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Un hombre nuevo

Out of the Gobi: My Story of China and America

WEIJIAN SHAN

John Wiley & Sons Inc., Hoboken, NJ, 2019.

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Weijian Shan es el fundador y presidente ejecutivo, desde 2002, del Grupo PGA, una de las gestoras de fondos alternativos más activas de Asia, con un volumen de recursos gestionados superior a 35 millardos de dólares y oficinas distribuidas por todo el continente. Es la culminación de una carrera financiera brillante, iniciada en 1987, en que, abandonando su puesto de profesor en la Wharton School, aceptó una oferta de JP Morgan que le condujo a la presidencia de la filial del banco en China, a la presidencia para toda Asia después y finalmente a la oportunidad de establecerse por su cuenta. Un hombre afortunado que ha hecho una gran fortuna. Nada sorprendente, por otra parte, hoy en día en que el mundo está lleno de multimillonarios chinos.

Pero ninguno que haya sufrido en su carne los peores excesos del fanatismo maoísta y salido indemne de la experiencia. Shan nació en Pekin en 1953 en una familia modesta de funcionarios. Muy buen estudiante, un día, al llegar al colegio y encontrarlo cerrado, celebró con sus compañeros la llegada de unas vacaciones inesperadas. Cuando se prolongaron demasiado y empezó la violencia en las calles, descubrió a sus 13 años que había empezado la Revolución Cultural y entró en la guardia roja con entusiasmo. El espectáculo de los asesinatos de profesores, las torturas a altos cargos y la humillación de héroes de la Revolución, como la esposa de Liu Sao-Chi, presidente de la República, enfriaron su ardor inicial. El caos absoluto se alcanza en 1969 cuando, depurados todos «los elementos burgueses del gobierno y de la jerarquía del partido», los jóvenes guardias rojos empiezan a matarse entre ellos. La solución, para evitar la guerra civil, es mandar a los estudiantes al campo con objeto de librarlos de sus prejuicios burgueses al mezclarse con la austera vida proletaria de los campesinos.

De modo que Shan, encuadrado en un batallón de obras públicas, es trasladado al desierto de Gobi en donde durante seis años, hasta 1975, aprenderá el arte de sobrevivir. El trabajo es duro y absurdo, con jornadas de quince horas. El clima es extremo: tórrido en verano y siberiano en invierno. Los doce hombres que componen un pelotón duermen apiñados en una choza mínima, de la que, en las noches invernales con temperaturas inferiores a 30 grados bajo cero, nadie osa salir, de modo que liberan su presión mingitoria en los recipientes que, sumariamente lavados, usarán para comer su desayuno. Las raciones son tan escasas que los ardientes revolucionarios caen frecuentemente en la tentación de hacer incursiones nocturnas en los corrales de los campesinos, que les tienden trampas o les disparan con escopetas de aire comprimido. El sueño de Mao de la alianza obrero-campesina hecho realidad.

Todos los proyectos emprendidos por las brigadas de trabajadores se saldan con tremendos fracasos. Los cultivos no prenden en un suelo salino; la desecación de una laguna se enfrenta a una muralla infranqueable de plantas marinas; un canal de varios kilómetros, construido con herramientas rudimentarias, no llega a ningún río.

Las sesiones de reeducación política a cargo de jefes y comisarios no contribuyen a aumentar la productividad. En ellas, además de informarles del hambre que padecen los proletarios de los países capitalistas, los comisarios reprimen las desviaciones contrarrevolucionarias cuando se presentan, como, por ejemplo, la atracción sexual. La separación de sexos es estricta, excepto en el trabajo donde pelotones de chicos y chicas trabajan codo con codo. Pero incluso un intercambio de sonrisas está penalizado porque la atracción sexual es una deformación burguesa. Los libros —como cualquier indicio de preocupación intelectual— están prohibidos, y la petición de un permiso para ir a la enfermería puede ser interpretada como un intento de sabotaje. De modo que hay que leer a escondidas y, en caso de caer enfermo, callarse y esperar a caer desplomado. Si se presenta una oportunidad de traslado atractiva, jamás declarar que uno está interesado; la reacción aconsejable consiste en decir: yo solo quiero cumplir la voluntad del Partido.
Al mismo tiempo, el apremio de las necesidades hace surgir una serie de mercados informales donde se intercambian cigarrillos, alimentos y hasta medicinas; los comisarios, para su avance personal, también necesitan ocasionalmente la colaboración de subordinados intelectualmente más capaces a los que deben compensar secretamente con contraprestaciones varias. Huelga decir que estos comisarios pueden abusar de su poder para obtener favores sexuales de alguna abanderada del maoísmo en apuros. Resulta así que mientras los autoproclamados intelectuales de la izquierda europea celebraban la figura de Mao y su construcción de un «hombre nuevo», la realidad revolucionaria era muy otra. Bajo la retórica marxista y los rituales del culto maoísta, bullía un clima de cinismo, conspiraciones y desconfianza. Y no porque los burócratas del partido fueran naturalmente malvados sino porque la escasez de recursos era pavorosa y porque el mecanismo de selección darwiniana es implacable.

Por una afortunada combinación de circunstancias, Shan fue seleccionado, por sus conocimientos de inglés por el Instituto de Comercio Exterior. Él, como muchos de sus compatriotas, escuchaba las emisiones de Voice of America y de la BBC para enterarse de lo que pasaba en su país, lo cual estaba terminantemente prohibido. Estaba prohibido escuchar las emisiones capitalistas, pero no lo estaba poseer un receptor de radio de onda corta. El país es inmenso, la población dispersa, y careciendo entonces de redes de teléfonos y telégrafos, las consignas del partido solo se podían transmitir rápidamente por onda corta.

A los cuatro años de su regreso a Pekin, Shan tuvo el siguiente golpe de suerte en 1979, cuando, fruto de la famosa visita oficial del presidente Nixon, China Y Estados Unidos establecieron relaciones diplomáticas. Shan fue uno de los primeros estudiantes que recibió una beca para estudiar en América, siendo admitido, pese a no haber terminado el bachillerato, por la Universidad de Stanford, admisión a la que renunció en favor de la Universidad de San Francisco porque sus superiores creían que Stanford era una universidad de nivel bajo.

Tras una serie de avatares Shan aterrizó en la Universidad de Berkeley y el mismo día conoció a su tutora que resultó ser Janet Yellen, treinta años antes de llegar a ser presidenta de la Reserva Federal. Yellen dice en el prólogo del libro que recuerda perfectamente su impresión primera de Shan: un joven voluntarioso, hambriento y con un conocimiento de las matemáticas fragmentario. Más adelante comprendió su primera impresión al confesarle Shan que había tenido que aprender matemáticas por su cuenta, estudiando a la luz de una vela.

El libro de Shan es más que una autobiografía fascinante, en la que el protagonista, todavía niño es arrancado de la familia protectora y forzado a convertirse en adulto en un ambiente de violencia y terror; y con el salto, casi sin solución de continuidad, desde la edad de hierro del Gobi a la California postmoderna. Siguiendo ese hilo conductor, el lector encuentra una de las mejores descripciones del régimen maoísta, escrita, por un testigo y actor directo, con una atención al detalle que parece un acta notarial; dentro de este argumento, las páginas sobre Gobi son como un diario de campaña de los hechos y dichos de sus protagonistas, enfrentados a un paisaje desolador; y en los capítulos finales, enmarcando las peripecias del protagonista por Estados Unidos , aparece como telón de fondo un fresco de la vida americana que revela tanto la singularidad del país como los errores de perspectiva del sorprendido narrador. A su llegada a San Francisco descubre con asombro que nadie allí sintoniza Voice of America o la BBC y le maravilla que a sus vecinos solo les preocupe recibir los partes de las emisoras locales sobre el estado del tiempo y las condiciones del tráfico de cercanías. Un libro interesante de un personaje interesante.

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Ficha técnica

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