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Hermoso y verdadero

TAN FUERTE, TAN CERCA

Jonathan Safran Foer

Lumen, Barcelona

Trad. de Toni Hill

424 pp.

21 euros

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Durante la lectura de Tan fuerte, tan cerca me hice esta pregunta: qué me gustaba más, ¿la historia o el modo de contarla? Una frase de George Steiner en Tolstói o Dostoievski vino a solventar mi duda: «La vitalidad de una novela es inseparable del virtuosismo técnico». Discernir entre una cosa y la otra era como preguntarse qué fue antes, si el huevo o la gallina. Quiero decir con esto que Jonathan Safran Foer ha escrito una novela perfectamente ensamblada y que, teniendo en cuenta el insólito artilugio que utiliza como plantilla para narrar su historia, dicho logro resulta asombroso.

El argumento es sencillo: niño pierde padre. Las emociones son múltiples. Cabe ahora recordar el significado de sentimiento: «estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente». Otra pregunta: ¿por qué una novela que gira en torno a un tema muy concreto trasciende hasta la vibración de registros tan diferentes como el humor, la lucidez o el tabú? La respuesta la encontramos en los Diarios de Ralph W. Emerson: nada conmueve más que la simple verdad.Y aquí me gustaría mencionar un aspecto previo a la dilucidación de la obra: su mensaje. De nuevo es George Steiner quien sostiene que el artificio técnico actúa como vehículo de una filosofía.Y la que Jonathan Safran Foer desliza en estas páginas es imperiosamente humana. Oskar, el niño protagonista, se adhiere con naturalidad a un código de conducta tan bondadoso como inteligente en el que todo es posible.Vive de cara a sus razones de existir, que no sólo las tiene, sino que es consciente de ellas, y habla de expresar su propio centro. La inclinación científica y el saludable corazón del niño lo convierten en símbolo de los tiempos que vienen. Como metáfora de esos mismos tiempos, Oskar sólo viste de blanco, y, a modo de insuperable escudo protector, es ateo.

Desde luego, el niño es raro. Durante las dos primeras páginas, de igual manera que sucedería durante los dos primeros minutos si lo conociéramos en persona, nos resulta pedante. Sin embargo, su carácter imaginativo y resuelto gana la partida del afecto. Baste advertir que se trata de un niño cuyas inquietudes están muy por encima de la media.Acaba de perder a su padre en el atentado de las Torres Gemelas y siente rabia, impotencia y dolor. Canaliza sus males tratando de encontrar la cerradura de una llave a la que asocia con su padre. La tarea es titánica y absurda, pero lo que importa es hacer algo, estar en marcha, seguir adelante. Porque esa búsqueda, en realidad, es sólo una manera de despedirse poco a poco del padre repentina y bestialmente arrebatado. El tema es escabroso, pero el autor sabe edulcorarlo con inocencia, ternura y creatividad. La novela se convierte entonces en una trama en la que intriga, expectación, sorpresa y entretenimiento (en el mejor sentido de la palabra), pasan a ocupar el primer plano. Tan fuerte, tan cerca es literatura escrita desde el corazón. Lo cual viene a demostrar que no todo lo literariamente bueno tiene que ser maldito por necesidad.

Con el fin de mostrar la realidad desde distintos puntos de vista, la estructura es cíclica, «rota» y reiterativa. La historia paralela de los abuelos, de interés menor, ayuda a comprender la excentricidad del niño («de casta le viene al galgo»). En los clímax, la prosa raya con lo poético, no por el empleo de metáforas, sino por la eliminación de lo superfluo. Los diálogos buscan la espina dorsal del lenguaje (p. 245: «Por qué me abandonas»; «No sé vivir»), los silencios significan y las llamativas licencias que se toma el autor (rotulados, espacios entre palabras, cambio del tamaño de fuente, fotografías) están cargadas de la emoción que se trata de comunicar. «Estoy en estado de emoción constante», le dice Oskar al psicólogo, «siento demasiado. Eso es lo que pasa».Y ese «sentir demasiado» es lo que Safran Foer cocina a fuego lento con interés minucioso. Por fugaz que sea la escena, donde enfoca su atención desnuda lo acontecido. La realidad aparece sin aspavientos ante la pluma ajena del escritor, que se mantiene impasible, y ante la mirada por momentos atónita, o nublosa, o iluminada de quien lee. La importancia por el detalle, el gusto por los datos curiosos (p. 219: «El cuerpo humano tiene suficiente hierro como para hacer un clavo de dos centímetros») y la utilización de fotografías me recordaron a W. G. Sebald.Y ambos destacan el poder de los muertos sobre las vidas de los vivos. El caso es que los tres elementos mencionados (detalle, curiosidad y fotografía), actuando juntos, favorecen una nueva visión más poderosa que la representada en la materia o en la superficie del lenguaje.

La novela tiene inconvenientes, pero en el conjunto de la obra carecen de importancia. En general se refieren a la recreación de ciertas actitudes o acciones, nimias para el desarrollo narrativo, que no entonan con la verosimilitud del relato (la abuela escribe sus memorias en blanco porque no ve que la cinta de tinta está seca). Poco más que decir.
 

Tan fuerte, tan cerca es un libro soberbio. Harold Bloom señala que «leemos en busca de más vida y sólo el genio nos la puede proveer». No digo que Safran Foer sea un genio, pero sí que «más vida» es precisamente lo que encontramos en esta novela que nos desacostumbra a los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas, a las personas que saltan al vacío y al llanto desconsolado de los familiares. Logra que «mil palabras» valgan más que una imagen. El título del capítulo último resume mis impresiones: hermoso y verdadero.

 

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Ficha técnica

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