos de los genes involucrados en el DDS y se ha descubierto que la variación de estos genes tiene efectos sutiles sobre el sexo anatómico y fisiológico de un individuo y que se dan un alto número de combinaciones entre estas variantes. Además, con las nuevas técnicas de caracterización del ADN ha podido constatarse que, en mayor o menor grado, todos los individuos presentan mosaicismo celular, de modo que ciertas células pueden no presentar un sexo concordante con el resto del cuerpo: «Que los sexos son físicamente diferentes es obvio, pero al principio de la vida no lo es. Hasta las cinco semanas de existencia, un embrión tiene el potencial de generar una anatomía femenina o masculina. Junto a los riñones en desarrollo emergen dos crestas gonadales y dos conductos, uno de los cuales puede dar lugar al útero y las trompas de Falopio y el otro, a la fontanería masculina». A las seis semanas, la suerte está echada –ovario o testículos– y entran en juego las hormonas en procesos de desarrollo que pueden presentar variación biológica más o menos significativa. Si hay un macho típico, hay también una considerable gradación hacia variantes masculinas más o menos drásticas. Sin entrar en más ejemplos y detalles, debe verse que el sexo no es una cuestión de blanco o negro.

Si los estudios biológicos nos desvelan la complejidad de la diferenciación sexual y la ley nos dicta que un ser humano sólo puede ser hombre o mujer, algo habrá que hacer. A pesar de que la cirugía, el uso de hormonas y los chiringuitos dermoestéticos pretenden ayudar a los individuos para que se adapten al marco legal, es evidente que no es la biología la que debe adaptarse a la ley, sino la ley a la realidad biológica. Mientras tanto, hay quien dice que, como ningún parámetro sexual puede considerarse por encima de otro, la única forma que hay de averiguar el sexo de un individuo es preguntándoselo.

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Ficha técnica

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