De un tiempo a esta parte, la cuestión de España y Cataluña es cosa tan enrevesada, enconada y propicia a todos los energumenismos, que ni siquiera sabría cómo enunciarla sin herir suceptibilidades: ¿se me aceptará el prudente término de «cuestión»? ¿Debe decirse «Cataluña», sin más? ¿Podríamos referirnos a «el resto de España», sin ofensa de tirios y/o troyanos? En Barcelona, y para diciembre del año en curso, se anuncia un congreso oficial sobre los acontecimientos de 1714 bajo el marbete de «Espanya contra Catalunya: una reflexió histórica», donde el cauteloso subtítulo queda desmentido de antemano por la rotundidad sin apelación del título (un tanto anacrónico, además, si se refiere a 1714, cuando había reinos y fueros, no Estados y naciones irredentas). Por su lado, el gobierno regional aragonés –con sede en una ciudad donde no faltan notables estudios universitarios de filología– ha incluido en el texto de una ley la tortuosa y malintencionada referencia a una «lengua aragonesa propia del Aragón oriental»… que resulta ser el mismísimo catalán occidental que se habla en Lleida, digan lo que digan sus hablantes y los diputados que les representan.