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Mainer en monodosis

Historia mínima de la literatura española

José-Carlos Mainer

Madrid, Turner/Colegio de México, 2014

276 pp., 14,90 €

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Decía Azorín en un artículo que debería ser de obligada lectura, sobre todo para quienes publicamos de vez en cuando textos cortos, que «para escribir breve se necesita tiempo» y que, en contra de lo que podría pensarse, «se escribe largo cuando se dispone de poco tiempo y no hay lugar para el acendramiento y la condensación»Azorín, «Tabla del periodismo», Gaceta de la prensa española, núm. 19 (diciembre de 1943), pp. 385-388.. Si la premisa del periodista alicantino es cierta, intuyo que la redacción de la obra que han coeditado –dentro de la joven colección «Historias mínimas»– Turner y el Colegio de México le habrá supuesto a su autor una importante inversión de tiempo y un no menos notable esfuerzo de síntesis, pues, en apenas cuatro o cinco años, José-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) ha pasado de dirigir una monumental Historia de la literatura española en nueve volúmenes para la editorial Crítica, a compendiar en sólo doscientas páginas ese mismo período. Resultado de esta labor, paciente y metódica, es un ensayo en el que, lejos de cumplir el expediente con un trabajo de aliño o un resumen de sus títulos más conocidos, Mainer nos brinda lo que, a mi juicio, quedará como uno de sus mejores libros.

Un vademécum –como él mismo lo ha llamado– que se abre con una introducción que el historiador zaragozano dedica a aclarar una serie de cuestiones, de tipo más teórico, entre las que destaca su desiderátum de lo que debería de ser la historia de la literatura. Un concepto que, según él, siempre ha tenido esa connotación negativa que lo asociaba a una asignatura escolar y que ha forzado a muchos lectores a tener que «olvidarse de lo que sus primeros libros tuvieron de obligatorios» (p. 9) para poder disfrutar de la literatura como una experiencia personal más de la que se tienen en la vida. Contra esa percepción tradicional y escolástica que la vinculaba al terreno de lo académico, Mainer plantea la necesidad de contemplar la historia de la literatura de una manera más natural y cercana, como si fuese «otra forma –más consciente, más rica– de leer libros que nos gusten y que nos hablen de la infelicidad o de la dicha, del viaje o del enclaustramiento, de la soledad o de la compañía» (p. 11).

De los capítulos que conforman esta mirada retrospectiva (desde el siglo XV hasta lo que llevamos del XXI, sin contar los precedentes bajomedievales, a los que también se dedican unas páginas), y ante la imposibilidad de referirme con pormenor a cada una de las partes que componen el todo, me quedo –a modo de metonimia– con algunas cuestiones concretas de las que más me han llamado la atención. En primer lugar, quisiera dejar constancia del énfasis puesto por Mainer a la hora de desactivar una serie de tópicos que vienen condicionando desde antiguo la imagen que tenemos de determinadas épocas o autores. Para empezar, relativiza ese prejuicio que pesa sobre nuestra visión de la Edad Media y nos la presenta como un período que, si bien vivió sus innegables retrocesos, no fue ni tan oscuro ni tan pobre, desde el punto de vista cultural, como los humanistas del Renacimiento denunciaron con insistencia. En esta misma línea, y al referirse a nuestro siglo XVI, nos recuerda que el celo puesto por la Iglesia a la hora de aplicar la ortodoxia de la Contrarreforma contra cualquier intento de apertura, ha provocado que las aportaciones del Renacimiento español –desde la labor filológica de Antonio de Nebrija hasta la poesía de Garcilaso, pasando por una brillante literatura religiosa que supo sortear ese fervor tridentino– no hayan sido suficientemente ponderadas. Por último, sobresalen igualmente, en el apartado de los «desagravios», las páginas del capítulo VI consagradas al reformismo dieciochista y a reivindicar la obra –a menudo minusvalorada– de aquellos ilustrados españoles que, apelando a la razón y el progreso, tuvieron que abrirse paso en un país que, a la altura del siglo XVIII, seguía dominado por «una masa de supersticiones y convencionalismos» (p. 117).

El otro aspecto fundamental sobre el que me gustaría poner el acento tiene que ver con algo que no sorprenderá a quienes ya conozcan el inconfundible estilo de Mainer pero que, en el caso del libro que me ocupa, adquiere tal importancia que me impide obviarlo. Me refiero a la capacidad del historiador aragonés para el manejo de una adjetivación riquísima (incluso me atrevería a decir exuberante) que le permite darnos una idea cabal de un autor o una obra en unos pocos párrafos en los que la información y la opinión, el dato objetivo y el juicio subjetivo, se conjugan con una naturalidad y proporción nada habitual en este tipo de síntesis, lastradas –salvo honrosas excepciones– por esa aridez tan característica de la prosa académica. A quien le parezcan exageradas mis palabras, le invito a repasar las dos páginas y media que Mainer dedica, respectivamente, a La Celestina (pp. 60-62) y El Quijote (pp. 89-91); no se puede decir más –ni mejor– en menos espacio. O el análisis que –de la sabia mano de Clarín– realiza del proceso de consolidación de la novela, primero realista (Valera, Galdós y el propio Leopoldo Alas) y después naturalista (Pardo Bazán), como el género por antonomasia a través del cual educó su gusto literario esa burguesía pujante que, en las décadas finales del siglo XIX, no se conformaba con el poder político y deseaba acceder, también, al mundo de las ideas y la cultura. Y, por supuesto, tampoco tiene desperdicio el epígrafe «Los fundadores de la literatura del siglo XX», en el que Mainer se mueve como pez en el agua al glosar las trayectorias de quienes conformaron esas tres generaciones –las del 98, 14 y 27– englobadas cronológicamente dentro lo que él mismo contribuyó a difundir como «Edad de Plata» de nuestras letras.

Del capítulo centrado en la literatura española publicada desde 1939 hasta la actualidad, sin duda el más difícil de abordar de todos los que integran este fugaz recorrido, conviene señalar la habilidad del autor para jerarquizar y ordenar en solo veintitrés páginas un complejísimo panorama repleto de nombres propios. Y aunque, a mi modo de ver, Mainer sale airoso del trance y nos ofrece un mosaico muy representativo en el que cada tesela ocupa su sitio y ninguna de ellas desentona, es aquí, precisamente, donde radica el único punto debatible de su planteamiento: en esas piezas que, por fuerza, han quedado fuera del puzle. Escritores que, al dedicarse a otro tipo de literatura, igual de digna, pero distinta en su contenido y forma a la que cultivan quienes sí están, no tenían cabida en una obra que, como ya explicó el autor el día de su presentación al público, se articula en torno a una línea argumental muy clara que da su coherencia interna al conjunto. En el caso de la literatura posterior al 1975, ese hilo conductor que vertebra el relato no es otro que la presencia de la Guerra Civil en una narrativa española que, de una forma u otra, tiene como referencia ese triste episodio de nuestra historia reciente. Desde este punto de vista, nada puede reprochársele a un capítulo al que, asumiendo la citada limitación, resulta difícil ponerle algún «pero».

Este viaje diacrónico por nuestro pasado se completa con una bibliografía comentada –una de las grandes especialidades del autor– en la que se repasan otras historias de la literatura española publicadas con anterioridad a esta, se comentan las aportaciones en torno al concepto de «literatura nacional» que más han despuntado en las últimas décadas y se recuerdan algunas de las colecciones editadas durante el siglo XX con el noble propósito de difundir el canon de nuestros clásicos. Por último, el libro se cierra con un necesario índice cronológico de autores y obras que en el cuerpo del texto se citan sin datar, con el objetivo de facilitar una lectura de la obra lo más ágil y fluida posible.

En la magnífica entrevista que le hicieron Juan Marqués y Julio José Ordovás para el libro-homenaje publicado con motivo de su jubilación de la docencia universitaria, explicaba José-Carlos Mainer que se sentía muy identificado con ese «ensayismo universitario anglosajón, que tiene el don de la síntesis y la amenidad, sin apearse de la exigencia»Juan Marqués y Julio José Ordovás, “La filología no es el limbo (conversación con José-Carlos Mainer)”, en VV. AA. Para Mainer: de sus amigos y compañeros de viaje, Granada, colección “La veleta”, Editorial Comares, 2011, p. 286.. El ensayo, insistía el ya catedrático emérito en esa misma página de la larga conversación, es un género «de naturaleza autobiográfica» en el que prima –o debería primar– «una renuncia voluntaria a lo exhaustivo y axiomático, en aras del respeto debido a la posteridad que seguirá escribiendo sobre nuestro tema». Si rescato, ya al final de mi crítica, estas palabras del autor, es porque se ajustan a la perfección a lo que este libro puede deparar a sus futuros lectores. Y es que, a pesar de conservar lo mejor –esa claridad expositiva que tanto demandaba Ortega– de ese tipo de enfoque, no estamos ante una obra de divulgación para quienes quieran iniciarse en el tema (su lectura provechosa requiere de unos conocimientos mínimos –valga la redundancia– de la historia de España y de su literatura que, por desgracia, no todo el mundo tiene), sino ante una guía de lectura que sirve para refrescar lo ya olvidado o lo que, sobre todo las generaciones más jóvenes, formadas en un sistema educativo en el que la historia de la literatura ocupa un lugar más bien secundario, ni siquiera habíamos llegado a aprender. Y, desde luego, no se trata de un trabajo menor dentro de la extensa producción bibliográfica de un autor que acumula casi cinco décadas de dedicación a investigar y reflexionar sobre nuestras letrasEl profesor Juan Carlos Ara Torralba ha hecho un censo exhaustivo de esa producción en el artículo “De Ayala a Baroja: Mainer o la renovación de la historiografía literaria española contemporánea. Una bibliografía (1965-2012)” (pp. 7-43), incluido en el dossier monográfico de homenaje – “Studies in honor of José-Carlos Mainer” (nº 1-2, vol. 38, 2013) – que publicó el año pasado la revista Anales de Literatura Española Contemporánea con motivo de la jubilación del profesor Mainer.. En mi opinión, esta Historia mínima de la literatura española es una monodosis en la que encontramos, concentrado, al mejor Mainer, y una demostración palpable de que, en ocasiones, la literatura «de segundo grado» (por emplear la fórmula de su admirado George Steiner) puede ser, también, de primer nivel.

Francisco Fuster es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Valencia. Su principal línea de investigación se centra en la historia de la literatura española de la Edad de Plata (1900-1936), con especial interés en las obras de Pío Baroja, Azorín y Julio Camba, a las que ha dedicado distintos trabajos. Acaba de publicar el ensayo de historia cultural Baroja y España: un amor imposible (Madrid, Fórcola, 2014). Es autor del blog El malestar en la (in)cultura.

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Ficha técnica

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