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Artes y letras en la España de hoy: a la altura de los tiempos

ESPAÑA SIGLO XXI. LITERATURA Y BELLAS ARTES (VOL. 5)

Francisco Rico (ed.), Jordi Gracia (ed.), Antonio Bonet (ed.)

Biblioteca Nueva, Madrid

978 pp. 45 €

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El capítulo tercero de La rebelión de las masas lleva como epígrafe «La altura de los tiempos». Dice ahí Ortega que la vida tiene «altitudes diferentes» y, con una expresión muy característica, apunta en seguida «que es una frase llena de sentido la que sin sentido suele repetirse cuando se habla de la altura de los tiempos». Frente al tiempo abstracto de la cronología («todo él llano»), basta fijarse en el «tiempo vital» de cada generación para constatar que «se eleva hoy sobre ayer, o se mantiene a la par, o cae por debajo». La familiar noción de decadencia, por ejemplo, se sostiene, obviamente, sobre dicha percepción. Por el contrario, la vivencia del presente con plenitud lleva a sostener que se está a «la altura de nuestro tiempo». Más aún, cuando desde esta perspectiva se extiende la mirada al pasado, podría decirse que se entra en una fase «en que se cree haber llegado al término de un viaje», una especie de «plenitud de los tiempos». Pone Ortega un ejemplo, no español, sino europeo: el período que transcurre entre finales del XIX y comienzos del XX, cuando el ciudadano del viejo continente llega a creer –no importa ahora si con fundamento o falto de él– que «la vida humana había llegado a ser lo que debía ser, lo que desde muchas generaciones se venía anhelando que fuese, lo que tendría ya que ser siempre»José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Barcelona, Orbis, 1983, pp. 52-54..

Inevitablemente, el tiempo de plenitud se vive sobre la base de otras épocas, «otros tiempos sin plenitud», que ahora sólo son contemplados instrumentalmente como «edades preparatorias» para el primero: «¡Hemos llegado a la altura entrevista, a la meta anticipada, a la cima del tiempo!». Al «todavía no», remacha el filósofo, ha sucedido el «por fin». Quedémonos con esas impresiones y abandonemos ya el sendero orteguiano, que se demora en una estimación ambivalente de la «altura de su tiempo», entre la satisfacción y la incertidumbreIbídem, p. 58.. Nuestro tiempo, como es obvio, poco tiene que ver con aquél, pero precisamente por ello podemos quedarnos con ese punto de referencia de la plétora como característica definitoria de la mirada española a su entorno a comienzos del siglo XXI. No ya sólo porque ese criterio, como tendremos ocasión de comprobar, se pone continuamente de manifiesto en las páginas del libro que nos ocupa –como un leitmotiv que unifica análisis heterogéneos y autores de la más variada condición– sino porque, haciendo caso al pensador madrileño por otros derroteros, esa estimación de plenitud es la que da todo su sentido a la perspectiva española a la hora de juzgar nuestro presente, es decir, al mirar de dónde venimos y adónde queremos dirigirnos.

Basta abrir el libro y leer las primeras páginas –el prólogo de Francisco Rico– para hallar desde el principio esa insistencia en los rasgos y criterios apuntados en el análisis del momento actual de nuestra cultura: normalidad, dinamismo, creatividad, satisfacción, modernidad, equiparación con el entorno, es decir, la antítesis del «pintoresquismo o extravagancia castiza», cuando no del atraso y la decadencia, que han sido los parámetros habituales hasta no hace mucho de todo examen del estado actual de «nuestra civilización», por decirlo en los términos campanudos de Rafael Altamira y los regeneracionistas. En el fondo, toda la polémica sobre la ciencia y, en general, la cultura española, viene de ahí, de la comparación con el entorno europeo para diagnosticar machaconamente que no estábamos a la altura. No quiero retrotraerme a momentos que ahora pueden parecernos lejanos, sino quedarme en pleno siglo XX: el gran proyecto de la España de esa época, escribía José María Beneyto en un notable ensayo sobre el pensamiento hispano en dicho marco histórico, ha sido la europeización. Más aún, enfatizaba poco después, ha sido «el único gran proyecto común de los españoles en el siglo XX». Y sólo ha podido ser tal cosa sobre la base de una percepción de inferioridad, «la superación del desnivel con Europa» como reto y acicate, como motor de las esperanzas españolasJosé María Beneyto, Tragedia y razón. Europa en el pensamiento español del siglo XX, Madrid, Taurus, 1999, p. 13..

Buena parte de la obra de Pedro Laín Entralgo, como es sabido, se mueve en ese registro, la distancia con Europa, con la introducción de una importante pincelada diferencial entre lo que debía reconocerse como diferencia objetiva y lo que podía diagnosticarse como percepción subjetiva. Esta última, argumentaba Laín, se había manifestado y expuesto de forma sistemática en términos tan acerbos y agónicos que daba como resultado la transformación del innegable desnivel en abierta depresión (en su sentido más psicológico que físico)En una de sus últimas obras insistía Laín en tales planteamientos. Véase «La reacción de los intelectuales», en Pedro Laín Entralgo y Carlos Seco Serrano (eds.), España en 1898. Las claves del desastre, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998. Véanse en especial pp. 299-301.. Por estas líneas transitaba Julián Marías al señalar en el largo prólogo que escribió para uno de los volúmenes de la Historia de España de Menéndez Pidal, luego editado como libro autónomo, que el gran problema hispano en el siglo XX fue precisamente esa falta de confianza en las propias fuerzas, esto es, «que España, como nación, no vive a la altura de sí misma»Julián Marías, España ante la historia y ante sí misma (1898-1936), Madrid, Espasa Calpe, 1997, pp. 73-74.. Como se ve, aunque ahora se traslade al capítulo de la autoestima, no terminamos de abandonar la cuestión de alturas, ya sea en comparación con el espacio físico que nos rodea o con el tiempo que vivimos, y ello es así porque éstas han constituido nuestras coordenadas habituales. Sobre estas inevitables premisas recordatorias adquiere todo su sentido el antes mencionado prólogo de Francisco Rico, cuyo propio título sintetiza de modo expresivo el asunto que nos ocupa: «No es ayer». No, no es ayer, en efecto, pero «esa abrumadora distancia que nos separa de ayer mismo, de nosotros mismos» es también la indispensable clave explicativa para poder interpretar lo que ahora somos. Por si fuera poco, la primera frase del siguiente artículo de José-Carlos Mainer es rotundo en la misma dirección: «En asuntos de cultura, hablar del presente –y mucho más del futuro– es hacerlo del pasado».

Sólo que ese pasado inmediato que desemboca en este presente que vivimos, objeto de análisis en su vertiente cultural en este prolijo volumen, ya no es contemplado por ninguno de los especialistas que aquí colaboran en los oscuros términos que han sido habituales, sino todo lo contrario: no sé si tanto como desde la plenitud orteguiana expuesta al comienzo, pero sí desde la patente satisfacción por estar al fin a la altura de los tiempos. Se me permitirán algunos brochazos sueltos para ilustrar las apreciaciones antedichas: «Desde 1975 hasta el presente el pensamiento español ha experimentado una inequívoca puesta en hora con el contexto internacional», escribe Domingo Ródenas al trazar un panorama general del pensamiento y el ensayo españoles (p. 162). Más abiertamente aún, Juan Sisinio Pérez Garzón, al bosquejar el estado actual de la historiografía en España, señala que ésta «ha experimentado en las tres últimas décadas unos avances y un nivel de producción en cantidad y calidad cuya riqueza hay que ensamblarla, sin duda, con los cambios operados en el resto de la sociedad española» (p. 233). En una disciplina con rasgos muy peculiares, como la arqueología, José María Luzón detecta un patente impulso que nos ha llevado del «aislamiento internacional» al prestigio reconocido en esos mismos foros: «El tránsito de la España de la dictadura a la España democrática ha coincidido con la apertura de nuevas universidades que han permitido la creación de grupos de investigación en múltiples lugares que hasta entonces habían estado prácticamente olvidados. También las posibilidades de conectarse con el mundo exterior se han incrementado de forma extraordinaria […]. Los resultados empiezan a verse cuando ya han transcurrido tres décadas y vemos continuamente estudios firmados por investigadores españoles en las más prestigiosas revistas especializadas de todo el mundo» (pp. 664-665). Y, en fin, para no multiplicar las muestras, termino con una referencia al mundo musical, según la expone Tomás Marco: «La etapa que se abre en España a partir de la Transición democrática es la más activa y cambiante de toda la historia musical española, ya que la música conoce una expansión cuya intensidad y variedad no tiene parangón con ninguna etapa anterior» (p. 745).

Es verdad que un tono así, sin gradaciones o contrapuntos, no puede mantenerse a lo largo de un volumen de casi mil páginas sin dar la impresión de que, con el radicalismo pendular que nos ha caracterizado en muchas ocasiones, hemos caído en el extremo opuesto, de la España del llanto a la España eufórica, encantada de sí misma. No se alarme el posible lector: no hay tal. Más bien, a riesgo de que pueda parecer contradictorio con lo hasta ahora expuesto, diré que se percibe casi lo contrario. Y no es en el fondo contradictorio, porque esa innegable satisfacción por lo conseguido se queda en la mayor parte de los casos, y para la mayoría de los autores, en una especie de suelo o basamento desde el que plantear inquietudes, deficiencias, interrogantes y resquemores. La diferencia con el pasado, una vez más, es que ahora estos fallos y defectos ya no son específicos: son también las lacras y carencias de los países de nuestro entorno, los peajes de la modernidad o de la posmodernidad. Es importante subrayarlo, porque aquí está, en mi opinión, la piedra angular: los males que puedan detectarse ya no son intrínsecos o, si se aproximan peligrosamente a serlo, lo son sólo en la medida en que han contagiado a todos. Para volver a los términos orteguianos, serían la consecuencia inevitable de vivir plenamente «nuestro tiempo».

El lector encontrará en este volumen, quinto y último de una serie que ha abordado en forma temática las heterogéneas realidades y los grandes desafíos de la España del siglo XXI –«Sociedad», «Política», «Economía» y «Ciencia y Tecnología» eran los anteriores– una panorámica abigarrada de la España literaria y artística, entendidos ambos adjetivos con la mayor amplitud posible. En la primera parte, bajo el epígrafe acogedor de «Literatura», se aglutinan once capítulos que tratan esta disciplina en castellano y la producción literaria en otras lenguas ibéricas, las formas y direcciones de la novela, las encrucijadas del ensayo, la pujante actividad teatral, el estado de la poesía, la «normalización» de la historia, los dilemas del periodismo, el vigor mantenido de la filología, los retos de las revistas literarias y hasta la alternativa de la «ciberliteratura», sin agotar con esa enumeración todos los asuntos.

En la segunda parte, el enunciado de «Bellas Artes» deja, con similar amplitud de criterio, la puerta abierta al tratamiento de las más distintas actividades y parcelas de conocimiento: empieza con arquitectura y urbanismo, sigue con el estado de la cuestión en las artes plásticas, penetra en la historia del arte y en las teorías estéticas, continúa con la política artística y desemboca finalmente en un quinto apartado de artes «temporales», en el que la música y la danza conviven con un examen de la coyuntura actual de la industria discográfica.

Son en total veintisiete capítulos y treinta y dos autores, magnitudes que por sí solas ya reflejan la magnitud del empeñoEsos números corresponden tan solo al volumen que aquí se comenta. El conjunto del proyecto arroja cifras más espectaculares: once «directores de volumen» y 156 investigadores en total.. Dicen los directores del proyecto –Salustiano del Campo y José Félix Tezanos– en la «Presentación» que el objetivo último era ofrecer «el estudio más completo y actual sobre la España de nuestros días». Con las inevitables irregularidades que comporta un trabajo tan ambicioso, puede decirse que, en efecto, han trazado un fresco ecuánime y concienzudo de las más diversas facetas de la actual realidad española: en otros términos, una obra de consulta imprescindible para cualquier estudioso de la situación de nuestro país a comienzos del siglo XXI.

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