En general, cuanto más admiro una obra literaria o cinematográfica, menos interés siento por sus secuelas, precuelas o spin-offs, bien porque traicionan las virtudes del original, bien porque no son otra cosa que encubiertas operaciones comerciales que, disfrazadas de homenajes, se ponen a rebufo y aprovechan su prestigio para hacer caja. Sin embargo, en los últimos meses se han publicado dos brillantes excepciones: El legado de los espías, de John Le Carré, y La señora Osmond, de John Banville, secuela de Retrato de una dama, de Henry James.
Banville ya se había iniciado en la práctica de resucitar a un personaje clásico. Bajo su álter ego Benjamin Black, había hecho renacer en La rubia de ojos negros (2014) a Philip Marlowe, el detective creado por Raymond Chandler, en una práctica habitual en el género negro, con la que están familiarizados sus lectores habituales.