Libros recientes.
Los olores en la historia
«A los olores se los silencia, se los ignora. Y en ciertos casos, se los desprecia y hunde en el abismo de la vergüenza. Aromas, perfumes, fragancias, esencias, hedores, hediondeces, tufos, fetideces, pestilencias, emanaciones, efluvios, vahos y demás declinaciones que componen aquello que englobamos bajo el paraguas de la palabra “olor” forman un cosmos oculto, la dimensión invisible e invisibilizada de la realidad pese a que desde tiempos inmemoriales se ha buscado comunicarse con lo sagrado y aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes en todas las religiones del mundo».
Muros reales y muros virtuales
Decía Jim Thompson, escritor y guionista estadounidense, que existen treinta y dos formas de contar una historia, pero solo una trama. Esto, que podría parecer de Perogrullo, se opone al relato que intelectuales como el carismático Miguel Anxo Bastos nos cuenta en su seminario «Ideologías y teoría política contemporánea». Para Bastos, «A no es A, es como interpretamos A», dice a sus alumnos -donde A, continuando con nuestra metáfora cinematográfica, se correspondería con la trama-.
El fin del mundo, de este mundo
Crear PDF de este artículo.En nuestro desempeño profesional, los historiadores nos encontramos sumergidos en el pasado. Es verdad, como se ha dicho muchas veces, que procuramos mantener nuestros pies en la tierra y, con ello, tratamos de ser conscientes del momento en el que estamos y desde el que escribimos -«toda historia es historia contemporánea», como dictaminó Croce-, pero no es menos cierto que la mirada persistente al ayer nos marca en más de un sentido. Así, por poner un detalle trivial, los amigos que no son de la profesión me suelen hacer notar que tenemos una propensión –casi enfermiza, dicen algunos, yo creo que con exageración- a rastrear las raíces de todo acontecimiento o proceso que acaece en nuestros
Retrato de un dandy. El conde Sobański y la generación perdida europea
Crear PDF de este artículo.He señalado en diversas ocasiones que mi pretensión en este blog no es tanto amoldarme a lo que usualmente se conocen como reseñas cuanto escribir sin constricciones previas sobre aquellos temas que por cualquier motivo me resulten atractivos. Es innegable que para ello utilizo habitualmente libros de reciente aparición o que tratan asuntos candentes, razón que conduce de modo inevitable al equívoco, sin mayores consecuencias por lo demás, porque –ocioso es subrayarlo- en el fondo poco importa la catalogación si el contenido mantiene una cierta dignidad, a la que modestamente aspiro. La cuestión, que podría parecer un prurito profesional sin más recorrido, me parece pertinente y nada banal en este caso concreto que ahora me ocupa
Cómo hacer que los ricos paguen y no eludir en el intento
Crear PDF de este artículo.Decía Lenin que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Algo así ocurre con el mercado editorial. Por un lado, mientras que las traducciones de los libros de Žižek se publican casi al mismo tiempo que los originales, por otro lado, el On What Matters de Derek Parfit, uno de los mayores hitos de la filosofía analítica de los últimos años, continúa sin ser traducido a pesar de cumplirse, en mayo, diez años de su publicación. Aunque esto no debería sorprendernos en exceso, ya que como bien nos ha enseñado el trap a los de mi generación: en España siempre ha ido todo muy lento. Sin embargo, este
Juan Gracia Armendáriz: diario de una intimidad compartida
Crear PDF de este artículo.Solo conozco de forma virtual al escritor navarro Juan Gracia Armendáriz. Hemos intercambiado algunos correos, pero no hemos tenido la oportunidad de estrecharnos la mano o fundirnos en un abrazo. Por las fotografías que circulan en la red y el tono de sus mensajes, siempre cálidos e inteligentes, sé que es un tipo simpático y muy humano. En un par de imágenes, posa con un trabuco. Con su melena romántica y su rostro de héroe de folletín decimonónico, la estampa evoca a los duelistas de Joseph Conrad, esos soldados napoleónicos que deambulaban por Europa tras ser desmovilizados, incapaces de adaptarse a una época sin épica ni grandeza. Me gustaría que el escritor navarro se sintiera un
Palmagallarda, todavía inacabada
Quienes hace diez o quince años corrieron a leer cuatro libros sobre la Guerra Civil para poder improvisar el suyo, y que hace cinco temporadas se apuntaron a la «autoficción», son los mismos que ahora, de repente, han descubierto que hay que escribir novelas de doscientas ochenta páginas para explicarnos que hay que tratar bien a las mujeres, algo de lo que, al parecer, se han enterado ahora, y necesitan informarnos sobre ello de una forma muy seria, educarnos urgentemente al respecto. Conviene desconfiar de tales escritores, cuyas preocupaciones de cada época coinciden milimétricamente con los temas de moda o las tendencias editoriales, y, en consecuencia, se agradece la existencia (la supervivencia, cabría decir) de otros cuya obra se va construyendo al margen de toda conveniencia calculada o de cualquier estrategia de imagen. Tanto por temas como por perspectiva o como, sobre todo, por estilo, Ignacio Romero de Solís (Sevilla, 1937) anda bastante desubicado del presente, totalmente a lo suyo, y eso se agradece por definición. Será lo que sea, pero es incontestablemente genuino, literatura con denominación de origen.
La «traición» de Churchill, España, Cataluña
El 24 de mayo de 1944, sólo dos semanas antes del desembarco de los aliados en Normandía, Winston Churchill pronunció en la Cámara de los Comunes un discurso en el que, por primera vez desde el estallido de la guerra, se refirió a España –es decir, al régimen nacido de la Guerra Civil y a Franco– en términos de reconocimiento y agradecimiento por la decisión del Gobierno español de no participar –o, si se quiere, de participar de un modo muy distinto y mucho menos relevante del que pretendía Hitler– en la guerra, haciendo imposible la conquista de Gibraltar y el control del Estrecho por parte de Alemania en 1941, lo que habría sido, según Churchill, un grave problema para Gran Bretaña y su gran aliado, Estados Unidos. Y, lo más interesante cara al futuro, Churchill terminó su referencia a España de una forma claramente tranquilizadora para el propio Franco y su régimen.
Mussolini contra Lenin
El germen del libro Mussolini contra Lenin puede que se encuentre en parte en el prólogo de otro de los libros de Emilio Gentile, centrado en la marcha sobre Roma, en el que realizaba una brevísima comparación entre Mussolini y Lenin y el día en que tomaron el poder. Gentile concluía recriminando: «Todavía no se ha intentado una historia comparada entre la revolución de octubre bolchevique y la revolución de octubre fascista»Emilio Gentile, El fascismo y la marcha sobre Roma, trad. de Luciano Padilla, Barcelona, Edhasa, 2015, p. 13.. No obstante, Mussolini contra Lenin colma sólo parcialmente el vacío historiográfico, ya que no se centra en las dos revoluciones. Tampoco es una comparación entre las dos biografías. Sin embargo, resulta especialmente útil para reflexionar sobre la evolución del pensamiento de Mussolini y su visión del poder leninista.
Aires de época
En el cuarto capítulo de La verdadera vida de Sebastian Knight, entre los libros escogidos del héroe de la novela de Vladimir Nabokov, entre Hamlet, Madame Bovary, El hombre invisible, El tiempo recobrado, Alicia en el país de las maravillas, El rey Lear, un diccionario anglo-persa y una guía para comprar caballos, está Viento del sur (1917), de Norman Douglas. Cuando Virginia Woolf reseñó Viento del sur en The Times Literary Supplement del 14 de junio de 1917, definió al autor (que ya contaba entonces cuarenta y nueve años) como «muy personal, muy suyo y de su momento». En Cien libros claves del movimiento moderno, 1880-1950, Cyril Connolly consideró Siren Land (1911), la primera gran aproximación literaria de Douglas a Capri, «un nuevo capítulo de intimidad en el idilio anglo-italiano y uno de los libros de viajes más felices», pero fue Old Calabria (1915) la obra de Douglas que mereció entrar en los Cien libros claves del movimiento moderno, 1880-1950 como obra maestra, ejemplo de fusión de géneros, «libro de viajes, historia, filosofía y autobiografía».
Alta Filosofía Natural
Si seguimos soportando algunas taras ideológicas, es porque funcionan como prejuicios queridos que merman nuestra agudeza, pero tal vez nos ayudan a vivir. Entre estas taras, una de las más llevaderas es el «naturalismo», es decir, la creencia en que «eso-verde-que-está-ahí-fuera» resulta ser radicalmente distinto de nosotros y mejor que nosotros: un mundo armónico y sometido a sus propias leyes, pero que hace las veces de pantalla donde proyectamos nuestros deseos insatisfechos y nuestros delirios.
Bendita obsesión
Franz Schubert compuso Viaje de invierno, un ciclo de canciones para voz y piano sobre el texto homónimo del poeta Wilhelm Müller, hacia el final de su corta vida; y con el tiempo ha llegado a convertirse en uno de esos monumentos de la música clásica que tiene un número grande de devotos solitarios y silenciosos. Los amigos del compositor reaccionaron extrañados cuando este lo interpretó ante ellos, ya cerca de la muerte. Él les advirtió: «Amo esta música más que ninguna otra de las mías, y vosotros llegaréis a amarla igualmente». La amaron, desde luego, y hoy son numerosos sus sucesores, al menos en una cierta escala intelectual y social. Cuando se ofrece el ciclo completo de los veinticuatro Lieder, los auditorios se llenan y, al menos desde hace medio siglo, se han multiplicado las ediciones discográficas. Son seguidores silenciosos y solitarios, porque llevan su devoción de un modo discreto, tal vez con mutuas confesiones sobre su belleza y el escalofrío que produce su escucha, mientras que ninguna de sus canciones se ha visto expropiada –como sí una gran cantidad de piezas de música clásica– para añadirse al incesante muzak que se ha convertido en la banda sonora del capitalismo globalizado. No ha ocurrido, creo, todavía, encontrarse con una de estas canciones en un anuncio televisivo o al subirse a un avión. Demasiado depresivas y tristes, dirá alguno; aunque todo puede llegar. De modo que Viaje de invierno es una música que se disfruta pura, sin contaminaciones ni interferencias; a ser posible, de manera integral. Sería, por eso, tanto más interesante preguntarse qué es lo que escuchan y perciben los devotos de esta pieza de culto, qué clase de resonancias y referencias le encuentran: tanto más cuanto que el texto alemán es asequible sólo para una parte de ellos, y muy pocos pueden hacerse cargo de sus complejidades formales en lo musical.
Lerroux, un liberal in partibus infidelium
Más allá de las obras de José Álvarez Junco sobre Alejandro Lerroux y de Octavio Ruiz Manjón acerca del Partido Radical, siempre me intrigó por qué Lerroux había contado con tan mala opinión historiográfica. Entendía que así fuera en las interpretaciones autodenominadas progresistas: el personaje que gobernó con la CEDA y se opuso al Frente Popular cometió pecados nefandos, sin perdón. Pero es que igual opinión pulula en la historiografía que se predica alejada de banderías. Para casi todos, Lerroux ha pasado a ser un político carente de principios e ideología firmes, capaz de pactar con cualquiera, el prototipo del oportunista y demagogo. Pues bien, Roberto Villa rompe esta imagen con su libro. Primero, por el cúmulo de fuentes utilizadas, única forma de ser historiador sólido; segundo, porque ha desmenuzado qué quiso hacer Lerroux, con quién y para qué en cada momento; tercero, porque habla de su práctica política, anudándola con lo que quería de acuerdo con su ideología, que Villa muestra que sí la tenía; y cuarto, lo ha expuesto con una prosa elegante, gracias a la cual el libro de historia recobra el gozo de la obra bien escrita.
Saudade en Lisboa
Lisboa es la ciudad de la saudade. No es posible caminar por sus calles, plazas y parques sin experimentar nostalgia, melancolía y cierto fatalismo. Antonio Muñoz Molina ya había ambientado una de sus primeras novelas en Lisboa y ahora vuelve a ella para narrarnos la peripecia de Bruno, un hombre en el umbral de la vejez que espera a su pareja en la soledad de un apartamento, sin otra compañía que su perrita Luria. Muñoz Molina elige la primera persona para impulsar el relato, logrando una intensidad que insinúa un fuerte componente autobiográfico. «Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo», afirma Bruno, sin ocultar su pesimismo existencial y su escasa fe en los logros del ser humano. Bruno ha vivido unos años en Nueva York y se ha mudado a Lisboa, buscando un ambiente más íntimo y silencioso. Testigo de los ataques terroristas del 11-S, no se hace ilusiones sobre el curso de la historia: «Probablemente el fin del mundo ha empezado ya, pero aún parece estar lejos de aquí». Se ha adelantado a su pareja, Cecilia, para acondicionar el apartamento. No quiere que añore su vivienda neoyorquina. Ha encontrado un barrio situado cerca del río Tajo y con un puente parecido al George Washington Bridge. Se muestra especialmente cuidadoso con la decoración, intentando reproducir con el máximo detalle el aspecto de su vivienda neoyorquina. El amor necesita una rutina. Las novedades conspiran contra la estabilidad emocional.