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Cánovas y Romanones. Conservadores, liberales, ¡caciques!

Notas de una vida

CONDE DE ROMANONES

Marcial Pons, Madrid/Barcelona

552 págs.

4.200 ptas.

Romanones.Caciquismo y política liberal

JAVIER MORENO LUZÓN

Alianza, Madrid

495 págs.

2.900 ptas.

Antonio Cánovas y el sistemapolítico de la Restauración

JAVIER TUSELL (ed.), FLORENTINO PORTERO (ed.)

Biblioteca Nueva/Congreso de los Diputados, Madrid

477 págs.

3.500 ptas.

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Cuando el lector de historia contemporánea se acerca a las librerías se sorprende de la cantidad de libros y revistas que han prestado su atención a la Restauración, a la crisis de fin de siglo y al centenario de la muerte de Cánovas. Más de un centenar de encuentros, exposiciones, monográficos y dosieres de revista han publicado miles de páginas sobre aspectos múltiples de la realidad sociopolítica y cultural del fin de siglo. La sociedad española ha podido recrear con minuciosidad imágenes, ideas y hechos históricos que fueron protagonizados por nuestros bisabuelos. Nos han recordado anécdotas singulares, perfiles individuales y colectivos hasta la reiteración pero, a decir verdad, no ha sido mucho lo que hemos avanzado en un conocimiento riguroso del período. Ello ha sido debido, en parte, a que los aniversarios estimulan la publicación de productos rápidos, pero no siempre aportan conocimientos nuevos o estimulan modos novedosos de valorar la realidad estudiada.

Entre esa masa enorme de publicaciones encontramos productos muy diversos que van desde la hagiografía descarada, alentada por la voluntad política de rescatar del pasado determinadas figuras históricas cuya recuperación deviene en instrumento político para el presente, hasta la publicación oportunista, al socaire de una iniciativa municipal, nacional o de grupo, o la monografía –individual o colectiva-que recoge trabajos de indudable interés y que se difunde con más facilidad en la marea editorial del centenario. Sin duda, de todos ellos los que están llamados a perdurar son estos últimos, casi todos de clara factura académica y que acogen las líneas de trabajo –viejas o recientes– sobre la historia española del período. Establecer una nómina de todos ellos se escapa a la voluntad de estas líneas, pero al menos habría que recordar algunos que, por encima de su orientación temática, inclinación ideológica o formulación teórica, se asientan claramente sobre un trabajo riguroso y bien presentado. Entre ellos, sin duda, merecen atención dos productos de diversa naturaleza y orientación. Antonio Cánovas y el sistema político de la Restauración (J. Tusell y F. Portero, eds.), Romanones. Caciquismo y política liberal (J. Moreno Luzón) y Notas de una vida, del conde de Romanones.

Las tres obras tienen en común su acercamiento a la vida política de la Restauración, a la compresión y explicación de la naturaleza del sistema político, sus claves de funcionamiento y los instrumentos a través de los cuales el sistema pudo subsistir en medio de una gran apatía social. Les separa, por el contrario, tanto su origen como factura. El primero es un libro colectivo que recoge los resultados de un ciclo de conferencias organizado por el Departamento de Historia Contemporánea de la UNED con ocasión del centenario de la muerte de Antonio Cánovas del Castillo celebrado en el Congreso de los Diputados; el segundo es producto de una tesis doctoral y, en contraste con el anterior, tiene un marcado carácter biográfico. A pesar de ese distinto punto de partida, el resultado de los libros aquí comentados nos permite un adecuado conocimiento de la historia política de la Restauración. Por el primero, la figura de Cánovas y el conservadurismo nos orientan por las diversas manifestaciones de la vida política, diplomática, religiosa y militar de la España previa a la crisis de fin de siglo. El segundo, arrancando de las primeras experiencias políticas del joven Romanones, nos lleva por los vericuetos del liberalismo español de principios de siglo y, en una especie de complemento del anterior, nos permite una ajustada reconstrucción de la política española del reinado de Alfonso XIII. El tercero, interesante iniciativa de la editorial Marcial Pons, nos sitúa en la recuperación de un texto clásico, las Memorias, del conde de Romanones, donde se percibe en toda su integridad el carácter, la «raza» de político que caracterizó la vida de Álvaro Figueroa y Torres. La lectura de Cánovas y Romanones nos permite una adecuada comprensión de las claves sociopolíticas del sistema, las fases del mismo, sus protagonistas fundamentales, y, en menor medida, el grado de integración que la evolución histórica española tenía con la Europa de su tiempo.

CÁNOVAS Y EL SISTEMA POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN

Resulta imposible en unas pocas páginas resumir el contenido de Antonio Cánovas. A partir de dieciséis trabajos monográficos, los autores desgranan los distintos registros de la figura política de Cánovas, de los fundamentos doctrinales y el funcionamiento del sistema y la naturaleza diversa que presenta el fenómeno del conservadurismo. Es en este triple registro desde donde mejor se comprende la aportación historiográfica del libro. De los factores ideológicos, biográficos y políticos de la figura de Antonio Cánovas se ocupa José Luis Comellas que realiza un acercamiento a la biografía canovista, desde sus orígenes en la Unión Liberal , la «abstención» durante la revolución del 68 y la creación del alfonsismo. Biógrafo del político malagueño, Comellas construye el espacio personal de Cánovas insertando su formación política en el ambiente familiar y vocacional que llevaron a la formación del político. Los elementos ideológicos que caracterizaron el pensamiento canovista quedan perfectamente reseñados por Pedro Carlos González Cuevas cuyo documentado ensayo muestra las fuerzas y las debilidades de la ideología canovista, su gusto por lo tradicional, la defensa de los valores jerárquicos y el peso del doctrinarismo europeo (Guizot, Maistre, Burke…) en la definición de sus concepciones sociales, políticas y religiosas. En su trabajo, González Cuevas expresa de un modo fehaciente las limitaciones de algunos presupuestos canovistas, su ajuste a los intereses del liberalismo más conservador y los claroscuros de un hombre que, sin dejar de ser considerado un hombre de Estado, al mismo tiempo presenta notables fisuras en sus concepciones políticas básicas. Centrados en la personalidad de Cánovas y en el significado del canovismo se sitúan también los trabajos de Carlos Seco Serrano y José María García Escudero.

El sistema canovista, más allá de su formulación teórica, tuvo un alcance práctico de enorme interés. Su dimensión electoral, el marco legislativo y los procedimientos de obtención de mayorías alcanzan su comprensión cuando se observa la legislación electoral y los modos con que la Corona reguló la obtención de mayorías. Del papel de la Corona, en su doble dimensión de principio constitucional (poder moderador) y de la práctica política desarrollada por la misma en las últimas décadas del siglo, se ocupa María Ángeles Lario González. Especialista en los estudios sobre las bases constitucionales y el funcionamiento de la Corona en el período, Lario muestra cómo las diversas crisis fueron resueltas de un modo «responsable» por los partidos, las convenciones en que se fijaron los procesos del turno y cómo la Corona operó dentro de un marco de restricciones y de equilibrios entre los poderes ejecutivo y legislativo, convirtiéndose en pieza clave del funcionamiento del sistema. Carlos Dardé, por su parte, analiza la naturaleza del proyecto político canovista, los objetivos, obstáculos y medios disponibles para articular su concepción de una monarquía constitucional y representativa y el marco de la legislación electoral. De este modo, principios doctrinales, normas constitucionales y prácticas políticas fueron ensamblando un sistema de corte conservador y liberal abiertamente confrontado con los ideales de la democracia liberal.

Pero el conservadurismo canovista no fue todo lo uniforme que podría percibirse a primera vista. Es un elemento relevante del libro comentado el análisis de los diversos conservadurismos que se integraron –de un modo directo unas veces, de una forma tangencial, otras– en el sistema restauracionista. Esta diversidad hay que buscarla tanto en la multiplicidad de fuentes doctrinales como en la diversa acomodación que experimentó el conservadurismo al actuar en medios culturales, sociales y territoriales muy distintos. Borja de Riquer detalla en su trabajo las dificultades de Cánovas para controlar el conservadurismo catalán y cómo éste estableció modos, estilos y concepciones ideológicas y políticas muy distantes del propio Cánovas. A través de una mirada hacia los presupuestos ideológicos, los objetivos corporativos y los modos de entender la representación política por parte de Durán i Bas y de Mañé i Flaquer, De Riquer expone ajustadamente las bases sobre las cuales los conservadores catalanes establecieron líneas diferenciales con el proyecto de Cánovas y su ulterior opción por una nueva alternativa. En esta perspectiva, el surgimiento de la Lliga estaría asociado no sólo a la búsqueda de fórmulas propias dentro del catalanismo político, sino también de un modo directo a la incapacidad del sistema para acoger con un alto grado de autonomía las organizaciones catalanas de la derecha a ella asociadas.

Los casos andaluz, que analiza María Sierra, y valenciano, objeto de atención por parte de Salvador Forner y Rafael Zurita, acentúan la gran diversidad del conservadurismo. María Sierra escruta las posibilidades de establecer un modelo andaluz de conservadurismo, su carácter de representante de las clases poseedoras, los mecanismos del pacto y el carácter de grupo de presión que de modo sistemático ejercieron algunos grupos económicos. Forner y Zurita, por su parte, muestran el diverso funcionamiento que el conservadurismo tuvo en cada una de las provincias valencianas. El peso de los componentes locales y provinciales, la pluralidad de estructuras caciquiles y el modo distinto en que cada una de ellas se ajustó a la dinámica sociopolítica y económica impiden establecer rasgos comunes a un conservadurismo valenciano que a menudo presenta perfiles afines con el caso catalán, al reclamar de un modo directo la representación de los intereses territoriales, como se observa a través de la figura de Cirilo Amorós. El contraste entre la dinámica cossiera en Castellón, la persistencia de cacicazgos estables en cada provincia respondía a esa diversidad, a la acomodación propia que en cada lugar presentó el pacto y la alternancia política, intrínsecas al sistema.

Pero esa «pluralidad» del conservadurismo no se explica exclusivamente por la dimensión geográfica en la que se enmarca. El canovismo tuvo su propia identidad y en su entorno cristalizaron culturas políticas conservadoras diversas: el viejo moderantismo, el pragmatismo de Romero Robledo, o el «regeneracionismo» silvelista, muestran algunas «variedades» del proyecto conservador. Entre ellas fue el silvelismo el que mejor expresó los deseos de un sector del Partido Conservador de establecer el dominio político desde bases más «limpias». Florentino Portero, en un riguroso texto, nos señala las limitaciones del proyecto canovista, el significado político ideológico de Silvela, y la existencia de una pluralidad de opciones que impiden observar el conservadurismo como una fórmula no ya monolítica, sino incluso unitaria. En sintonía con lo señalado por Riquer, Sierra, Zurita y Forner, Portero muestra las fisuras internas del sistema, las tensiones dentro del canovismo, los componentes de corrupción, patrimonialización de lo público y la arbitrariedad con que funcionó el sistema. Para superarlo Silvela diseñó un conjunto de reformas que Portero sintetiza en cuatro ideas: reforma de las administraciones públicas, selección de personal político, regionalismo y democratización. El proyecto político de Silvela, la falta de apoyo del propio Cánovas, más afín al estilo y modos de Romero Robledo, apuntan a una escisión conservadora en el fin de siglo y a las luchas por la jefatura tras la muerte violenta de Cánovas en 1897. Los nexos con el catalanismo conservador, primero, el apoyo a Maura, más tarde, indican una corriente «regeneradora» dentro del pragmatismo conservador y la percepción dentro de él de la necesidad de reformar el sistema, de dotarlo de unos marcos morales nuevos, de fortalecer –dentro de unos registros precisos– el componente cívico y, con él, aminorar sus duros componentes pragmáticos.

Un sistema que, como nos muestra Javier Tusell, ha asistido a su propia redefinición cuando el Partido Liberal desarrolla su política «democrática» desde los ochenta y el turno se instala como un nuevo equilibrio que da estabilidad al régimen. Este aspecto de complementariedad del liberalismo y de su incorporación al sistema como un punto de partida nuevo, de una especie de refundación del sistema canovista es de especial relieve para la comprensión de la naturaleza del régimen y de sus exigencias de funcionamiento. Más allá de las aportaciones contenidas en el capítulo de Tusell, se percibe la necesidad de un capítulo específico dedicado al liberalismo, también al republicanismo y a la derecha extrasistema de perfiles tradicionalistas ya que sin ellos, la misma comprensión del sistema se resiente, pues la definición del mismo se estableció en los setenta por oposición frontal al significado sociopolítico de republicanos y carlistas y a los proyectos sociales y políticos por ellos representados.

Estos análisis globales del canovismo se complementan en el libro reseñado con otros trabajos donde se recogen las dimensiones militares, diplomáticas, religiosas, económicas y la política colonial desarrollada por Cánovas. Feliciano Montero detalla los marcos básicos de la relación Iglesia-Estado, el papel de la Santa Sede como factor determinante en la aceptación del régimen por parte de una Iglesia nacional estrechamente vinculada a la defensa de la unidad católica. En definitiva, traza un panorama realista, ajustado, matizado de la Iglesia en la España finisecular y su papel en la propia definición social y política del sistema. Y este marco se establece no ya sobre la dimensión política –de liberalismo– del régimen, sino en sus registros sociales y particulares más íntimos: matrimonio, codificación, etc., en la que el papel apaciguador del nuncio Rampolla y su entendimiento con Sagasta se presentan como un factor clave de estabilidad. La identificación de Cánovas con la política de León XIII sellaba, por su parte, una alianza entre Iglesia y Estado de marcado carácter posibilista, que «compatibilizaba» el liberalismo del sistema con el acentuado antiliberalismo de la Iglesia romana a través del artículo 11 de la Constitución que establecía la confesionalidad del Estado y la tolerancia de otros cultos en su ámbito privado.

Las relaciones exteriores también son recogidas en detalle por María Dolores Elizalde. En su trabajo detalla las ideas básicas de Cánovas sobre el papel de España en el marco internacional, el clima de decadencia en que desarrolló sus ideas, el «recogimiento» como reacción a las reglas del juego internacional, en fin, los diversos momentos que experimentó la política exterior española, en el trasfondo cubano de la Restauración y las ulteriores consecuencias del «aislamiento», cuando en 1898 España quedó a merced de la política norteamericana. La respuesta habría de ser una tímida acción colonial en Marruecos que se inscribe en los pactos mediterráneos y en la difícil asimilación de la vía autonomía para el caso cubano. De ello se deriva una idea crítica sobre los presupuestos internacionales del canovismo, la inadecuación de la política exterior española ante los retos a que se vio sometida en el fin de siglo. Estrechamente vinculado a todo ello está la política económica, el proteccionismo que estudia Pedro Tedde de Lorca. Tedde analiza la situación económica, las políticas desarrolladas y la situación de España, los niveles de crecimiento económico en el marco de las profundas transformaciones productivas y de las condiciones de mercado que experimentó la economía mundial en las últimas décadas del siglo. Las conclusiones establecen un conjunto de luces y sombras en la economía española que experimentó en el período estudiado un importante incremento económico pero que, a su vez, vio cómo su economía se distanciaba de las más dinámicas del centro y norte de Europa.

El carácter civilista del régimen es puesto en entredicho por Fernando Puell de la Villa al analizar las limitaciones de la política de defensa –y militar– desarrollada por Cánovas del Castillo. Puell observa las restricciones en que se movió la política gubernamental, el peso del Ejército en las decisiones políticas y la autonomía que corporativamente observó ante las autoridades, a las que mantuvo bajo una presión pretoriana permanente como se observó tras la crisis de fin de siglo. Garantes de la unidad nacional, Cánovas vio en las FF.AA. un apoyo decidido a su compromiso de neutralizar cualquier veleidad autonomista en las colonias y a la garantía del orden y la libertad en el interior. Carlos Malamud también hace referencia a ello cuando observa la actitud canovista de rechazo a todo lo que fuera una españolidad incuestionable de las Antillas, en medio de una clara actitud solidaria del mundo hispanoamericano, en creciente confrontación con el imperialismo yankee.

LIBERALISMO Y CACIQUISMO. EL CASO ROMANONES

La biografía política de Álvaro Figueroa y Torres, el conde de Romanones, representa un contrapunto ideal para la comprensión de la naturaleza política de la Restauración. Javier Moreno utiliza la biografía de Romanones como un medio para la explicación de las claves sociopolíticas del sistema, se acerca a la vida de Figueroa con instrumentos y métodos de la historia, pero con la mirada puesta en las categorías y conceptos de la Sociología, de la Antropología y la Ciencia Política. No por ello se convierte el libro en un estudio de lectura áspera, por el contrario, desarrollado desde la historia narrativa, la vida de Romanones, su ambiente familiar, su formación de juventud, estancia en Bolonia y los estudios de derecho, ilustran el proceso de formación de las elites restauracionistas. La biografía personal –siempre haciendo hincapié en su dimensión política, en los instrumentos de control caciquil– constituye un buen asidero para la reconstrucción de la política liberal, de la evolución interna del partido, de los registros ideológicos y los métodos políticos del liberalismo español del primer tercio del siglo actual.

De algún modo, en Romanones se sintetizan los valores y miserias del sistema. Miembro de una familia ennoblecida, con recursos económicos, el conde pasó por todos los escalones de la política –parlamentario desde muy joven, fue más tarde ministro en repetidas ocasiones: Fomento, Gobernación, Gracia y Justicia, Instrucción Pública…–, presidente del Congreso de los Diputados, presidente del Consejo de Ministros, alcalde de Madrid, miembro de varias Reales Academias, presidente del Ateneo, y, sobre todo, gran cacique. El trabajo de Javier Moreno ilustra perfectamente el grado de imbricación que en Romanones se dio entre la vida provinciana –desde su cacicazgo en Guadalajara–, su feudo madrileño, como líder del partido en la capital y el carácter de patrón que ejerció entre los suyos a través de la alcaldía de la capital, de la cual obtuvo recursos administrativos –empleos, favores, etc.– para distribuir entre sus leales. En esta tupida red, el caciquismo se exhibe como uno de los soportes fundamentales en el régimen, y en él Romanones ejerce como un auténtico maestro de ceremonias.

Como observa Moreno Luzón, el conde posee instrumentos analíticos de la ciencia política, producto de sus estudios en Madrid y Bolonia, pero alejado de la reflexión teórica escruta los vicios del sistema y los aprovecha, mostrando una faceta realista, claramente antirregeneracionista, que le es de suma utilidad en sus disputas partidarias. «Romanones –ha escrito Moreno Luzón– se encontraba a gusto en la salsa político-burocrática de Madrid y en el ambiente rural y provinciano de la España interior» (pág. 212). Se convertía en paradigma de la política clientelar y de patronazgo sobre la que se asentó el sistema hasta su destrucción en 1923. Moreno Luzón aporta una rigurosa narración de cómo el liberalismo dinástico deviene en claro complemento de la política conservadora: de un lado, en el carácter cómplice del liberalismo en su búsqueda de estabilidad por la izquierda, en sus nexos con el institucionismo, en la apertura hacia una política secularizadora de la que Romanones fue protagonista en 1901 y en 1913, en la misma instrumentalización de los mecanismos clientelares, sombreados por un discurso «modernizador» de defensa de las libertades. Pero, junto al análisis de los vicios, se desgrana la intensa actividad de un político que se convirtió en un «buen» alcalde, que propició una razonable incorporación del universo local y provinciano a las necesidades de la sociedad de la época y, sobre todo, que se llevó a cabo en el marco de las reglas –sociales, económicas y políticas– de la política de orden. Romanones nunca dejó de ser un representante fiel de las elites del período, de carácter abiertamente antidemocrático y con fuertes inclinaciones al rechazo de la vida plebeya. En definitiva, un claro defensor de la monarquía constitucional y parlamentaria, como se dejó ver en la crisis final del régimen.

La lectura detenida de Romanones proporciona una mirada intensa, ponderada y crítica sobre un sistema político, sus clases dirigentes y los mecanismos de control social, que se materializaron de un modo paradigmático en la figura del conde. No debe ser olvidado que el perfil biográfico de Moreno abarca la dimensión clientelar, de patronazgo y control de la vida provinciana, de un lado, la dinámica de un hombre de partido que ocupó altas responsabilidades en el Estado, de otro, y se complementa con sus escritos de Ciencia Política, sobre la naturaleza del sistema que permite hablar de un político muy completo , no sólo –que también– de un profesional de la política.

El carácter polivalente del conde queda bien establecido cuando nos acercamos a su propia obra. Los tres volúmenes de Notas de una vida han sido oportunamente agrupados en un interesante volumen donde se percibe en toda su integridad el espíritu liberal, parlamentario y, sobre todo, la fuerte personalidad de Romanones. Hombre del siglo XIX , liberal, por encima de todo, quintaesenció Figueroa los mejores y los peores registros de la política liberal española. Hombre de realidades concretas, su acercamiento a la política se desarrolló en el ámbito de las decisiones inmediatas, en la respuesta a un instinto político que iba más allá de la reflexión teórica. Él mismo lo afirma en sus Notas de una vida: «Todo lo abstracto ha sido para mí siempre de difícil comprensión» (pág. 41).

Ese aprecio por las realidades concretas estableció una tupida red de intereses y actuaciones que habrían de hacer del conde una de las figuras esenciales de la política española a lo largo de más de treinta ños. La lealtad a Sagasta, los intentos por secularizar la enseñanza, la defensa del Parlamento como eje de la política, su base clientelar en Guadalajara, expresan el carácter de político por encima de cualquier otra consideración. De alguna manera, Romanones llevó a la política el mismo afán que le definió como un excelente cazador. El gusto por la presa, por la batalla parlamentaria y el sentido de la oportunidad. Al fin y al cabo, para el conde la política se regía, en cierta medida, por las mismas reglas del arte cinegético: la supervivencia.

UN BALANCE BREVE

Por lo escrito hasta aquí se percibe que nos encontramos ante trabajos de sumo interés, bien trabados, que desde tres atalayas muy distintas permiten una ajustada reproducción de lo que fue la Restauración. Se distancian afortunadamente de la multitud de textos que en los últimos años han proliferado en las librerías al amparo de demandas ocasionales y bajo la impronta de una muy interesada reivindicación del conservadurismo canovista. El oportunismo, unas veces, la necesidad de encontrar más o menos remotos antecedentes que den legitimidad a propuestas políticas actuales han llevado a la edición de trabajos que responden a claves de nuestros días, a la búsqueda y defensa de una tradición conservadora y parlamentaria, más que a una necesidad propiamente historiográfica. Ni Cánovas ni Romanones responden a esas demandas de inmediatez ni constituyen ninguna instrumentalización política del pasado. Resulta innegable que los tres libros pueden ser percibidos, recibidos e interpretados en clave política, pero su valor reside en el rigor y en el valor que presentan para una ajustada comprensión de un período histórico cuyos rumores llegan de un modo más o menos directo hasta nuestros días.

La coexistencia de temas, planteamientos y hasta de generaciones de historiadores aportan al libro de Tusell y Portero una fuerza considerable. Es indudable que se dejan sentir algunas ausencias temáticas –sobre el Partido Liberal, sobre el republicanismo y el tradicionalismo, sin cuyo antagonismo se diluye el propio sentido del régimen; de otro lado, el perfil de Cánovas exigía, a su vez, un contrapunto en otro de Sagasta–, pero las mismas no desmerecen un conjunto que, lleno de diversidades y también de desequilibrios, construye una ajustada y ponderada visión de Cánovas del Castillo, de sus fundamentos doctrinales, del conservadurismo español del siglo XIX y del sistema político por el creado.

Javier Moreno Luzón, un magnífico representante de las nuevas generaciones de la historiografía contemporánea, nos aporta una biografía densa, bien escrita, que mirando el pasado desde la perspectiva interdisciplinar, no deja por ello de saborear el estilo de la prosa histórica tradicional. Desde su trabajo, el conde de Romanones, cacique por antonomasia, puede ser comprendido desde unos registros más completos. El cacique no alcanzará la imagen de hombre de Estado, como Cánovas o Azaña, pero es indudable que su imagen histórica sale reforzada, no porque el trabajo de Luzón tenga un componente hagiográfico, sino porque el cacique, el manidor e impetuoso conde, representa muy bien los claroscuros de su tiempo, del régimen y del sistema a los que sirvió y de los que se sirvió. La lectura de Memorias de una vida alenta esta misma sensación.

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