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Gula y lujuria del homo videns

La golosina visual

IGNACIO RAMONET

Debate, Madrid.

221 págs.

1.900 ptas.

El eros electrónico

ROMÁN GUBERN

Taurus, Madrid

225 págs.

2.700 ptas.

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El género del ensayo muestra hoy en día una acusada tendencia a lo apocalíptico, tal vez como eco de un milenarismo asociado no tanto al propio fin del milenio como a la caída del Muro y a lo que este hecho trajo consigo: el fin del sistema de referencias vigente en la segunda mitad del siglo XX –la bipolaridad, en primer lugar– y el horror vacui que produjo su pérdida. La trillada teoría del fin de la Historia se inscribe en esa estela de vértigo y perplejidad que ha dejado el fin de siglo, entre cuyos efectos alucinatorios lo mismo está la sensación de que esto se acaba el día menos pensado, que el gozoso descubrimiento de que, gracias a la globalización y a Internet, la verdadera historia de la humanidad está empezando justamente ahora.

El ámbito de la comunicación, por ser el que registra mayores y más rápidas transformaciones tecnológicas, es el más propicio a esta especie de adanismo que nos invade, y que se traduce en la ingenua creencia de que estamos viviendo un momento único e irrepetible. Todo ello está muy presente en los libros que acaban de publicar el periodista y ensayista hispano-francés Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, y el profesor Román Gubern, pionero en España en el estudio de la comunicación audiovisual desde su doble perspectiva histórica y semiótica. Dos libros y dos autores que coinciden, pues, en un tema similar como es el estado de la cultura audiovisual en el mundo, representada en forma de metástasis en imparable y destructiva progresión. Coinciden también en la aplicación, más o menos velada, de la teoría conspirativa al análisis del discurso audiovisual y en la atención preferente que uno y otro prestan a las sofisticadas formas de manipulación que actúan sobre los sentidos y las emociones del llamado homo videns, protagonista receptivo y sumiso de los procesos culturales que aquí se describen. De ahí también los títulos de ambas obras. La golosina visual sugiere engaño, tentación y pecado. Toda resistencia es inútil: «La americanización penetrará en nosotros por los ojos», nos dice Ramonet, en frase que parece evocar los suplicios del purgatorio en caso de sucumbir a la irresistible golosina. El eros electrónico no anda muy lejos tampoco de formular una escatología de la civilización moderna, aunque es un libro mucho más analítico que moralista, y aquí el Maligno parece tentar más la lujuria que la gula de sus víctimas, por más que en alguna ocasión el autor evoque también la «bulimia de sensaciones» que padece la sociedad actual. La nueva realidad virtual, según Román Gubern, nos aboca a una progresiva pérdida de control sobre nuestros sentimientos y nuestras emociones, cada vez más vulnerables a la tecnificación y robotización de nuestro universo y, en particular, de nuestra libido. La tentadora Venus electrónica de Hajima Soramaya que ilustra la portada así parece anunciarlo.

Pero las diferencias entre los dos libros son también notables. Si el de Gubern tiene, desde la propia cubierta, un aire futurista y atrevido, el de Ramonet tiene un punto retro y feísta que lo convierte en un monumento a la nostalgia de no se sabe qué. Una primera versión del libro de Ignacio Ramonet se publicó en Francia hace ahora veinte años y esta edición española se presenta supuestamente actualizada, pero, salvo un capítulo introductorio titulado precisamente «Veinte años después», en todo lo demás se mantiene escrupulosamente fiel a las ideas, los ejemplos y las conclusiones de hace dos décadas. Se dirá que la evolución de la cultura audiovisual en este tiempo no ha hecho más que confirmar lo que entonces se presentaba como una simple hipótesis. Tal viene a ser la justificación de Ramonet para publicar de nuevo el libro y hacerlo básicamente con el mismo material. Lo que ha cambiado en el mundo de la comunicación en los últimos años, siguiendo la tendencia que ya se apuntaba entonces, ha sido, según el autor, la irrupción de Internet y la desaparición de la información de calidad. Es decir: más espectáculo, más trivialidad y más manipulación, y, como telón de fondo, la imparable americanización de nuestra cultura y de nuestra vida cotidiana.

El libro tiene, como se ve, un tono abiertamente pesimista, que se explica por la pertenencia del autor a una cultura política de izquierdas y, al mismo tiempo, por su adhesión a un nacionalismo cultural europeo que, en el fondo, es más bien la proyección de un nacionalismo francés cuya hostilidad al american way of life está sobradamente acreditada. Recuérdese el antiamericanismo visceral del general De Gaulle, santo y seña del moderno nacionalismo francés de todas las tendencias. Puede que no sea el rasgo más evidente de la obra de Ramonet, pero sin ese chauvinismo malherido por la hegemonía cultural americana el libro sería incomprensible: «Más que nunca –dice el autor en la introducción– conviene meditar sobre la advertencia de Herbert Schiller: "Una nación cuyos mass media están dominados por el extranjero no es una nación"». Francia, y por extensión Europa, serían aquí la nación, y Estados Unidos, el extranjero, que ejercería sobre el viejo continente su incontestable dominación cultural y mediática. Los siete capítulos de La golosina visual, introducciones aparte, se dedican a mostrar las formas que reviste esta sutil conspiración contra nuestra identidad y nuestra conciencia. Los temas elegidos son las películas de catástrofes –que aparecen cíclicamente siempre al calor de las crisis económicas–, la poderosa influencia de la publicidad –quién lo iba a decir–, los telefilmes policíacos –en realidad sólo dos: Kojak y Colombo–, los spaghetti westerns –que, según Ramonet, son de izquierdas–, el cine militante de izquierdas –aborrecido por el autor, con pocas excepciones–, las comedias sobre guerras –un ejemplo claro de sublimación del miedo a través de la risa– y las películas de Hollywood sobre la guerra de Vietnam, entre las cuales dedica especial atención a Apocalipsis now, de la que dice Ramonet que es una película muy de derechas. Ya ven ustedes: nada es lo que parece.

Lo menos que se puede decir, visto el índice del libro y algunos de los casos estudiados, es que Ramonet debería haberse tomado la molestia de ponerlo al día y de darle una cierta unidad, pues La golosina visual más parece una recopilación de viejos ensayos, algunos francamente trasnochados, que un verdadero análisis de las formas de alienación creadas por la moderna narrativa audiovisual. Con ejemplos como los westerns de Sergio Leone, El coloso en llamas, Colombo, Aeropuerto 77, las campañas electorales norteamericanas de los años sesenta y setenta y media docena de citas de MacLuhan y Roland Barthes, el libro se acerca más a la arqueología audiovisual que a una tentativa de descodificación del discurso cultural dominante. Luego está el nivel argumentativo del autor, que fluctúa entre el lugar común y aseveraciones un tanto temerarias, rayanas en la boutade, que Ramonet va dejando caer como quien no quiere la cosa. A esta categoría pertenece su afirmación de que la decadencia del western empezó en 1955 con la celebración en Bandung, Indonesia, de la primera conferencia de países no alineados. Su análisis de las series policíacas más emblemáticas de los años setenta se mueve igualmente entre el plano de la obviedad y el del puro dislate. Así, el nombre del detective Colombo, nos dice el autor, era un astuto guiño a la audiencia que permitía identificar al protagonista de la serie con las palomas del sistema, por oposición a los tipos duros, a los feroces halcones. Del tono general de la obra da idea también la enigmática relación que establece Ramonet entre el cine militante de izquierdas y la «viscosa contingencia del pathos» (sic).

El libro de Román Gubern es otra cosa, pese a las numerosas coincidencias entre ambos. En primer lugar, es un verdadero libro, y no un refrito de viejos ensayos; en segundo lugar, está escrito al hilo de la más rabiosa actualidad, y en muchos casos pretende incluso anticiparse a ella; en tercer lugar, es un buen libro. Aun compartiendo con Ramonet una posición cultural y moral que podríamos calificar de izquierdas, aquí el propósito moralizante queda relegado a un difuso segundo plano por la fuerza del análisis y por la distancia que toma el autor respecto a una realidad ante la cual, como él mismo dice, parece que sólo cabe elegir entre el optimismo científico y el pesimismo humanista. Su recorrido zigzagueante, anunciado ya en el primer capítulo –«De la caverna a la electrónica»–, atraviesa los mismos territorios que había transitado en sus obras anteriores: la antropología, la filosofía, la semiótica, la cultura popular y la psicología. Pero esta diversidad de enfoques no le hace caer ni en la dispersión ni en el diletantismo, porque la dirección que sigue su ensayo está muy clara desde el principio. Se trata de saber hasta dónde nos puede llevar la actual revolución tecnológica, cuáles son sus límites –si los hay– y cuáles las barreras que podría superar en el futuro.

Los datos que aporta Gubern sobre los últimos avances de la robótica y la inteligencia artificial producen asombro, pero parecen marcar también algunos límites infranqueables. Uno de ellos fue señalado hace unos años por Karl Popper, y el tiempo transcurrido desde entonces no ha desmentido su opinión: los ordenadores tienen una abrumadora facilidad para solucionar problemas, pero, a diferencia de la mente humana, son incapaces de crearlos. Las otras dos grandes limitaciones de la inteligencia artificial son la imposibilidad de que la máquina aprenda por sí sola y pueda emanciparse de su creador y su incapacidad no ya de tener sentimientos, sino de entender y procesar el papel que las emociones desempeñan en la vida del hombre, como puso de manifiesto el caso, recordado por Gubern, de aquel programa informático que intentó aplicarse al rescate de una niña secuestrada y que, tras un tira y afloja de varias horas, acabó por preguntar a sus programadores «por qué alguien iba a pagar dinero para recuperar a su hija».

El libro de Román Gubern deja un buen número de cuestiones abiertas, haciendo honor a ese rasgo privativo de la inteligencia humana que, como decía Popper, consiste en plantear problemas. Sobre las posibles consecuencias de la inserción del ser humano en las nuevas realidades virtuales, el autor parece dudar entre la fascinación que le produce la idea de un progreso científico sin límites y el temor al horizonte de degradación moral y servidumbre al que nos puede llevar una progresiva simbiosis entre el hombre y la máquina. En realidad, como dice Gubern, el hombre contempla su futuro desde la misma encrucijada de siempre, con un ojo puesto en la utopía y el otro en el apocalipsis.

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Ficha técnica

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