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Rencoroso destino

Helena o Nadie

RHEA GALANAKI

Editorial Metáfora

Trad. de Natividad Gálvez.

260 págs.

16,23 €

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No cabe duda de que la última novela de Rhea Galanaki (Creta, 1947), galardonada con el segundo puesto del Premio Europeo Aresteion y con el Premio Nacional de Literatura en 1999, bebe de la leyenda de Helena, la hermosa mujer griega que huye hacia Troya con Paris, renunciando a su patria y abjurando de sus sentimientos de esposa y madre. Aunque en este caso, la protagonista, una muchacha griega del siglo XIX que también se llama Helena, no se vale únicamente de su belleza y sí lucha por forjar su destino. Así, cruza el Mediterráneo para estudiar pintura, transformándose al llegar a Italia en un muchacho que lleva por nombre Nadie («mi nombre es Nadie y Nadie me llaman mi padre, mi madre y mis compañeros todos», le dice Ulises al cíclope en el canto IX de La Odisea). En este país tendrá dos hijos y se cambiará de credo para casarse con un revolucionario condenado a muerte –estamos en la época del nacionalismo revolucionario italiano–, escapando de esta forma del sistema social dominante de la época que le ha tocado vivir.

La novela, tercera de esta escritora que también ha cultivado la poesía, los ensayos y los relatos cortos, se inicia con la decisión de la muchacha de irse a estudiar a Italia. Su padre, un capitán retirado de origen albanés, comprende que la pasión de su hija por la pintura es semejante a la de sus viajes marinos y por este motivo apoya la decisión. Por otro lado, él mismo también se enfrenta a un reto: con el dinero obtenido por la venta de su último barco, sin saber leer ni escribir el griego, compra un viejo teatro y se convierte en empresario. Desde este momento, la vida de la protagonista (basada en la vida real de la pintora griega Helena Altamura Búcara, según se deduce de los agradecimientos del libro) correrá pareja a los avatares de ese teatro que en los últimos años de su vida, «cerrado a cal y canto y sin actividad alguna», debe ser demolido.

En Helena o Nadie están presentes varios de los elementos característicos de la generación de narradores griegos de los ochenta que ya se habían esbozado –y censurado– en la generación del setenta: la fatalidad, la invocación de la fantasía, la muerte omnipresente de forma más o menos velada, el mal como una fuerza innata en el mundo del hombre. Pero a diferencia de otros autores de esta generación, la narrativa de Rhea Galanaki (o, al menos este libro) parece estar, como veremos, un tanto lastrada por el peso de la tradición y la mitología.

Con una prosa acorde con el ambiente y la época que describe, aunque de tono lánguido y frecuentemente monótono, Rhea Galanaki alterna el uso de dos voces para rememorar la vida de la pintora. Por un lado, tenemos la de la propia Helena que, situándose en un tiempo posterior al desarrollo de la historia, se dirige a sus hijos. Por otro, la de un narrador omnisciente que da cuenta de la temprana pasión por la pintura de la protagonista, de los años de aprendizaje en Italia bajo otra identidad, del conocimiento del amor, del nacimiento de los hijos y de su reclusión durante los últimos años en la isla de Spetses, todo bajo la presencia constante de esos demonios del nacimiento que son las Parcas.

Pues bien, la primera duda que surge al adentrarse en este libro, es la siguiente: ¿por qué estas dos voces? La condición de ser mujer en una sociedad dominada por el hombre puede hacer que una segunda voz, en este caso la de Helena, aparezca como necesaria para lograr la visión de la totalidad. Ocurre, sin embargo, que esta voz narrativa no se diferencia en gran cosa de la otra (el estilo, el ritmo, el nivel de la prosa o incluso algunas de las reflexiones son exactamente los mismos), resultando ser un mero eco que poco ayuda en la indagación de la psicología del personaje.

Si en un principio la protagonista parece dotada de una fuerte personalidad, a lo largo del relato su voluntad y determinación se van debilitando. Así, cuando su marido la abandona, la Nadie de Italia vuelve a Grecia convertida en una Helena quejosa e inexplicablemente débil, que quema todos sus cuadros y que renuncia a su vida pasada encerrándose en su casa de la isla de Spetses y sometiéndose dócilmente a la venganza del destino. Puesto que no se ha profundizado en el resto de los personajes (los hijos, el hermano, el marido, el maestro, el padre…), y puesto que se ha escogido a Helena como conciencia central que refleja y examina la realidad, toda la novela queda impregnada por la personalidad sensiblera y melodramática de la protagonista, que al final de sus días vive acompañada de Lascarina, una criada coja (recuérdese que las famosas Parcas de la mitología griega también lo eran) que representa al destino que, por mucho que intetemos cambiar, nos toca irrevocablemente vivir.

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Ficha técnica

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