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La elocuencia del predicador

Arquitectura moderna: The Kahn Lectures, Princeton, 1930

Frank Lloyd Wright

Paidós, Barcelona

Trad. de Ferrán Meler-Ortí

248 pp.

25 €

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Yo vine a Princeton a predicar»: en mayo de 1930, cuando pronunció las conferencias patrocinadas por el mecenas Otto H. Kahn en la Universidad de Princeton, Frank Lloyd Wright iba a cumplir sesenta y tres años. Era la segunda opción de los responsables de la universidad, ya que el primer invitado a hablar de la «nueva arquitectura», el holandés Jacobus J. P. Oud, había caído enfermo.

Por entonces Wright ya había entrado en la historia. De hecho, solo por las obras construidas hasta 1910 (cuando abandonó a su familia y huyó a Europa con la mujer de un cliente), a Wright ya habría podido considerársele un arquitecto extraordinario. Henry-Russell Hitchcock, el crítico norteamericano más relevante de esa época, entendía que Wright había sido un gran innovador, pero lo enmarcaba dentro una «nueva tradición», en lugar de incluirlo en la «nueva vanguardia» encabezada por Walter Gropius, Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier y el mencionado Oud.

Las seis conferencias pronunciadas por Wright se publicaron el año siguiente (1931) en la editorial de la universidad; y en 1953 se incluyeron en otro libro del arquitecto, The Future of Architecture. Curiosamente, este último se tradujo muy pronto al español (El futuro de la arquitectura, trad. de Eduardo Goligorsky, Buenos Aires, Poseidón, 1957) y se ha vuelto a reimprimir en 1979 y 2008. Así pues, las ideas expuestas por Wright ya existían en versión española desde hace mucho tiempo. Entonces, ¿cuál es el motivo de haberlas reeditado en 2010? Pues probablemente que Princeton volvió a publicar el librito de las conferencias en 2008, esta vez con una espléndida introducción de Neil Levine. Por tanto, lo novedoso de esta edición de Paidós es dicha introducción y el prefacio original de 1931, además de una nueva traducción que mejora bastante la versión de la edición argentina.

Animo a los lectores a abordar con curiosidad esa introducción, superando el desaliento inicial que provocan las numerosas notas (ciento noventa en sesenta y seis páginas). Lo que a primera vista podría parecer una muestra de incontinencia erudita es en realidad un texto ameno y riguroso que explica con todo detalle la gestación, el desarrollo y el contenido de la actuación de Wright en Princeton.

Incluso podría decirse que la introducción facilita la posterior lectura de los textos de Wright, que era más dado a la prédica emocional que a la descripción analítica. Como indica el propio Levine, «Wright era más elocuente, más convincente e incluso más poético en sus edificios que en sus palabras. Asimismo, era mucho más original y creativo en sus proyectos arquitectónicos que en sus escritos teóricos». ¿Y qué ideas predicó Wright a los estudiantes de Princeton? Pues algunas ya conocidas y otras que tenía en plena elaboración. Las dos primeras conferencias («Máquinas, materiales y hombres» y «El estilo en la industria») exponen su postura ante la introducción de la máquina en la construcción y sus consecuencias en el nuevo estilo de la arquitectura norteamericana. La primera incluía otra conferencia pronunciada en Chicago en 1903, «Artes y oficios de la máquina», con lo que Wright reivindicaba su papel de «pionero» en el paso de la elaboración artesanal, defendida por el movimiento inglés Arts & Crafts, a la producción maquinista propugnada por el Movimiento Moderno centroeuropeo.

«La muerte de la cornisa» es el sugestivo título de la tercera conferencia, en la que Wright ataca sin piedad a la arquitectura clásica, especialmente la del Renacimiento italiano, para acabar intentando explicar, sin mucho éxito, lo que entendía por «arquitectura orgánica», un concepto tradicionalmente ligado a su obra, pero que él mismo nunca llegó a concretar: aquí dice que es la que se concibe «de dentro afuera».

Algo más explícito es Wright en la cuarta conferencia, «La casa de cartón», en la que explica con detenimiento las nuevas ideas sobre la arquitectura doméstica plasmadas en sus innumerables obras construidas en la primera década del siglo xx. Aquí se aclara el porqué de sus techos bajos (solo medía 1,73 metros), se describe el «espacio continuo» de sus estancias comunes y se detalla el «ideal de simplicidad orgánica» en los famosos nueve puntos aplicados en sus «casas de la pradera».

Las dos últimas conferencias («La tiranía del rascacielos» y «La ciudad») son las más novedosas. En la primera, Wright critica acerbamente los rascacielos coetáneos (en Nueva York acababa de inaugurarse el Chrysler y estaba terminándose el Empire State), tras narrar con cariño cómo nació este tipo de edificio cuando su «amado maestro», Louis Sullivan, le mandó pasar a limpio el alzado del edificio Wainwright. Wright no criticaba la construcción en altura en sí misma, sino su composición, generalmente escalonada; de hecho, él se encontraba también ocupado en el proyecto de la torre St. Mark’s, que finalmente no se construiría.

Por último, en «La ciudad», Wright esboza esa concepción urbana que un par de años después (1932) plasmaría en su libro The Disappearing City: una ciudad dispersa, con parcelas de un acre (unos cuatro mil metros cuadrados) para que cada familia construyese su propia casa, y con los edificios públicos concentrados en puntos singulares, en torno a lo que entonces eran los verdaderos hitos de referencia: las gasolineras. Wright bautizó a esta ciudad como Broadacre City y construyó una gran maqueta que se exhibió por todo el país en los años siguientes.

En 1930, cuando pronunció las conferencias de Princeton, muchos pensaban que Wright estaba a punto de jubilarse. Pero poco después conocería a dos personajes decisivos: Edgar J. Kaufmann y Herbert F. Johnson Jr. Para el primero construiría, entre 1934 y 1937, la casa más famosa de la historia de la arquitectura: Fallingwater, conocida como la «casa de la cascada». Para el segundo levantaría, entre 1936 y 1939, uno de los espacios interiores más sugestivos del siglo xx: las oficinas de la compañía Johnson Wax. Y aún quedaba su magistral obra póstuma: el Museo Guggenheim en Nueva York. Siempre que le preguntaban cuál consideraba su mejor obra, Wright respondía inevitablemente: «La próxima». Esta fue la última, terminada treinta años después de las conferencias de Princeton.

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Ficha técnica

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