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Memoria del corazón

LIBROS DE AMOR

Juan Ramón Jiménez

Linteo, Ourense

236 pp.

30 €

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En la marea de ediciones que acompañan este año a tantas celebraciones de Juan Ramón Jiménez, esta de Libros de amor destaca acaso porque se trata de un libro singular entre los suyos, en cuya historia ha dejado huella de diversas maneras la vida del poeta. Por un lado, porque en él quiso dejar escrita una memoria poética de varios amores pasados y evocarlos en su forma más concreta, refiriéndose a ellos a veces con nombre propio y a menudo con detalles físicos de impúdica precisión. Por otro, porque la irrupción en su vida de un nuevo amor, que había de ser el definitivo, impidió que la obra llegara a imprimirse.

Juan Ramón Jiménez escribió Librosde amor entre 1911 y 1912 en Moguer, recordando y reviviendo amores que habían animado sus años precedentes, amores que, según escribió en un verso, «entibiaron mi vida estéril» (p. 122). Aquellos años comenzaron siendo el período en que sintió peligrar su equilibrio mental, por lo que residió sucesivamente en varios establecimientos de cura, viviendo así etapas que caracterizó como de las más felices de su existencia, hasta que la ruina económica de la familia le impuso otra pauta de vida. En dichos establecimientos, el joven poeta ­melancólico o feliz por momentos­ encontró variada compañía femenina y alimento para su sensualidad y su sensibilidad. En Libros de amor quiso rememorar tales amores, celebrando el amor: «Y en el gesto violento, se te abren los pechos, / y los pezones, tantas veces acariciados, / parecen, desde lejos, más oscuros, más grandes […] / el sexo se te esconde, más pequeño y más blando» (p. 126). Juan Ramón anunció la publicación del libro y hasta lo depositó en la imprenta, pero cuando, en julio de 1913, Zenobia Camprubí, a la que acababa de conocer, expresó su disgusto tras leer los poemas amorosos de Laberinto, lo retiró. El libro quedó inédito y muy escasamente representado en Poesías escojidas, de 1917, y en la Segunda antolojía poética, de 1922.

José Antonio Expósito Hernández ha recuperado de los archivos personales del poeta noventa y tres poemas manuscritos organizados en tres partes, que constituyen lo que hoy puede reconstruirse de aquel libro. Sólo diez de ellos se publicaron en vida del poeta y veintitrés seguían inéditos hasta la fecha. Los demás habían ido figurando en sucesivas ediciones de sus obras que, sin embargo, no ofrecieron una versión plausible de este título. La enormidad de la obra de Juan Ramón, en dimensiones y en altura, explica que abunden entre sus escritos los que no vieron la luz mientras vivió, los inéditos, los refundidos, los abandonados, que, por la lógica implacable del trabajo académico, van llegando a la imprenta. Libros de amor es de los que decidió publicar antes de que sus circunstancias personales lo indujeran a desistir: el amor valía más que su libro. Luego, el poeta se pronunció retrospectivamente con dureza respecto de la poesía contenida en este y otros títulos de esa primera época de su obra, más que en nombre de otra concepción menos física del amor ­que también­, en el de otra manera de poetizar. Aunque lo compuso con treinta años y para entonces gozaba ya de cierto renombre, aún había de recorrer un largo camino de maduración y depuración formal.

Ello, sin embargo, no comporta que la obra fuera desdeñable. No lo es, sino bastante notable y, desde luego, de enorme interés para confrontarla con las sucesivas que sí publicó Juan Ramón.Y en el eterno debate acerca de qué pueden o deben hacer los legatarios y los estudiosos con la obra inédita de un autor, dicha razón es de peso, sobre todo si se suma al juicio del autor en determinado momento de su escritura.

Libros de amor es, declaradamente, libro de amores. Por sus versos desfilan varias figuras femeninas, algunas de ellas dotadas de nombre propio e identificables con personas reales con las que el poeta tuvo relación, y por lo general dueñas de rasgos físicos concretos: color de ojos o de cabellos, timbre de voz, tacto de la piel, olores, senos, brazos o bocas. Los poemas despliegan con fruición «momentos de carne» (p. 77) en cuyo recuerdo el poeta se regocija. Para el Juan Ramón de estos poemas, el contacto sensual con la feminidad, la locura de los cuerpos tan reiterada en ellos, es, de toda evidencia, una de las formas de sentirse ser en plenitud: «Fuimos otros, dos cuerpos locos que se sintieron» (p. 105).

Sin embargo, aunque el poeta se recrea mediante estos alejandrinos asonantados en el recuerdo del goce vivido, otros aspectos del contacto amoroso se suman a él para lograr un «ya más allá del placer», en un proceso de sublimación paralelo al que describe los modos de superar el hastío en un poema de la segunda parte: «las ideas venían en ayuda del cuerpo, / el tiempo nos sobraba […] / ¡Fuiste novela, cuadro, / escultura, hasta música!» (p. 129). Dicha segunda parte del poemario viene rotulada «Lo feo», pero no aporta condena ni desdén, sino la nota melancólica de la desazón, del cansancio, del sentimiento desconcertado. Los amores, pues, fatigan y los castiga el tiempo implacable, que trae el aroma y el sabor de la tierra, de la transitoriedad, de la muerte, de modo que el poeta acude también aquí, aunque sin renunciar a los cuerpos y sus certezas, a la esperanza del amor. El libro en su conjunto, como señala el título, está dedicado al amor, y un poema lo encabeza, a modo de dedicatoria: «Te he deseado, amor», comienza, y ofrece al sentimiento mismo, y no a un amor concreto, el «redondo tesoro» de su corazón, «robado, hora tras hora, al jardín de la muerte».Y concluye: «Si no eres lo que quiero, no vengas todavía. / ¡Déjame hermosear perenne la esperanza!» (p. 61).

Los poemas amorosos de Libros deamor se sitúan, pues, entre la memoria gozosa, aunque un punto inquieta, de los amores vividos, y la esperanza puesta en el amor mismo en que aquéllos se subliman. Lo peculiar, lo significativo de este poemario es que en él un Juan Ramón todavía creciendo se atiene, de forma más sostenida que nunca en adelante, a la huella en la conciencia de la experiencia erótica concreta, fundando sobre ella esa «memoria del corazón [que] no envejece, es siempre actual, engaña a los sentidos y vive por su cuenta» (p. 57).

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Ficha técnica

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