Juan Antonio González Fuentes
Creo que una de las principales razones de la existencia de las páginas de esta revista es avisar al lector de lo que a juicio del crítico va a encontrarse cuando inicie la lectura de un determinado libro. Por eso cumplo con mi deber si escribo que quien se acerque a El halcón peregrino va a hallar una anticuada obra maestra. Esta extensa nouvelle fue publicada por vez primera en su versión original en el año 1940, es decir, en un momento histórico en el que toda la literatura occidental estaba fuertemente influida por los grandes modelos narrativos norteamericanos; modelos estilísticos y temáticos establecidos entre otros por autores como Ernest Hemingway,William Faulkner, Saul Bellow, John Steinbeck, John Dos Passos, Francis
Este verano he visto en la Filmoteca de Cantabria una de las primeras películas de Francis Ford Coppola, La conversación. El personal filme, en el que Coppola demuestra un talento y una pericia narrativa fuera de lo común, trata sobre la grabación de una conversación privada en un parque público por parte de unos profesionales contratados por una agencia gubernamental norteamericana, y sobre cómo el autor de la grabación (un estupendo Gene Hackman) se percata poco a poco de que el contenido de las cintas revela la posibilidad de que se cometa un asesinato, algo que ya vivió en el pasado marcando para siempre su existencia. El argumento de esta película me hizo pensar inmediatamente en una cinta de Woody
Cuando en la primavera del año 1876, en un paraje de las Colinas Negras llamado Little Big Horn, el famoso «general niño» de la guerra civil norteamericana, George A. Custer, y los 264 oficiales y soldados de su regimiento fueron masacrados por 2.500 guerreros indios dirigidos por Sitting Bull, el libro Hojas de hierba, escrito por el poeta y periodista neoyorquino Walt Whitman, y publicado por vez primera en 1855, llevaba vendidas varias ediciones y estaba en camino de convertirse en el «antes y después» del lenguaje poético norteamericano, en el centro de su canon literario nacional, lugar en que lo ha situado la crítica anglosajona del siglo XX , viniéndome ahora a la memoria, como mero ejemplo de esta
En uno de sus textos (no puedo precisar ahora mismo en cuál), el incisivo Karl Kraus asegura que es un pedante o un esteta el escritor que exige a su lector algo más que el percatarse de su pensamiento. Esta satírica definición de esteta puede aplicarse muy bien a Oscar Wilde (Dublín, 1854-París, 1900), un artista que por encima de otras consideraciones siempre aspiró a que sus palabras y su propia vida fueran una perfecta encarnación de la Belleza con mayúsculas. Quizá en esta íntima aspiración, como ha insinuado alguna vez Luis Antonio de Villena, se encuentre la razón principal que explica el porqué Wilde fue perseguido y castigado por la sociedad de su época durante el tramo final de
Desde 1996 nuestro propósito es transmitir, a través del comentario bibliográfico, opinión cultural de altura a un público lector, muy formado y con intereses más amplios que los correspondientes a su especialidad.