Buscar

La postmodernidad como perspectiva privilegiada

El corazón del laberinto: Crónica del fin de una época

JOSÉ LUIS PINILLOS

Espasa Calpe, Madrid, 1998

361 págs.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

¿Quién no ha sentido una punzada de melancolía cuando ha descubierto que esa calle, esa plaza del pueblo semiabandonado y recién descubierto, casi por azar, lleva el nombre de calle o plaza del «Progreso»? Si es evidente que los tiempos pasados del pueblo en cuestión no fueron mucho más boyantes que los actuales, dicho nombre expresa cuáles eran las creencias de sus habitantes, sus aspiraciones y expectativas, los deseos que acariciaban. El libro de Pinillos es una crónica de un desencanto similar, a saber, el fin de la Modernidad, el abandono, que se está produciendo ante nuestros ojos, de la esperanza en un progreso ilimitado.

No es tarea sencilla la de actuar como notario del fin de una época, mucho menos cuando se trata de una tan compleja como la moderna. Pinillos puede hacerlo y salir airoso porque es, antes que nada, un gran pensador. Su formación humanística es tan sólida como sus conocimientos científicos. Escritor ameno, que ha sabido acercar la psicología al gran público, ha puesto siempre un especial cuidado en elaborar sus obras desde el máximo rigor filosófico.

Adoptando una perspectiva que combina la finura en el detalle con las visiones sintéticas y panorámicas, el autor guía el recorrido por las ruinas de la Modernidad. Recuerda que hubo un período histórico, cuyo punto culminante se podría ubicar en los años finales del siglo XIX , en que lo más importante, lo que realmente contaba, era ser moderno. Todo, hasta el amor, tenía que serlo, de lo contrario se exponía al más profundo de los desdenes. Tan honda era la impresión causada por los notables adelantos técnicos de la era moderna, a su vez una consecuencia directa de la llamada «razón instrumental». Porque, si bien la Modernidad era una compleja constelación cultural de la que la ciencia constituía sólo una pequeña parte, a la larga, ésta llegó a consolidarse como su «núcleo duro».

Los etólogos han constatado, en muchas especies animales, el carácter unilateral de la «presión selectiva». Consiste en que la utilidad de una cierta característica, no sólo para la supervivencia, sino también para el predominio sobre especies rivales, genera su hipertrofia junto a la desaparición paulatina de otras que también podrían haber sido de utilidad en ambientes diferentes. De forma similar, nos dice Pinillos, la Modernidad privilegió la razón instrumental sobre otros aspectos que la definían con igual propiedad. Imbuida por el convencimiento de que podía convertir el mundo en una «grande machine» que se dirigía al paraíso, obvió los síntomas claros de un intenso malestar interno.

Éstos venían siendo denunciados por ilustres, y hasta cierto punto desengañados, representantes intelectuales de la propia Modernidad. Así, Durkheim manifiesta su inquietud ante la «fragmentación individualista». Su contemporáneo Simmel descubre la pérdida del centro. Por su parte, el máximo exponente del estudio de la racionalidad moderna, Max Weber, reconoce, algunos años más tarde, que se trata de una racionalidad meramente formal, más de medios que de fines, y pronostica un estado final de individualismo radical. Todas estas denuncias y críticas coinciden en el tiempo con el fin de la hegemonía de la física clásica como saber referencial o paradigmático y con la aparición de nuevos paradigmas de comprensión del mundo.

Como dato anecdótico, y sin embargo revelador, cita Pinillos la aparición en 1946, justo un año después del final de la II Guerra Mundial, de un libro de Guénon titulado La crisis del mundo moderno. De una forma explícita, se achacan los males de la guerra al mantenimiento de la creencia en un progreso indefinido. La razón instrumental tiene un doble filo. Nos promete un paraíso en el futuro y nos depara en el presente todo un menú de horrores como guerras a escala planetaria y campos de exterminio donde los seres humanos mueren por millones. No es extraño que mentes lúcidas intenten desengancharse del carro de la Modernidad y propongan el abandono de esa curiosa concepción de la Historia como proceso unilineal, unitario y universal. Aquí encajaría la visión que, en 1948, Ortega tenía de los «novismos», como «síntomas infalibles» de que la Modernidad «ha llegado a su propio colmo». Ahondando todavía más en la misma idea, surgen los numerosos desarrollos en torno a la «post-historia» o al «fin de la historia» que coinciden, todos, en que la Historia universal no pasa de ser una empresa del Occidente ilustrado.

Pinillos, glosando a Ortega, resume en una frase lapidaria esta sensación general: «Es una avilantez la osadía de llamarse a sí misma moderna una época» (p. 138). La Modernidad se ha desplomado ante nuestros ojos y lo ha hecho, además, de una forma muy rápida. La Postmodernidad surge de entre sus despojos utilizando una doble estrategia. Comienza haciendo leña del árbol caído de la Modernidad. Así Lyotard: ciencia es guerra total, totalitarismo, brecha NorteSur, de tal forma que el postmoderno es un «resistente» (sic). La Historia es «un montón de añicos». O Wallerstein: la razón instrumental ha estado al servicio del poder; sí, ha habido progreso, pero sólo de unos pocos. O Bauman: la perspectiva postmoderna ha logrado desenmascarar las falsas promesas de una ética universal que no pasa de ser una ilusión, un señuelo. Y todavía Smart: las tesis marxistas se han vuelto obsoletas, especialmente la relativa a la clase social como determinante primario.

La segunda estrategia consiste en formular una propuesta para remediar el lamentable estado de cosas. En conjunto, los postmodernos nos pintan una «vie en rose» (expresión de este revisor, no de Pinillos). Baudrillard celebra la «liberación del signo», la «muerte de los referentes». Lyotard se congratula de que nadie tenga autoridad para hablar en nombre de todos. Huyssen sienta los cuatro pilares de la cultura postmoderna: anti-imperialismo, feminismo, ecologismo, y renuncia, por parte de Occidente, a ejercer un predominio cultural. Jencks defiende que el cambio postmoderno supone que el ser humano de hoy reconoce los valores, la belleza y la moralidad. Bauman manifiesta su creencia en que el Postmodernismo, con su reivindicación de la incertidumbre, de la ambigüedad y de la imposibilidad de generalizar, está más próximo a la genuina condición moral del ser humano. Y en este plan.

Pero, ¿qué hay de cierto en esta promesa de «vie en rose»? Pinillos recoge, acertadamente, algunas de las críticas más ácidas cosechadas por el Postmodernismo. Para Habermas, el movimiento postmodernista, lejos de constituir una novedad, no pasa de ser un disfraz, por ratos elegante, de una añeja tradición contrailustrada. Por su parte, Rorty cree que el Postmodernismo apunta a un blanco equivocado ya que, a su juicio, lo importante no son las meras concepciones filosóficas, del signo que sean, sino las creencias y sentimientos enraizados en las comunidades humanas. Jameson va aún más allá y postula que la postmodernidad viene a ser una consecuencia, y no desde luego de las buenas, de la propia Modernidad. El mismo Pinillos, para cerrar este apartado de críticas con la más contundente, no deja de extrañarse de que el postmoderno por antonomasia, Lyotard, se sitúe «au dessus de la melée». ¿Quién le ha puesto ahí?, habría que preguntarse.

Mientras el lector intenta encontrar por sí mismo la respuesta a esta pregunta nada trivial, valdrá la pena recordar que, cuando Scheherazade cuenta sus historias, tiene un profundo y comprensible interés en que duren lo más posible y en mostrar, siempre que resulte verosímil, los peligros y riesgos de un ejercicio absoluto del poder. En ello le va nada más y nada menos que la propia vida. Así sucede con cualquier narrador de la postmodernidad. Incapaz de sustraerse, por imperativos lógicos, a esta trampa, tal vez le quede todavía una salida: permitir que se manifiesten sus múltiples voces, con todas sus complejidades y contradicciones. Este es, precisamente, el mayor mérito del libro de Pinillos.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

De los rayos uránicos a la física nuclear