Los deplorables
Cuando se estrenó en Londres en 1985, la crítica acogió con escepticismo la versión musical de Les Misérables. No por primera vez, la crítica hizo el ridículo. La producción lleva en cartel desde entonces y se ha convertido en el musical de mayor éxito en la historia del West End. No ha conseguido –todavía– superar a The Mousetrap, de Agatha Christie, con representaciones continuadas desde 1952, el año de la coronación de Isabel II, y que parece dispuesta a durar, al menos, un siglo. Como la propia reina.
Personalmente, estoy de acuerdo con el crítico de The Observer que veía en The Miz –la síncopa con la que la obra se ha hecho popular en inglés– «un espectáculo cargante y sintético», aunque no se me alcanza hacia dónde dirigía su segundo dardo. El célebre culebrón romántico de Victor Hugo aúna todas las recetas imaginables para encandilar a los gnósticos del mundo entero cuyo nombre es Legión. El bien triunfa sobre el mal; el amor sobre el odio; la deliberación sobre la acción; la esperanza vale más que la caridad.