Clave de El otoño siempre hiere (2000) es el momento en que el narrador hace al lector –al que imagina «presunto novelista»– una propuesta en forma de dilema. Se trata, nos dice, de un «contrato fáustico, algo parecido al que el pintor Picasso rubricó cuando Mefistófeles le visitó en 1911». Así, nos sigue diciendo el narrador, habría dos opciones. La primera tendría como consecuencia «un texto sólido, terminado, único y ejemplar pero con una condición complementaria: a partir de ahí, como Juan Rulfo, el escritor quedaría condenado a no escribir ni una línea más». La segunda, sin embargo, se conformaría con un libro imperfecto, un «texto nada deleznable, pero por alguna razón, fallido aunque, eso sí, abierto a la posibilidad