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Julián Gorkin y el «mundo libre»

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Una conocida parodia de Luis Martín-Santos en su novela Tiempo de silencio ridiculizaba a Ortega y Gasset retratándolo como un charlatán metafísico. Resulta inevitable recordar uno de los textos autobiográficos de Gonzalo Torrente Ballester en el que recordaba las clases del filósofo. Reconocía don Gonzalo sus padecimientos para desentrañar el significado de las conferencias de quien, por otro lado, consideró siempre el maestro que le enseñó a pensar. No obstante, Ortega hizo también alardes de llaneza y concisión en muchas de sus obras. Valga como ejemplo su diatriba contra los historiadores: «no tienen perdón de Dios. Teniendo en sus manos quizás una de las materias más apasionantes que existen, nos han hecho aburrirla hasta el extremo. Hasta los topógrafos nos han conseguido despertar más interés con los suelos y los minerales que ellos. Debería venir Clío, pasar con su carro y quemarlos a todos».

Por su parte, Karl Kraus, autor de una obra vasta y compleja, al que le gustaba mucho retorcer el idioma alemán y llevar sus juegos lingüísticos hasta sus últimas consecuencias, también amansó su prosa y, claro y sencillo, habló así de los historiadores: «son gente que escribe tan mal que podrían trabajar en un periódico». Es difícil saber quiénes salen peor parados de la comparación, si los historiadores o los periodistas. Abundó en ello en otras ocasiones. De los primeros dijo que eran unos profetas retrospectivos, mientras que los segundos eran unos historiadores con visión de futuro. Ambos, según él, habían apestado el mundo, aunque los periodistas con talento y los historiadores, sin él. Temible Kraus.

Sin querer echar por tierra las opiniones de Ortega y de Kraus –a veces conviene recordarlas cuando leemos ciertos libros de historia–, bastaría un instante para redactar una nómina de historiadores con talento para la literatura, entendida ésta en su acepción más amplia y sin confundirla con la ficción. Las apreturas de la prosa académica no han de estar reñidas con el talento literario o con la emoción que pueda imprimírsele a una narración. En cualquier caso, un libro de historia aporta mucho más que una intención de estilo. En su aparato crítico se pueden vislumbrar las dificultades de la investigación, la calidad de los documentos consultados o el hallazgo de fuentes desconocidas hasta el momento. A veces es de lamentar que no se incluya un apéndice final, o incluso un libreto aparte, que contenga el making of de la obra principal. No le habría venido mal a un gran libro de Olga Glondys, La Guerra Fría cultural y el exilio republicano español. Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (1953-1965) (Madrid, CSIC, 2013). Glondys estudia las relaciones de los exiliados españoles con el Congreso por la Libertad de la Cultura, centrándose especialmente en la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, dirigida por Julián Gorkin. José-Carlos Mainer, el prologuista del libro, ensalza el trabajo de Glondys, «de apabullante información y lúcido equilibrio». No sólo incluye una bibliografía amplia y de gran alcance, sino que resulta muy sugerente el repaso de diferentes archivos europeos y norteamericanos. Su labor merecería uno de esos making of. Y el reconocimiento, además, de una escritura inteligente y tensa que aviva el interés por todo lo que cuenta y cuyo alcance se ve ampliado por la gran nómina de exiliados que aparecen en sus páginas. El libro se convierte así en un excelente punto de partida para tratar la prosopografía de los republicanos españoles que tuvieron relación con el «mundo libre». El estudio biográfico de los revolucionarios y los exiliados es uno de los grandes agujeros negros de la historiografía española. Agujero que paliará en parte la publicación del Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, que comenzará a publicar el año que viene la editorial Renacimiento. Sin duda, una gran noticia.

Entre las entradas del Diccionario no faltará uno de los principales protagonistas del libro de Glondys: Julián Gómez García, alias Julián Gorkin. Secretario general del POUM, expulsado de la Comintern en 1929, periodista y autor de novelas y obras de teatro, anticomunista furibundo y principal artífice de la publicación de las obras sobre las experiencias soviéticas de los grandes renegados españoles del comunismo: Jesús Hernández, Valentín González, «El Campesino», y Enrique Castro Delgado. Tras la muerte de Franco pasó a las filas del PSOE. Una vida intensa y pródiga en sucesos de gran importancia para la historia de España, sin duda, que ha quedado arrinconada para los historiadores por dos motivos fundamentales.

El primero es que Gorkin tenía, digámoslo así, una relación complicada con la verdad. Basta leer sus memorias (El revolucionario profesional: testimonio de un hombre de acción), muy entretenidas y jugosas en descripción de personajes y acontecimientos, para darse cuenta de que convendría aclarar cuál fue el verdadero alcance de todo lo que en ellas cuenta. Ha de recordarse, además, que fue el verdadero redactor de las memorias de Valentín González, «El Campesino», que escribía con dificultad y a quien se le daba mucho mejor contar sus hazañas, exagerando e inventando lo que fuera menester. Su vida, que fue una novela en sí misma, no necesitaba de aditamento narrativo alguno para resultar fascinante y casi increíble. Gorkin tomó al pie de la letra el cuento de «El Campesino» y, además, puso mucho de su parte para enjaezar los libros que le publicó. Pudo serle útil en sus campañas de propaganda, pero con ello impidió que se tomaran en serio las indudables hazañas de Valentín González y que, aún a día de hoy, desconozcamos su terrible verdad en la Rusia bolchevique.

El segundo motivo por el que la figura de Gorkin ha quedado arrumbada es su relación con el Congreso al que Olga Glondys dedica su monografía. En 1967 se descubrieron las subvenciones con que la CIA apoyaba a grupos intelectuales anticomunistas y partidarios del así llamado «mundo libre». Entre ellos, los relacionados con el Congreso y con los Cuadernos dirigidos por Gorkin. Aunque sea inexacto decir que él estaba a sueldo de la CIA, bastaba saber que los servicios de inteligencia norteamericanos habían contaminado su revista para mantenerlo como un apestado en todo libro de historia donde pudiera tomar algún protagonismo, ya fuera por su papel en el exilio español en Francia antes de la guerra, durante ésta mientras fue encarcelado por su pertenencia al POUM, o posteriormente en plena guerra fría. Fue ésta una época de incertidumbre y fuertes tensiones que, de alguna forma, continúan hoy en día por los canales de la historiografía que la estudia. El libro de Glondys fue reseñado en marzo de este año por Jordi Gracia y criticado de forma acerba. Afortunadamente, el profesor Ángel Viñas le ha dedicado un texto informado desmontando las críticas de Gracia y ensalzando las virtudes no sólo del libro, sino también de la labor como historiadora de Olga Glondys.

La Guerra Fría cultural y el exilio republicano español es un excelente punto de partida para revisar la biografía de Gorkin. No fue alguien cómodo, pero sí importante y punto de confluencia en el mundo del exilio español. Es más que suficiente para dedicarle el estudio biográfico y literario que merece.

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