Amelia Gamoneda Página 2
Esta edición bilingüe de tres de los títulos más importantes de René Char (Furor y misterio, Losmatinales y Aromas cazadores) proporciona un placer infrecuente: leer en alternancia dos lenguas y dos voces poéticas sin que la que traduce se reduzca a ser tieso eco de la original. Jorge Riechmann atiende a la precisión concisa de la escritura y a su enunciación vigorosa –que es el lugar donde Char juega sus bazas–, e incluso a veces matiza su parquedad musical (un pecado que también se le atribuye a Rimbaud y que bien pudiera ser severa virtud). La obra de Char fascina y retiene al lector: veinte años la lleva frecuentando este traductor, y cinco dedicó Paul Veyne a describir «como si
«Mi siglo, en el pasado, es el XIX », dice Julien Gracq en la última página de Leyendo escribiendo. Y, al cerrar este libro, no hay duda alguna de que los gustos literarios de su autor –de nombre civil Louis Poirier– coinciden con ese tiempo que, algo esponjado, enmarcan Chateaubriand y Proust. Pero la frase permite entender su adscripción a tal siglo más allá de las filiaciones del gusto. Julien Gracq es un escritor que ejerce en simbiosis con la estética del XIX, y si la historia de la literatura estudiara las obras y no los autores –como él quisiera y como sugieren las más recientes propuestas teóricas sobre la disciplina– hay grandes posibilidades de que sus novelas se vieran
Una coincidencia casual: en el mismo año, las dos féminas escritoras con más éxito de ventas en España y Francia han publicado sendos libros fruto de sus recientes experiencias de maternidad. La una –Lucía Etxebarría– ha cosechado además el premio más goloso de este lado de los Pirineos: el Planeta (después de estrenarse en la literatura con el Nadal); la otra –Marie Darrieussecq– ya recibió las mayores bendiciones del público con su primera novela (Marranadas), sus 300.000 ejemplares vendidos y su traducción a treinta y cuatro idiomas. Otra coincidencia: ambas escritoras han sido objeto de polémica y acusación de plagio; la española por excesiva intertextualidad de versos e imágenes con el poeta Antonio Colinas, la francesa por un enfoque novelístico
Las novelas de Pennac suelen arrastrar al lector en su gozoso y desconcertante revoltijo. Hasta hoy era la pintoresca familia Malaussène la que, desde el parisino barrio de Belleville, nos enredaba en aventuras desternillantes y sazonadas por un lenguaje tan multicolor como los propios personajes. Ahora, con El dictador y la hamaca, Pennac nos apunta a una excursión por territorios brasileños, con breves escapadas a Hollywood, Chicago y París. Pero el viaje tiene sorpresa: la peripecia geográfica esconde otra que atañe a la materia real de la escritura novelesca; y, aunque el narrador anuncia ya desde el principio que su historia se asemeja a las muñecas rusas, el lector no puede ni sospechar la proliferación de matrioshkas que se le
La muerte de quien posee predicamento intelectual suele levantar oleadas de tinta sucesivas y de signo diverso: en un primer tiempo, la ola del panegírico, la loa y la elegía; sosegado el duelo, vienen géneros menos reconocibles y benévolos: la exégesis compulsiva, la reverencia irónica, el ajuste de cuentas y la exhumación de errores; al cabo de algunos años, resurge el movimiento celebrador (pero ya más razonador que emotivo), con excusa de cumpleaños o sin ella. En este último episodio se encuentra el caso de Roland Barthes, quien, en los dos últimos años, ha sido objeto de abundantes manifestaciones admirativas y conmemorativas; entre ellas cabe destacar, amén de la publicación de nuevas agrupaciones de artículos o de transcripciones de sus
En todas las reflexiones sobre la novela francesa del último cuarto del siglo pasado consigue siempre colarse el nombre de Georges Perec. Sus perfiles son tan variados que podría oficiar de progenitor de varias familias de novelistas. Cuatro rasgos a modo de ejemplo: con Las cosas inventó un tipo de novela sociológica de personajes fríos y sosos que los exitosos Modiano o Echenoz siguen cultivando hoy. Como oulipiano y formalista dio una lección magistral en La disparition, donde la letra e –la más utilizada en francés– desaparece lipogramáticamente durante toda una novela para luego reaparecer desplazando a todas las otras vocales en la novela siguiente: Les revenentes. Como visionario del mestizaje de géneros concibió W ou le souvenir d'enfance, donde
La rabia de la expresión reúne varios textos de Ponge cuyo denominador común es, a primera vista, el elemento de la naturaleza al que todos se refieren: «Riberas del Loira», «La avispa», «Notas tomadas para un pájaro», «El clavel», «La mimosa», «El cuaderno del pinar» y «La Mounine»; el título general del volumen, sin embargo, evita este obvio parentesco y apunta hacia otro rasgo que, aunque aparente ser poco unificador, responde a la globalidad del libro: se trata de la percepción que el autor tiene de su propia escritura. La rabia de la expresión habla de una pasión y de una actividad de lenguaje que al mismo tiempo se escenifican textualmente; hay una rabia de expresión en estas páginas que
Es casi un tópico: Francia adora las polémicas. Hace algunos meses saltó a los medios un enfrentamiento entre los intelectuales de la izquierda liberal culturalmente asentada y los llamados «nuevos reaccionarios»; un libro acusador del profesor de ciencias políticas Daniel Lindenberg encendió la mecha; en el otro lado, se inflamaron los ánimos de algunos filósofos (Lasch, Badiou, Finkielkraut), sociólogos (Yonnet, Taguieff) y escritores (Maurice Dantec, Renaud Camus y Michel Houellebecq); este último, desde su Plataforma libresca y mediática, se erigió en portavoz de los ofendidos. Según los cargos que expone Lindenberg, los «nuevos reaccionarios» estarían atacando la cultura de masas, la libertad de costumbres, la sociedad multicultural y multirracial, el islam y, en suma, los derechos del hombre; sus análisis
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