
¿Un nuevo realismo?
El terreno de juego de la sociedad mediática es un ámbito incómodo para la filosofía. Aunque durante todo el siglo XX sus salidas a la palestra pública han sido constantes, tenía un espacio propio de creación, generalmente la universidad, en el que se producía el intercambio fundamental de ideas y del que surgían los incentivos básicos para la producción filosófica. Pese a todas las acusaciones de academicismo, basta mirar al siglo pasado para comprobar que ese anclaje de la filosofía en la universidad era simultáneo con una atención casi obsesiva por la situación de la época y por los cambios sociales. Pero los criterios de enjuiciamiento capaces de calificar la calidad de una obra filosófica no provenían de la palestra pública, sino de los pares, los filósofos. Como ocurría con todos los «intelectuales», ese concepto típico del siglo XX, el valor de la palabra pública del filósofo se asentaba en el prestigio adquirido en su campo propio, el de la creación filosófica, donde había obtenido el renombre necesario que le permitía una proyección pública más allá de él. Este esquema clásico de presencia social de la filosofía está claramente tambaleándose. El dominio casi total del ámbito público por parte de la televisión y las redes sociales está cambiando decisivamente las condiciones formales y materiales del discurso que quiera acceder a él y, con ellas, la forma en que los ámbitos particulares de creación (ciencia, filosofía, arte, literatura) se ven a sí mismos.