Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

La biblioteca del fin del mundo

No lo advertí hasta que pasaron unos días. Mi biblioteca crecía con nuevos ejemplares, pero no se trataba de obras que yo hubiera adquirido, sino de volúmenes que irrumpían en los anaqueles de forma misteriosa. No sabía de dónde procedían. Mi mujer me aclaró que ella tampoco los había comprado. Vivimos en las afueras de Algar de las Peñas, casi en el fin del pequeño mundo compuesto por los trescientos habitantes de este pueblo de la sierra norte de Guadalajara.

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Elogio y discusión de Orwell

Señalábamos aquí hace un par de semanas que las recientes elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid habían supuesto —de momento— el paroxismo de una cierta tendencia de la política española, consistente en la agitación de significantes de fuerte carga histórica y afectiva sin relación aparente con la realidad social observable. Y de ahí que pasáramos alegremente del «comunismo o libertad» a ese «democracia o fascismo» que había sido ensayado ya con éxito en las penúltimas elecciones generales. Pero los partidos no han sido los únicos en poner en circulación palabras hipertrofiadas, como atestigua ese manifiesto —avalado por cientos de intelectuales— que hablaba de los «26 años de infierno» vividos en la sociedad madrileña por culpa de los distintos gobiernos del centroderecha.

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La evolución de la mente: de las bacterias a Dennett 

«¿Cómo es que hay mentes? ¿Cómo es posible que estas mentes hagan esta pregunta y la respondan?» Con estas dos preguntas, de apariencia inocente, inicia Daniel Dennett (Boston, 1942) su último libro. Uno de los más prestigiosos y polémicos filósofos norteamericanos, director del Center for Cognitive Studies de la Universidad de Tufts desde hace tres décadas, Dennett ha desplegado una abundante y sólida labor investigadora y divulgativa en distintos campos ?filosofía de la mente, filosofía de la biología, ciencias cognitivas, memética, etc.?, cuyo denominador común es un fuerte compromiso con los principios materialistas y evolucionistas (darwinistas). Sus obras más influyentes y debatidas (La actitud intencionalLa conciencia explicadaLa peligrosa idea de Darwin y Romper el hechizo. La religión como un fenómeno natural), publicadas entre 1987 y 2006, tuvieron como propósito profundizar en la comprensión de la conciencia y la condición humana desde una consideración naturalista del hombre, es decir, del ser humano y de sus obras como un producto más del proceso evolutivo.

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Por qué el hombre es diferente

La especie humana moderna surgió hace aproximadamente doscientos mil años en la sabana africana. Desde ahí, se ha extendido por todo el planeta, ocupando todos los continentes menos la Antártida. Aunque algunos se propagaron por África y fuera de ella con anterioridad, todos los humanos actuales provienen de una migración relativamente reciente que se produjo hace poco más de sesenta mil años. A través del actual Oriente Próximo, se extendieron por el sur de Eurasia y llegaron a Australia hace cuarenta y cinco mil años. Su expansión continuó por Europa y Asia, alcanzando el océano ártico hace treinta mil años. Cruzó hacia Alaska y Canadá y colonizó el continente americano, de norte a sur, en sólo unos pocos miles de años. Ninguna otra especie animal, incluyendo otros homininos como Homo erectusHomo heidelbergensis o nuestros parientes más próximos, los neandertales y los denisovanos, ha sido capaz de una proeza similar. La diversidad de hábitats ha exigido que nuestra especie haya desarrollado una amplia gama de conocimientos, herramientas y conductas que le ha permitido sobrevivir en medios tan hostiles como las estepas heladas del norte de Eurasia, muchas regiones desérticas o las distintas selvas tropicales que ha ido encontrando en su dispersión. 

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¿Qué está en nuestro ADN?

En 1942 se publicó Evolution. The Modern Synthesis, la obra de Julian Huxley que suele tomarse como el manifiesto de la integración de distintas disciplinas biológicas, previamente inconexas, en torno al principio darwinista de evolución por selección natural especificado en los modelos matemáticos de la genética de poblaciones. Esta proclamación del flamante neodarwinismo suscribía tácitamente el pacto de dejar a un lado cualquier referencia a una posible base hereditaria de la naturaleza humana, en atención a las atrocidades cometidas por la aplicación de programas eugenésicos, en especial las perpetradas por el nacionalsocialismo. La aparición en 1975 del libro de Edward O. Wilson, cuyo título Sociobiology. The New Synthesis era palpablemente intencionado, rompió con el convenio previo en su último capítulo, al proponer una interpretación de la condición humana inspirada en un ultradarwinismo reduccionista apoyado en un modelo genético rígido. La sociobiología contó desde su inicio con la militante oposición de muchos, pero Wilson aceptó decididamente el reto. Primero, ampliando y defendiendo su tesis en On Human Nature (1978), texto galardonado con el premio Pulitzer. Segundo, reforzando los fundamentos teóricos de su proyecto (en colaboración con Charles J. Lumsden) en Genes, Mind and Culture. The coevolutionary process (1981) y Promethean Fire. Reflections on the Origin of Mind (1983). 

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Los telómeros. Una interesante aventura

En mis tiempos de formación como biólogo aprendí que los telómeros, unas estructuras que ocupan los extremos de los cromosomas, habían sido descubiertos por Hermann Joseph Muller (premio Nobel en 1946) y que Barbara McClintock (premio Nobel en 1993) había deducido que estas estructuras eran esenciales para la distribución equitativa del material genético de una célula entre sus descendientes, ya que los cromosomas que carecían de ellos se adherían unos a otros y hacían descarrilar el proceso de distribución.

Posteriormente, Elizabeth H. Blackburn, Carol W. Greider y Jack W. Szostak describieron la estructura molecular de los telómeros, que resultó consistir en cortas secuencias de ADN repetidas en tándem y protegidas por ciertas proteínas, y descubrieron una enzima, denominada telomerasa, que es la pieza central de la maquinaria responsable de su síntesis. Estos científicos recibieron por ello el premio Nobel en 2009. 

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Bajo el volcán

A lo largo de los últimos diez años, Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) ha escrito media docena de novelas y colecciones de cuentos que lo sitúan entre los más originales de la literatura española actual. En su último libro, El silencio y los crujidos, combina esas dos formas con tres relatos que se funden en una especie de novela, aunque no por completo. Como para fomentar aún más la indefinición, los tres relatos son variaciones de una misma historia. El primero está ambientado en una provincia remota del imperio bizantino a finales del siglo VI, el segundo se desarrolla en la década de 1960 en una zona aislada del Amazonas y el tercero mira hacia Menorca en un futuro próximo. En esos escenarios reaparecen varios motivos, incluido el de la obsesión con las alturas y el aislamiento, así como personajes que encallan en situaciones imposibles. Por momentos, nadie parece hallarse en más apuros que el autor. ¿Cuánta libertad de movimientos, por ejemplo, puede tenerse en un relato como «Columna», que versa sobre un estilita obsesionado con la pureza, decidido a acabar sus días encima de un capitel?

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Inteligencias alternativas

Existen huellas de vida en la Tierra desde hace tres mil ochocientos millones de años, cuando apenas habían transcurrido setecientos millones de años desde la formación del planeta. Este escaso período de tiempo fue suficiente para que surgieran los primeros organismos unicelulares y, a partir de ellos, las dos líneas evolutivas que condujeron hacia bacterias y arqueas. Esta rapidez permite conjeturar que la génesis de un sistema viviente es un acontecimiento con una probabilidad no despreciable cuando se dan las condiciones apropiadas. De ahí el interés que despierta el descubrimiento de exoplanetas de características similares al nuestro o la posible presencia de agua en un plantea como Marte, en el que quizás pudo también surgir la vida a pesar de poseer un ambiente más inhóspito para la misma.

La unidad de vida tal como la conocemos es la célula. Las células son sistemas complejos capaces de reproducirse y de mantener una organización y una homeostasia interna a través de una buena cantidad de reacciones químicas que constituyen el metabolismo celular. Son capaces de percibir cambios en el medio externo e interno y de reaccionar en consecuencia, generando reacciones químicas y, a veces, movimientos. 

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Sumo y resta

En este año de renovada toma de conciencia por todas partes sobre la situación de la mujer, un incidente en el ámbito del sumo, el deporte nacional de Japón y elemento fundamental de su cultura tradicional, ha venido a poner de manifiesto la complicada, y compleja, realidad a que se enfrentan las mujeres japonesas. La polémica que se ha desatado es especialmente interesante para el observador extranjero.

El alcalde de Maizuru, prefectura de Kioto, pronunciaba su discurso con ocasión de un campeonato de sumo durante la primera semana de abril, cuando cayó de pronto al suelo a causa de un aneurisma cerebral. Dos mujeres se abalanzaron a prestarle primeros auxilios y practicarle resucitación cardiopulmonar, e inmediatamente se oyeron por los altavoces varios avisos del árbitro conminándolas a abandonar el dohy?, el ring donde se desarrolla el combate de sumo, un pequeño círculo preparado a base de arcilla y arena de apenas 4,55 metros de diámetro que se considera espacio sagrado. 

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Paraísos perdidos, especies que se extinguen

Edward O. Wilson insiste de nuevo, y con razón, sobre la necesidad de velar por la biodiversidad de la Tierra. Wilson, ya muy famoso en la década de los setenta por su controvertida obra sobre sociobiología, concentrada en la trilogía: The Insect Societies (1971), Sociobiology. The New Synthesis (1975) y On Human Nature (1979), las tres publicadas por Harvard University Press, pasó a ocuparse intensivamente de temas más naturalistas en los años ochenta y noventa. De entonces son The Ants (1990, con Bert Hölldobler, ganadora del premio Pulitzer) y, especialmente importante para el tema que hoy nos ocupa, The Diversity of Life (1992). Ambas fueron también publicadas originalmente por Harvard University Press, y después en español con los títulos respectivos Viaje a las hormigas (Barcelona, Crítica, 1996) y La diversidad de la vida (Barcelona, Crítica, 1994), en ambos casos con una excelente traducción de Joandomènec Ros.

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¿Cómo nos hicimos morales? Filogénesis de la moralidad humana

El comportamiento moral es, en sentido estricto, un rasgo exclusivo de la especie humana. Es cierto que compartimos con otras especies de primates emociones de empatía, afecto y altruismo dirigidas hacia hijos, parientes y otros individuos con los que convivimos de manera intensa, y que dichos sentimientos están en la raíz de nuestra conducta moral. Pero la moralidad supone algo más. Por una parte, los seres humanos somos capaces de categorizar la conducta propia y ajena en términos de valor –buena o mala, justa o injusta– y formulamos juicios de esta naturaleza que confieren relieves morales al mundo, genuinas asimetrías valorativas. Tales juicios se sustentan en valores y normas adquiridos culturalmente, pero también, probablemente, en ciertas intuiciones morales cuya identidad y alcance se discute a menudo. Además, las normas y valores morales que regulan la vida de las sociedades humanas difieren en ocasiones de manera notable de unas culturas a otras, dotando a la moralidad humana de una sorprendente diversidad. Por otra parte, los humanos sentimos ira e indignación y deseo de castigar a otros individuos cuando actúan de manera que consideramos incorrecta y, al tiempo, culpa y vergüenza cuando somos nosotros quienes lo hacemos así, incorporando a nuestra experiencia moral una intensa dimensión emocional de extraordinarias consecuencias para la vida en común.

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El índice de Gini en el posneolítico agrícola

Los de mi generación crecimos preocupados más por la pobreza que por la desigualdad y, al menos yo, tuve que aprender muy tardíamente en qué consiste el índice de Gini (0, cuando todos tienen exactamente lo mismo y 1, cuando hay uno que lo tiene todo). Cuando ya empezaba a sentirme cómodo leyendo a Thomas Piketty, me ha saltado la liebre de que hay arqueólogos y antropólogos que han empezado a introducir en sus trabajos el mencionado índice y los conceptos a él asociados. Así ocurre, por ejemplo, en un trabajo que Timothy A. Kohler et altera acaban de publicar en la revista Nature sobre las mayores disparidades de riqueza en Eurasia en comparación con América del Norte y Central. Diremos, de entrada, que estas disparidades eran en aquellos tiempos menores que las que se dan en la actualidad en Norteamérica, por ejemplo.

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