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La ironía se hizo método

historia/HISTORIA

Reinhart Koselleck

Trotta, Madrid

Trad. e intr. de Antonio Gómez Ramos

154 pp.

12 €

ACELERACIÓN, PROGNOSIS Y SECULARIZACIÓN

Reinhart Koselleck

Pre-Textos, Valencia

Traducción, introducción y notas de Faustino Oncina Coves

96 pp.

10 €

LOS ESTRATOS DEL TIEMPO: ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIA

Reinhart Koselleck

Paidós-UAB, Barcelona-Buenos Aires-México

Intr. de Elías Palti Trad. de Daniel Innerarity

160 pp.

10 €

REIVINDICACIÓN DEL CENTAURO. ACTUALIDAD DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Antonio Gómez Ramos

Akal, Madrid

93 pp.

9,40 €

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Según Burckhardt, la filosofía de la historia es una contradicción y un despropósito, casi un compuesto contra natura por el estilo de los centauros. La razón es, según él, vieja y sencilla: la filosofía constituye una labor de subordinación, que jerarquiza elementos y construye sistemas, mientras que la historia es asunto de coordinación, de poner episodios uno junto a otro de modo que pueda destacar la singularidad de cada uno. Antonio Gómez Ramos cree, sin embargo, que el centauro se vuelve a poner hoy de pie «con esa combinación de especulación visionaria, desatino, agudeza y urgencia disimulada que le han caracterizado siempre»Antonio Gómez Ramos, Reivindicación delcentauro, p. 16.. Es posible que así sea, pero, como después se verá, quizá falte añadir una nota destacable: la ironía. En realidad seguimos teniendo filosofía de la historia, sólo que ahora sin filosofía (algo que no sé si se parece mucho a un centauro). Los tiempos siguen teniendo, desde luego, plan y propósito; la única diferencia es que la filosofía ya no desempeña ningún papel en el esclarecimiento de ese plan. Lo que antes hacían filósofos especulativos o visionarios lo hace ahora una turba de gerentes, consultores e informantes, gente muy poderosa y muy poco distinguida que se reúne por videoconferencia, corre en chándal por los parques y toma el sándwich en el despacho. El resultado es ambiguo para los tiempos, pero inmejorable para la filosofía; en lugar de a la sangrienta empresa de transformar el mundo, los filósofos procuran dedicarse a lo que nunca debieron dejar de hacer: mirar con extrañeza, entender con incredulidad, espantarse de lo visto y entendido y sacar algunas conclusiones con una mezcla variable de risa, vacilación, melancolía, sarcasmo y desasosiego.

El historiador y pensador alemán Reinhart Koselleck, nacido en 1923, es una de las figuras más sobresalientes de la cultura europea de la segunda mitad del siglo XX ; sus dos obras más conocidas, Crítica y crisisKritik und Krisis, su tesis doctoral, publicada en 1959, que llevaba como subtítulo «Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués». Hay traducción castellana de Rafael de la Vega: Crítica y crisis del mundo burgués, Madrid, Rialp, 1965. La traducción se publicó en la colección «Naturaleza e historia», dirigida por Florentino Pérez Embid, Antonio Millán Puelles y Roberto Saumells, una colección perteneciente a lo más oficial de la España sin problema. No consta, o no me consta a mí por lo menos, que en aquel contexto de recepción, donde resonaban ecos más o menos schmittianos, tuviera la obra de Koselleck una acogida demasiado fecunda. y Futuro pasadoVergangene Zukunft, publicada en 1979. Hay traducción castellana de Norberto Smilg: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993. En 1998, José Luis Villacañas y Faustino Oncina editaron, también en Paidós, Historia yhermenéutica, un intercambio entre Koselleck y Gadamer que después pasaría a formar parte del mismo volumen, Zeitschichten, del que proceden varios de los textos reseñados aquí. , pertenecen sin discusión al canon de lo que debe leerse para entender lo que fueron los tiempos modernos. De los tres volúmenes a que me refiero aquí, los dos primeros (Estratos del tiempo y Aceleración, prognosis y secularización) recogen varios ensayos breves de Koselleck publicados durante los años ochenta y noventa, todos ellos comprendidos en el volumen Zeitschichten (es decir, «estratos o capas del tiempo»), publicado en 2000. El tercero corresponde a la parte escrita por Koselleck de la voz «Geschichte/Historie» (historia/Historia en la traducción de Antonio Gómez Ramos) correspondiente a los Conceptos históricosfundamentales. Diccionario histórico del lenguaje político-social en Alemania, la magna obra dirigida por Koselleck, Brunner y Conze a partir de 1972. Es lástima que el lector de lengua castellana se encuentre los Estratos del tiempo incompletos y troceados, pero los tiempos son como son y quizá no haya que pedirles más.

Koselleck es un magnífico arquitecto de los conceptos (es un filósofo en el sentido de Burckhardt), aunque también es un admirable preciosista de los detalles (un historiador, según la misma distinción). historia/Historia es un espléndido relato de las aventuras alemanas de la palabra «historia» durante la edad moderna.A cualquier castellanohablante le resulta familiar (tanto que apenas repara en ella) la ambigüedad de esta palabra, que designa por un lado el relato o exposición de ciertos hechos del pasado o del presente y, por otro, los hechos mismos relatados o, por mejor decir, su organización o coherencia, una organización que afecta tanto al pasado y al presente como también al futuro. Historia es lo que en latín se llamaba historia rerum gestarum, es decir, la crónica y testimonio de las cosas ocurridas, pero también designa a las propias res gestae, a las cosas acontecidas o llevadas a cabo. Las cosas son historia, en el segundo sentido (con minúscula si así se quiere), siempre que sean dignas de formar parte de historias en el primer sentido (en el de la Historia). Lo más notable del estudio de Koselleck es mostrar que los dos sentidos, el de la historia como relato y la historia como lo relatado, que hasta finales del siglo XVIII estaban a cargo de los términos Historie y Geschichte, respectivamente, terminaron mezclándose en la segunda de estas palabras. Quien no es alemán puede envidiar la riqueza terminológica de una lengua en la que hay claramente dos palabras para lo que son dos conceptos. Sin embargo, cuando las lenguas están en orden y se tiene una palabra para cada concepto, puede ocurrir que las palabras se repartan los significados (o se los disputen) sin ninguna disciplina lógica y de forma variable y caprichosa, algo que no es ninguna anomalía, sino la manera acostumbrada de relacionarse las palabras con los conceptos,es decir, las palabras entre sí. Esta es quizá la mejor lección, un tanto irónica, del opúsculo de Koselleck.

Pero el episodio histórico más interesante de la palabra historia es quizá aquel en el que Geschichte, que sólo se podía usar en plural (las historias), pasa a usarse también, e incluso principalmente, en singular, y no para designar a una de esas historias, sino a cierto elemento que todas ellas tienen en común. Antonio Gómez Ramos ha argumentado brillantemente que todo esto es en definitiva un asunto de cómo llevar la contabilidad. Sin duda tenemos términos contables, como «casa», «cuchara» o «cereza», que pueden enumerarse diciendo cuántas casas hay, que sólo quedan dos cucharas o que esto es una cereza.También existen términos incontables, como «azúcar», «soberbia» o «agua», respecto de los cuales no se pregunta cuántas unidades se dan, sino qué parte o proporción (no cuántas soberbias, sino cuánta), y que sólo aparecen en plural y pueden enumerarse cuando no denotan muestras singulares sino clases de muestras: que haya azúcares, aguas y soberbias quiere decir tan solo que no todas las muestras singulares son homogéneas entre sí y por eso hay que distinguir tipos (el agua es agua, pero hay aguas y aguas). Sin embargo, «historia» resulta ser, por un lado, contable y, por otro, incontable. Es lo primero cada vez que reconocemos una, dos o innumerables historias; es lo segundo cuando vemos que la historia es en cierto modo la materia de la que están hechas todas las historias. Esto último es precisamente lo que interesa a Gómez Ramos.Tenemos, dice, mil historias particulares contables (que pueden enumerarse y que pueden narrarse), pero todas ellas están hechas de una misma materia incontable. Esta última no puede contarse en ninguno de los dos sentidos de la palabra, «como si la ruptura de un tronco en mil astillas revelase que lo que hay de común a todas ellas es la madera, inseparable de ellas»Reivindicación del centauro, p. 59.. Semejante madera común –quizá retorcida, como la de Kant– es propiamente una especie de resto: lo que queda sin contar cuando se cuentan historias particulares, una o muchas. Ese resto, «que es realidad histórica en bruto, que apenas se trasluce entre textos e interpretaciones, pero que nunca deja ya de ser una pérdida imposible de redimir, es lo que distingue las historias de los relatos de ficción»Reivindicación del centauro, p. 79..

Es difícil expresar mejor la relación entre las historias contadas y lo que no llega a contarse porque no da tiempo o no ha lugar; Gómez Ramos acierta plenamente en esto, aunque quizá lo que dice sea también aplicable a las historias fingidas. Al igual que las historias de verdad, la buena literatura se distingue por no llegar a decirlo todo; un relato malo cuenta todo lo que tenía que contar (incluso cuenta de más) y el lector sabe que ya no queda nada sin decir (ni falta que hace), mientras que en las buenas narraciones el lector lee lo que está escrito y también lee lo que no llegó a escribirse. Una narración es buena cuando se deja cosas sin escribir y el lector las advierte y las considera lo más importante de todoAlgo semejante a esto es lo que puede encontrarse en la concepción de la lectura y de la historia de Walter Benjamin en sus últimos años (el tema de leer lo que nunca se escribió), tal como ha sabido verlo José Manuel Cuesta Abad en su excelente Juegos de duelo.La historia según Walter Benjamin, Madrid, Abada, 2004.. Y no es que las historias de verdad sean como las de ficción, sino que probablemente ocurre al revés. Probablemente el cuento y la novela modernos son ramas de la historiografía que copian su estructura; los relatos de ficción tienen un final porque antes nos habíamos acostumbrado a que las historias de verdad se resuelvan en un desenlace al que estaban destinados todos los antecedentesNo digo nada nuevo, claro está. Consulte el perplejo lector El sentido de un final, de Frank Kermode, o Las semanas del jardín, de Rafael Sánchez Ferlosio..

Pero volvamos a Koselleck. Según expone con brillantez en el ensayo más extenso de los recogidos en la edición castellana de Los estratos del tiempo«Cambio de experiencia y cambio de método. Un apunte histórico-antropológico», Los estratos del tiempo, pp. 43-92., la historia y la experiencia no son en sus orígenes conceptos netamente distintos. De hecho, el historeîn de Heródoto consiste en experimentar uno por sí mismo ciertos acontecimientos del presente antes de que terminen de pasar o se desvanezcan, algo muy semejante, si bien se mira, a lo que la epistemología moderna llamó experiencia. Quien quisiera podría leer este escrito de Koselleck como una contribución al derribo del concepto empirista de experiencia, un concepto que en realidad está demolido desde hace muchísimo, aunque ya se sabe que los conceptos filosóficos, como las estrellas, siguen haciéndose notar bastante después de desaparecer. Se ha pensado de manera insistente que el modo más característico de experiencia histórica es lo nuevo y lo irrepetible, aquello que irrumpe sin expectativa ni pronóstico y trastorna la experiencia normal de las cosas. Sin el acontecimiento inesperado y excepcional que hace época no mediríamos el tiempo como lo medimos ni tomaríamos por habitual lo que estimamos así. Pero la experiencia histórica, incluida la de lo irrepetible, posee sus propias formas, es decir, sus propias estructuras constantes dentro de las cuales puede tener sitio, sin ir más lejos, lo excepcional. Porque aquello que aparece por sorpresa no es, según Koselleck, el paradigma de la experiencia histórica, sino tan solo uno de sus tipos. Hay otro, el segundo, que consiste en la repetición de un mismo hecho o clase de hechos, ya sea en el transcurso de la vida de un individuo o generación, ya en el contexto de unidades de almacenamiento de experiencias, como son las familias, las profesiones, las confesiones religiosas, los partidos y asociaciones y otras formas de comunidad. Aquí la experiencia ya no es única y consiste propiamente en una reiteración que se lleva a cabo conforme a cierta expectativa. Pero hay aún un tercer tipo de experiencia: la lenta experiencia a largo plazo que se transmite «en secuencias que rebasan a una sola generación y escapan a la experiencia inmediata». Puede afirmarse, cree Koselleck, que ésta es «la experiencia "histórica" en un sentido estricto o específico»«Cambio de experiencia y cambio de método…», Los estratos del tiempo, p. 54..

A las tres formas mencionadas de adquisición de experiencia –la inmediata, la biográfico-generacional y la que se da a largo plazo– corresponderán sendos «tipos ideales de historiografía», a saber, el registro, la continuación y la reescritura de la historia«Cambio de experiencia y cambio de método…», Los estratos del tiempo, pp. 57 y ss.. Naturalmente, el último tipo es el fundamental, y según Koselleck el gran reescritor es Tucídides. Cuando la Historia dela guerra del Peloponeso hace hablar a los personajes por medio de discursos da por sentado que esos discursos no son ni pueden ser los de verdad, que eso es reescritura de otra cosa que no sabemos cómo fue (de algo que no es contable) y que la historia escrita está separada de la historia real por una severísima hendidura. Pero lo característico de la experiencia histórica es precisamente esa hendidura, y no lo inmediato de los registros de acontecimientos presentes. Es cierto que muchas veces los historiadores registran los hechos con inmediatez; sin embargo, ese tipo ideal de historia no es el fundamento sobre el que se edifican los demás: es solamente un tipo entre otros, y se da más bien como una rareza o desviación de lo mediato. La experiencia histórica a largo plazo es el fondo del que destaca lo novedoso y lo irrepetible y el que permite las reiteraciones y los pronósticosA la predicción está dedicado «El futuro ignoto y el arte de la prognosis», el segundo texto recogido en Aceleración, prognosis y secularización, pp. 73-96.. Por lo general, no se predice la irrupción de algo totalmente desconocido y ajeno a toda experiencia, sino más bien la reaparición de algo que ya se conocía, algo que se había experimentado, aunque raramente de manera directa. La experiencia no es (salvo raras veces) el impacto de un estímulo procedente del mundo exterior, sino aquello que recibe los impactos y que puede adelantarse a ellos y hacerles sitio. Sucede algo semejante a lo que Gómez Ramos señala sobre el concepto de historia: también la experiencia puede ser contable (así cuando se dice que uno ha tenido una experiencia desagradable o sublime, o dos, o media docena) y puede ser incontable (y entonces se afirma, sin más, que uno tiene experiencia o que participa de la experiencia colectiva); al igual que antes, el primer sentido depende del segundoAlgo que sólo sorprenderá a quien tenga una noción de experiencia añejamente empirista. Por lo menos desde Sellars, la filosofía académica anglosajona está muy acostumbrada a ideas sobre la experiencia pertenecientes a la tradición que arranca de Hegel (o quizá de Kant) y culmina en Gadamer y Koselleck. El lector interesado puede leer el reciente libro de Martin Jay, Songs of Experience. Modern American andEuropean Variations on a Universal Theme, Berkeley-Los Ángeles, University of California Press, 2005..

Hay tres parejas de términos en el pensamiento de Koselleck a los que me gustaría referirme a continuación. Se las podría considerar las tres grandes ironías de la historia (y también de la Historia). El primer par es el de lo lento y lo acelerado. En un ensayo de 1989, Koselleck mostró las deudas de la idea moderna de una aceleración o intensificación de la marcha de la historia con el viejo tema apocalíptico del acortamiento del tiempo y sometió a un examen muy agudo el debate sobre la secularización, que tanto debe a su maestro Carl Schmitt, al que enseguida volveré«Pues serán aquellos días de tribulación tal como no la hubo desde el principio de la creación que Dios creó hasta ahora, ni la habrá.Y si el Señor no abreviase aquellos días, nadie sería salvo; pero por amor de los elegidos, que Él eligió, abreviará esos días», Marcos, 13, 19-20.Véase «Acortamiento del tiempo y aceleración. Un estudio sobre la secularización», en Aceleración,prognosis y secularización, pp. 37-71. El lector encontrará una presentación muy completa del asunto en el libro de Giorgio Agamben, Il tempo che resta. Un commentoalla Lettera ai Romani, Turín, Bollati Boringhieri, 2000.. Pues bien, lo que cree Koselleck es que, por mucho que a los tiempos contemporáneos les guste presumir de acelerados y por mucho que disfruten los partidarios de la tesis de la secularización proclamando que todo estaba ya en san Pablo, san Marcos o san Juan, lo cierto es que las cosas son siempre más lentas de lo que parece o, por lo menos, que la historia se va haciendo pausadamente, en distintos estratos, a partir de episodios trepidantes y de sus efectos retardados. Aun cuando se perciba que todo cambia a un ritmo frenético, las gentes y los tiempos están movidos por fuerzas que actúan sólo a largo plazo, mofándose de las veloces apariencias.También en esto la historia ( Geschichte) es un conjunto de capas de tiempo ( Zeitschichten).

El segundo par es el de lo pequeño y lo grande. Koselleck ha mostrado muy bien la vigencia del principio aristotélico según el cual «pequeñas causas pueden tener grandes efectos», un principio que explotaron Polibio, Tácito, Bayle, Voltaire o Federico el Grande «para explicar cataratas de acontecimientos a largo plazo»«Cambio de experiencia y cambio de método…», Los estratos del tiempo, p. 66. Lo que Aristóteles mostró al respecto ( Política, 1303 a 20-23) es que los regímenes «cambian también por no darse importancia a las minucias (dià tò parà mikrón), quiero decir con esto que muchas veces no se advierte que el desdeñar una pequeñez trae consigo una gran revolución en las leyes y las costumbres» (traducción de Julián Marías y María Araújo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1951). Si no estoy engañado, la sabia apreciación aristotélica puede encontrarse ya en cierto modo en Platón, Leyes, 788 a-c. El lector encontrará una exposición muy sólida de lo pequeño como causa de lo grande en Juan Antonio Rivera, El gobierno de la fortuna, Barcelona, Crítica, 2000. Sobre el modo irónico de la historia son un clásico las páginas dedicadas a Croce por Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, traducción de Stella Mastrangelo, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.. Y prosigue con toda una sentencia casi neotestamentaria: «La ironía se hizo así método». Los retóricos señalan a menudo una distinción (de entre las muchas que en torno a este asunto pueden hacerse) entre la ironía verbal y la real o de situación; ambas son una especie de burla a las expectativas, pero la primera consiste en hablar contrariamente a lo que se piensa y la segunda en que las cosas mismas ocurran invirtiendo lo normal o esperable. Pues bien, el historiador estudia ironías reales y, aunque no es seguro que deba convertirse en un ironista verbal, sí que escribe sobre un mundo endiablado y vuelto del revés. Para entender lo que ocurre, el historiador debe acostumbrarse a que lo más insignificante puede más que lo dotado de obvia importancia. Una consecuencia probable –que Koselleck no menciona– es que los lugares comunes sobre los temascandentes o las grandes cuestiones de cada momento no le merecen mucha atención al historiador: lo que se cree que es grande acaba teniendo menos importancia que ciertos detalles de apariencia nimia.
El tercer par es el de los derrotados y los vencedores. Koselleck cree que la historia la hacen los vencedores pero la escriben mejor los vencidos, y que muchas veces el contar los hechos es una especie de venganza contra los hechos mismos. A Koselleck no le preocupa mucho, sin embargo, la cuestión de si la historia hace justicia; simplemente señala que el derrotado, apenas se distancia un poco de su derrota, está en mejores condiciones que el vencedor para entender lo que pasa y contarlo, no que el haber sido derrotado lo convierta a uno en una persona especialmente recomendable o digna de reparación. La lista de vencidos clarividentes es abrumadora: Heródoto, Tucídides,Tácito, san Agustín, Philippe de Commynes, Maquiavelo, Tocqueville, Weber. De pronto, surge Marx, un Marx que está entre los derrotados pero escribe como si fuera un ganador a largo plazo.Y a esas alturas del desfile, el lector empieza a sospechar, casi con el corazón en un puño, que quizá no tarde en surgir uno de los más ilustres derrotados del siglo XX, un derrotado que fue quizás el principal maestro de Koselleck… Pero Carl Schmitt sólo es mencionado en una nota, una mínima nota que esconde, sin embargo, grandes insinuaciones y no pequeñas ironías«Cambio de experiencia y cambio de método…», Los estratos del tiempo, p. 91, n. 59..

Si no estoy engañado, muchas de las lecciones de Koselleck sobre la experiencia histórica están compendiadas en el texto al que se refiere esa nota. Se trata del escrito « Historiographia in nuce: Alexis de Tocqueville», uno de los que Schmitt compuso clandestinamente en el campo de concentración donde fue internado en 1945 tras la victoria aliada. Quien haya leído este texto recordará sin duda el relato que Ivo Andric contó a Schmitt en el París ocupado de 1940: «Marko Kraljevic, el héroe de la leyenda serbia, luchó durante todo el día con un poderoso turco, y tras duro combate lo derribó en tierra. Después de haber dado muerte al enemigo vencido, se despertó una serpiente que dormía sobre el corazón del muerto, y dijo a Marko: Has tenido suerte de que yo haya dormido durante vuestra lucha. Entonces exclamó el héroe: ¡Ay de mí, he matado a un hombre que era más fuerte que yo!». Schmitt, por su parte, contó la leyenda a Jünger y a otros ocupantes nazis. «A todos nos impresionó profundamente», dice, «pero todos estábamos de acuerdo en que los vencedores de hoy no se dejan impresionar por semejantes leyendas medievales», y concluye: «¡También eso forma parte de tu gran pronóstico, pobre vencido Tocqueville!»Carl Schmitt, « Historiographia in nuce: Alexis de Tocqueville», en Ex Captivitate Salus. Experiencias de los años 1945-1947, traducción de Ánima Schmitt de Otero, Santiago de Compostela, Porto y Cía, 1960, p. 37.. La historia es la serpiente que está escondida allí donde uno cree haber vencido. Que nadie espere de ella sino favores muy efímeros. Es pequeña, se mueve con lentitud y apenas se la nota. No es prudente presumir de tenerla controlada, y la única esperanza que deja es que sus próximos movimientos se parezcan a otros que ya conocemos, pero aun así no dejará de burlarse de nosotros. Sus trampas y sus astucias nadie podría terminar de contarlas.

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