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Otra literatura es posible

De este y otros mundos: ensayos sobre literatura fantástica

C.S. LEWIS

Alba, Barcelona

Trad. de Amado Diéguez Rodríguez

216 págs.

16,63 €

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Decir de un libro que es delicioso acaso no califique al crítico responsable de tal valoración nada más que como un nostálgico mal avenido con las promesas del progreso intelectual de la modernidad. Decir que es delicioso el libro De este y otros mundos: ensayos sobre literatura fantástica , de C. S. Lewis, sin embargo, quizá no sea sino la descripción de esta obra, sencillamente, en los términos en que fue escrita. El adjetivo alude a una forma de presentación de lo literario que hoy, en general, no se aprecia, pues implica, indirectamente, un modo de definir que no armoniza con las pretensiones de las categorías descriptivas más recientes. Por otra parte, ese mismo adjetivo impide asomarse a lo trascendente y complejo del cuerpo legal literario actualmente en vigor y, por si lo anterior fuera poco, el término es impresionista e impreciso. Peor aún, el adjetivo apunta hacia un modo de entender la literatura que no necesariamente considera a ésta rehén de estudiantes, profesores, estudiosos o críticos. Se trata de una forma de entender la literatura en la que ésta se brinda de forma eminente como materia de disfrute, algo que hoy convoca a una exigua cantidad de lectores a quienes une, en sentido muy general, cierta desenfadada ingenuidad y cierta carencia de segundas intenciones respecto de lo que leen. Y lo más grave –pues todavía había algo peor–, también evoca indirectamente una manera de disfrutar de la literatura que está relacionada de forma íntima con la cultura oral, con las tertulias y con el modo en que éstas analizan y valoran lo literario. Esa forma de disfrute de la literatura, la que proporcionaba la tertulia literaria, fue durante siglos el terreno fértil sobre el que creció buena parte del bosque literario que todavía visita hoy quien merezca el nombre de lector, y esta obra de C. S. Lewis es, sin duda, un ejemplar representativo de esa frondosa selva.

El libro solicita, por tanto, de sus lectores una reacción que tenga en cuenta los términos y condiciones en los que fue escrito, pues la discrepancia no impedirá el disfrute. No debe darse por supuesto que el libro sea interesante según criterios de actualidad, ni debe darse por seguro que plantee cuestiones que atraigan hoy a muchos lectores, ni tan siquiera debe suponerse que no abunde en confusiones o incluso en errores. Es del contraste con los tiempos recientes de donde puede y debe sacar mayor provecho el lector.

Lo que convierte en anómalo a este libro hoy es precisamente su escasa rentabilidad en la despiadada competición de la meritocracia literaria. Pide esta obra lectores que no exijan a sus inversiones una rentabilidad por encima de la media del mercado, pide lectores dispuestos a mantener sus inversiones incluso en momentos de atonía, de bajas cotizaciones o aun de recesión del mercado literario, pide lectores, en fin, que no deseen sobresaltos. En pocas palabras, quien muestre algún interés por la obra debe considerarla como una inversión a muy largo plazo.

Son muchos los asuntos de los que se trata en este libro que siguen siendo en tiempos recientes objeto de interés y motivo de polémica, pero la forma en que se abordan los diferentes aspectos de cada problema y los enfoques desde los que el autor expresa sus opiniones pertenecen a un mundo en el que es casi imposible o muy difícil reconocer los rasgos del mundo actual. Por ejemplo, el problema del canon de la literatura que se describe en las páginas de De este y otros mundos: ensayos sobre literatura fantástica no se plantea como el acuse de recibo de la demanda del último o del penúltimo grupo social que exige su cuota de participación en el mercado académico y literario, qué va, se plantea con toda sencillez como la necesidad, expresada con el mayor respeto e incluso con la mayor timidez, de dar acogida en el canon más tradicional, el del siglo XIX y primera mitad del XX , a géneros literarios populares como la ficción científica (o ciencia ficción), la literatura infantil o juvenil, o la literatura fantástica. El lector del siglo XXI , que ya ha sufrido la experiencia purgativa mediante los espirituales martirios de la lectura de Frantz Fanon, que se interna titubeante en la contemplación infusa y pasiva del lugar de la cultura de la mano de Homi Bhabha, no sabrá si dar crédito a una reflexión sobre el canon literario que trata a éste con la cortesía que se supone que regía el salón de baile de Luis XIV. Será inevitable que muchas de las reflexiones del autor arranquen hoy a sus lectores más de una sonrisa de melancolía. En cuanto a la necesidad de incluir en el canon literario géneros y aun subgéneros populares como los ya mencionados o la novela de detectives o la gótica, el lector puede ser retrospectivamente condescendiente: todos esos géneros tienen ya representación en el retablo del altar mayor de lo canónico. Es el problema opuesto, incorrectamente, sin duda, el que inquieta hoy todavía a algún estudioso de la literatura. ¿En qué universidad no es John Milton el que tiene dificultades para merecer su inclusión en alguna lista de lectura? ¿En qué librería compite El paraíso perdido con el último fast seller?

Asomarse a un tiempo en que ni siquiera se había planteado la posibilidad de que el canon pudiera hacer otra cosa que ser generoso con los que aspiraban a entrar en su venerable recinto es una experiencia turbadora. La verdad es que la flota canónica surca mares turbulentos y vive momentos de gran zozobra. El acorazado Cervantes navega con harta dificultad, el destructor Shakespeare apenas tiene capacidad de respuesta y el portaaviones Homero parece que ni siquiera está operativo. Las cosas han ido muy mal en tiempos recientes para ese canon que a C. S. Lewis le parecía invulnerable. Pero leyendo este libro parece como si el tiempo se hubiera detenido, como si fuera posible un canon literario situado por encima de las polémicas de la conveniencia y de la corrección políticas. Parece como si fuera posible incluso disfrutar sin mala conciencia.

Pero son muchas las sorpresas que reserva este libro a sus lectores, y no es prudente hacer una relación exhaustiva de ellas. Algunas tienen un valor de pronóstico. Es bien conocida la reflexión de Matthew Arnold acerca de que la literatura iba a desplazar a la religión en las sociedades modernas. En manos de C. S. Lewis esa reflexión tiene un desarrollo sorprendente. El ensayista y narrador inglés no se interesa tanto por la sustitución de valores, sino por la forma en que la sociedad conocerá, es decir, conoce, la literatura transformada en Iglesia organizada, con sus «rasgos de persecución amarga, gran intolerancia y su tráfico de reliquias». ¿Habrá quien deje de reconocer en esta descripción algunos de los atributos que reproducen el mundo literario presente? Lo que para el autor del libro era un futuro no muy atractivo, en muchos aspectos, el lector lo hallará confirmado en su propio presente. No es ningún consuelo, claro está, pero este acierto profético, como digo, debe reseñarse también entre los méritos de la obra.

El acuerdo o el desacuerdo con las opiniones de este libro son secundarios si debe juzgarse en relación con lo que en él es verdaderamente importante. La importancia de la infancia en la adquisición de los hábitos de lectura, la centralidad de la experiencia de las lecturas infantiles en todo lector adulto, la relectura, la naturaleza del juicio estético literario, la adquisición del gusto literario, la esfera de la imaginación, los dominios de la fábula o del relato, todos estos son diferentes aspectos de la literatura que exigirán una valoración del lector, que no tendrá por qué coincidir con la del autor, porque incluso del desacuerdo podrá aquél sacar sabrosas enseñanzas. Que de un libro se diga que es insustituible porque es una obra de arte sorprenderá a más de un lector, pues a buen seguro serán ya muy pocos los lectores que hayan oído semejante afirmación en un aula. Las lecturas de obras particulares o de autores que lleva a cabo C. S. Lewis, por otra parte, son impecables y son siempre interesantes. Por mencionar dos: la apreciación de la obra de George Orwell –la diferencia entre La granja animal y 1984– está espléndidamente desarrollada, las observaciones sobre Rider Haggard son excelentes. Que, además, se valoren determinadas comarcas del mapamundi literario, o de la crítica, y no sólo por sus virtudes o por sus deficiencias, sino por algún filo de sus manifestaciones sociales, es una añeja novedad cuyo redescubrimiento sin duda complacerá a más de un lector: «Creo que los elogios fatuos de un tonto manifiesto pueden herir más que cualquier menosprecio». Sin duda, se reconocerá a sí mismo como lector aprovechado de esta obra quien se atreva a calificarla de deliciosa.

 

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Ficha técnica

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