Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

El Sistema Foral: ¿derecho histórico o privilegio?

Recuperamos hoy un artículo del 2017. Los proyectos de armonización fiscal han traído de nuevo al primer plano un problema que viene acompañando a la democracia del 78 desde sus mismos inicios. Lo que Carlos Monasterio explica en su texto no es hoy menos relevante que hace tres años.

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Gestos (I)

Los japoneses son extremadamente educados y sutiles en sus gestos. Jamás señalan con el dedo, sino con una mano extendida y la palma hacia fuera, más una manera de acompañar el movimiento que de apuntar en una dirección. El intercambio de tarjetas, elemento fundamental de su vida social, tiene un ritual cuidadoso: se entrega la tarjeta con las dos manos y orientada de manera que el interlocutor pueda leerla, mientras se pronuncia el nombre mirándolo a los ojos. El apellido, más bien, entre hombres, que apenas utilizan sus nombres propios. De-Vivero-desu, digo mientras entrego mi tarjeta y me fijo, como ellos, en si por rango o edad corresponde que la mía esté encima o debajo de la del otro. Lo mismo que al brindar: el japonés sabe si su vaso debe estar más arriba o más abajo, las jerarquías están siempre presentes y nadie querrá equivocarse y saltárselas. Se habla diferente, se conjuga de manera distinta según con quien se hable; un mismo tiempo verbal tiene formas diversas si se usa con un familiar, un superior o un desconocido, según se refiera a uno mismo o a otro; se usan unas palabras u otras según se dirijan a alguien de mayor o menor rango o edad; el nuevo empleado de veintidós años debe respeto, y usa, por tanto, un registro lingüístico diferente, a su superior de veintitrés que entró en la empresa un año antes. Un año exacto, por cierto; los trabajos nuevos, sea por contratación reciente o cambio de posición dentro de la empresa, empiezan siempre el 1 de abril, comienzo del año fiscal japonés. 

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¿Nativos digitales o aborígenes analógicos?

Este libro viene a sumarse a la lista de libros que en los últimos años han querido poner límites a la euforia digital. Entre ellos, es fundamental Superficiales, de Nicholas Carr, que quería alertarnos de que Internet quizá nos estuviera «atontando». También Contra el rebaño digital. Un manifiesto, de Jaron Lanier (trad. de Ignacio Gómez Calvo, Barcelona, Debate, 2011) es una llamada de atención sobre el camino emprendido por el mundo digital puesto que, siendo uno de los posibles, no es necesariamente el mejor.

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Un país, dos sistemas (II)

¿Podrá China acomodar en su sistema político autoritario a la sociedad abierta que prefieren los habitantes de Hong Kong? A menos que el neomandarinato que controla el país dé –o  se vea obligado a dar– un imprevisible golpe de timón, una respuesta positiva parece poco probable. 

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¡Parzival!

Parsifal ocupa un lugar de excepción en la producción de Richard Wagner, y no sólo por ser su última creación, sino por el papel que él decidió reservarle, antes y después de su muerte. Cuidadoso con las denominaciones que elegía para sus obras, Wagner bautizó Parsifal como Bühnenweihfestspiel. Nada que ver, por tanto, con usos anteriores más convencionales: «Gran ópera romántica» (Große romantische Oper: Die Feen y Tannhäuser), «Gran ópera cómica» (Große komische Oper: Das Liebesverbot), «Gran ópera trágica» (Große tragische Oper: Rienzi), «Ópera romántica», a secas (Romantische Oper: Der fliegende Holländer y Lohengrin), o Handlung, entendida como «acción» dramática (Tristan und Isolde) o cómica (Die Meistersinger von Nürnberg). Sí que se halla muy cerca, sin embargo, y casi lo roza, del título final que dio a su tetralogía, Der Ring des Nibelungen, caracterizada como Bühnenfestspiel für drei Tage und einen Vorabend, esto es, «festival escénico en tres jornadas y una víspera». Pero Wagner insertó entre medias un elemento semántico crucial: weih, del verbo weihen (consagrar). A menudo se lee que Parsifal es un «festival escénico sacro», pero eso desvirtúa de manera sustancial la intención original de su autor. Se es mucho más fiel al sentido del término, y al propósito último de Wagner, si se traduce como «obra escénica para la consagración de un festival».

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Camboya, otra vez

Durante años me había resistido a volver a Camboya, pero la reciente visita de unos amigos cambió mi decisión. Los viajeros no conocían Phnom Penh e insistían en incluir la ciudad en un itinerario turístico que yo había limitado al sur de Vietnam. Me escudaba en que ellos ya conocían Siem Reap y el cercano Angkor y, con eso, habían visto todo lo que merece la pena verse en el país. No era verdad y yo lo sabía; mi contumacia se debía a que yo no quería volver allí. Pero Saigón está a tiro de piedra de la capital de Camboya y hay autobuses prácticamente a todas las horas del día. Sólo tardan un poco más que el avión y permiten hacerse una idea del paisaje camboyano. Fue la mía una resistencia inicialmente firme pero, a la postre, vencida, porque me sentía incapaz de dar una explicación razonable a mi empecinamiento; así que, por no sentar plaza de cabezota, me vi subido al autobús y resignado a trastear de nuevo con Phnom Penh, más una obligada extensión a Siem Reap.

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José Bono, grafómano banal

En el deslucido firmamento de la política española tiene un lugar propio José Bono, el que durante más de veinte años fuera presidente de Castilla-La Mancha para ocupar más tarde, bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero, la cartera de Defensa y, en las postrimerías del zapaterismo, la presidencia del Congreso de los Diputados. Pero el nicho que se ha labrado el castellano-manchego, tan dado a la simpatía superficial como inclinado a la perorata del lugar convencional y común, tiene mucho que ver con su disposición nata al espectáculo y, si se le apura, al esperpento.

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Alas

En Cuentos y pájaros, este genial librito escrito por niñas y niños de todas las edades del taller literario del Círculo de Bellas Artes, hay flores que roncan, una casa con ruedas, un sombrero que habla con una lagartija (en todos los idiomas), un tiburón que se mete en la ducha y un invierno que dice villancicos. Ocurre como en Alicia en el país de las maravillas : una vez que el lector decide –y acepta– entrar en ese universo, todo vale. El que aquí escribe (y lee) no sabe adónde le conducirá el juego porque el único plan es seguir jugando. Y es que, según explica Silvia Donoso, responsable del taller y de la edición del libro, la dinámica

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Adultos, abstenerse

No sé si atribuir la publicación, en una colección dirigida a adultos, de la novela juvenil La Ciudad de las Bestias, a una sagaz estrategia comercial, o si, en calidad de lector engañado debería demandar donde corresponda –pero no sé en qué lugar– a la editorial Areté por el delito, no tipificado, de desvergüenza cultural. Cierto que la cosa es más sencilla. Isabel Allende es una autora de éxito, una marca de fábrica cuyos consumidores se cuentan con cifras de muchos ceros. Y esta es una razón, muy poderosa, para no restringir su público. Los editores acaso pensaron, no sin fundamento, que si el lector habitual de Isabel Allende había gozado con su escritura hogareña, sentimental, con pálpitos de fantasía

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