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España repoblada o el triunfo de la aldea

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¿Puede, una (buena) sociedad dar la espalda al territorio sin sufrir las consecuencias? Hermano, hasta aquí hemos llegado. Ya era hora, en el primer ecuador anual (y vaya año) de nuestro blog, ya tocaba hablar de esto. Sabes que hay algunas palabras cuya pronunciación escatimamos para no conjurar a los malos espíritus. Tal es el caso de “la-palabra-que-empieza-por-e”. Pues ahora le toca a “la-palabra-que-empieza-por-d”. No nos gusta esa palabra, pero es ineludible el decir cuál es, al menos para que los amables lectores sigan concediéndonos el regalo de su atención. Pues bien, pronunciémosla por primera y única vez: “despoblación”. Aunque solo sea para conjurar su aciago presagioEsto sí que es grande. Va uno al diccionario de la Real Academia Española y se encuentra con que la voz “conjurar” tiene nada menos que siete acepciones y algunas de ellas de significado opuesto que le viene dado por el contexto de la frase en la que se encuentra. Pues elegimos las dos que más convienen a la tesis de esta tribuna: ahuyentar y convocar. Es decir, las acepciones sexta y cuarta, respectivamente, cuya definición canónica encontrará el lector en este enlace: https://dle.rae.es/conjurar. Por cierto, “la-palabra-que-empieza-por-e” es “envejecimiento”..

Lo natural, en lo que se refiere a la población radicada en un territorio cualquiera, es que aquella varíe en el tiempo, y se redistribuya una y otra vez entre los diferentes territorios, y que estas dinámicas se expresen con arreglo a patrones, también cambiantes, de especialización productiva, dotación de recursos y/o atractivos naturales. También es comprensible que la interacción humana con el territorio sea tan compleja y variada como para que “repentinamente” (en las coordenadas de la escala histórica) un territorio dado pueda experimentar fenómenos de espectacular éxito o fracaso poblacional, algo que el registro histórico (y prehistórico) certifica ampliamente.

Pero, el “éxodo rural” que España ha venido sufriendo con acusada intensidad desde hace ya siete décadas es algo especial porque este éxodo no parece tener vuelta atrás y dibuja en el territorio una insondable divisoria demográfica y funcional. Bueno, quizá convendría decir que este éxodo, “hasta ahora”, no parecía tener vuelta atrás.

En 1950, la población española era de 28 millones de personas, y el 31,45% vivía en municipios de menos de 5.000 habitantes. Hoy, la población española es de 47 millones y en los municipios de ese tamaño solo vive el 12,12%. De los 8.131 municipios que tiene España en la actualidad, algo más de 1.300 municipios tienen 100 o menos habitantes y solo concentran a menos de 77 mil habitantes (una media de menos de 60 habitantes por municipio). Y el número sigue creciendo. Para que estos municipios duplicasen su población bastaría con que el 0,19% de los habitantes de los municipios de más de 5.000 habitantes se trasladase a los más pequeños. Esto es solo álgebra elemental, y hasta absurda, pero el lector puede hacerse inmediatamente a la idea de la catástrofe que significa eso que describe la-palabra-que-empieza-por-dEl lector encontrará una amplia serie de temas referidos al fenómeno de la despoblación en España en la serie “Laponia”, tribunas mensuales publicadas en 2019 y 2020 por uno de nosotros en la revista “Empresa Global” de Analistas Financieros Internacionales (Afi), accesible en el siguiente enlace: http://www.empresaglobal.es/..

Este año que entra se cumple el septuagésimo aniversario del estreno de la película “Surcos”, de José Antonio Nieves Conde, una de las mejores del ciclo neorrealista español. En ella se narra la dura historia de una familia de campesinos, sometidos a la miseria de una tierra empobrecida y dura en una pequeña aldea castellana, que emigran a la ciudad animados por lo que les cuentan otros vecinos del lugar que les precedieron en el éxodo. Se instala la familia en una corrala y les suceden a sus miembros todo tipo de desgracias. Marcharon a la ciudad y, como diría el Buscón en uno de los más grandes epílogos de la novela picaresca española, “les fue peor”La ficha de Surcos puede consultarse en este enlace: https://www.filmaffinity.com/es/film323900.html. Una de las claves más importante de esta magistral película radica en que entre sus guionistas, aparte de propio José Antonio Nieves Conde, figura Gonzalo Torrente Ballester, “falangista antifranquista”, como lo definiría mucho más tarde José Lázaro (véase https://cuadernoshispanoamericanos.com/el-falangismo-antifranquista-de-gonzalo-torrente-ballester/). La película se plantearía como una crítica encubierta al abandono que sufría el mundo rural, la dureza de la vida en él y el espejismo del progreso fácil y turbulento en la ciudad. La censura, si es que captó la indirecta, no puso ninguna objeción a esta encriptada crítica al régimen entonces vigente..

Surcos, como una crónica visual (también literaria) del incipiente éxodo rural español vendría seguida medio siglo más tarde de una impresionante crónica literaria que se inicia con la publicación de “La lluvia amarilla” de Julio llamazares, en 2001 (Seix Barral), dando lugar a una saga literaria que desemboca en 2016 en “La España Vacía” de Sergio del Molino (Turner Noema), a la que sigue “Los Últimos” de Paco Cerdá, publicada en 2016 (Pepitas de Calabaza), y, hace apenas unos días, “La España Despoblada” de Manuel Campo Vidal (autoeditada). Hay que decir que el debate literario sobre la despoblación es conmovedor, bellísimo, por lo humano y evocador, y rotundo. Por lo incisivo de los testimonios que recoge e interpreta, por la viveza de las imágenes que describe, que te hacen sentir el frío, el dolor y la soledad de los protagonistas que se retratan, por la contundencia de los paisajes, testigos mudos del “gran trauma” (Sergio del Molino) y por el incisivo paso del tiempo en el mundo recreado en estas obras. No es de extrañar que los españoles, en su imaginario colectivo, detesten (permítannos la licencia) “el campo” y generaciones enteras hayan decidido olvidarse de él.

Además del debate literario, que hay que agradecer, encontramos un debate ideológico (que no político, y eso es lo malo), aparentemente derivado del anterior, en el que nos encontramos con algunos de los fantasmas que más nos han entretenido en el pasado y que siempre han venido bien para explicar algunas de nuestras desgracias más estructurales. Es decir, la ridícula explicación que se resume de la siguiente manera: “la dictadura franquista expulsó a los habitantes de las aldeas para llenar España de pantanos y centrales nucleares”, lo cual (dicho con ironía), a la vista está. Como si a cada paso que diésemos en la España despoblada se nos cruzase la orilla de un pantano o la verja de seguridad de una central nuclear. Eso, sin necesidad de aludir a la evidente prosperidad que pantanos y centrales han traído a las zonas en las que se localizaron en su día los existentes.

Si salimos, no obstante, de una consideración estrictamente hispano-española del fenómeno que describe la-palabra-que-empieza-por-d, nos encontramos con que este se da también en muchos países en los cuales, sin embargo, se adoptan soluciones que, comparadas con la española (no hacer nada), ofrecen algunas ventajas. Pero adoptemos algo de perspectiva.

Lo que más llama la atención es que todavía estamos siendo impulsados, en todo el mundo, por los vientos de cambio de paradigma productivo (los cercamientos de fincas y la revolución industrial) que entre finales del S. XVIII y principios del S. XIX empujaron/atrajeron a los campesinos de muchos países europeos a los improvisados suburbios de las grandes capitales industriales. En 2007, las portadas de las más importantes revistas de divulgación científica daban la bienvenida a un dato histórico avanzado por Naciones Unidas: el 50% de la población mundial ya vive en áreas urbanas. La urbanización universal. Edward Glaeser, uno de los más importantes economistas urbanos actuales, publicaba en 2012 “The Triumph Of The City”, obra culmen de una vida académica de excelencia y biblia de los incondicionales de las ciudadesEn 2007, Naciones Unidas anunciaba que un año más tarde más de la mitad de la población mundial, por primera vez en la historia, viviría en áreas urbanas. El primer párrafo de la publicación de referencia decía “In 2008, the world reaches an invisible but momentous milestone: For the first time in history, more than half its human population, 3.3 billion people, will be living in urban areas” (https://www.unfpa.org/sites/default/files/pub-pdf/695_filename_sowp2007_eng.pdf). E. Glaeser añade un gran subtítulo a su obra: How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier. Esta es una perspectiva de la ciudad, mantenida por los historiadores que puede compartirse sin reparos. Véase también, en este sentido, una vívida descripción de Derek Thompson, redactor de The Atlantic, sobre cómo la ciudad de Nueva York ha ido construyéndose a base de sucesivas oleadas transformadoras de su fisonomía, sabiamente incluso, impulsadas, las más de las veces, por terribles catástrofes (https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2020/10/how-disaster-shaped-the-modern-city/615484/?fbclid=IwAR3Z0Y_iRoyoQq4a-lqav8KjxvrXdAvcBhtDrje-WV1E7k0cZuLgaQeTLDE). Quizá venga bien, para ir sembrando el debate sobre si la ciudad o la aldea, leer y escuchar también la opinión de Esteban Rossi-Hansberg, profesor de economía en la U. de Princeton, en esta entrevista que le hace Luis Garicano en El Confidencial el pasado 29 de noviembre. Entre otras interesantes cosas dice: "a largo plazo, las ciudades se vaciarían como resultado del teletrabajo" (https://www.elconfidencial.com/multimedia/video/mundo/2020-11-29/luis-garicano-entrevista-esteban-rossi-hansberg_2852336/)..

Alfred Marshall, uno de los más grandes economistas que jamás hayan existido y notario excepcional de la triunfante revolución industrial a lomos de cuyo triunfo cabalgaba el poderío colonial inglés, observó el enorme impacto de la aglomeración (en lo que denominaba industrial districts) de actividades productivas diversas y relacionadas, la concentración de trabajadores especializados, la generación de conocimiento derivado de la experiencia e intercambio de conocimiento, la escala. De lo cual se derivaban las aglomeraciones urbanas y sus enormes ventajas (eficiencia, mercados compactos, amenidades asequibles para las masas). Muchos ambientalistas siguen defendiendo la ventaja de la ciudad compacta europea frente a la dispersión (sprawl) urbana americana.

La tecnología que conociera A. Marshall era de frontera en su día (último cuarto del S. XIX). Pero no tiene mucho que ver con la que estamos viendo hoy en día, la Revolución Industrial frente a la Revolución Digital, algo de lo que muchos autores y conferenciantes parecen no haberse enterado, pues siguen contando una tras otra “revoluciones industriales” como si tal cosa.

La tecnología mata la escala y la distancia. Hoy es posible recibir prestaciones telemáticamente, sea donde sea que estas se originen. La producción inmaterial y/o desmaterializada pesa cada vez más en el PIB y, lo que es más grande, permite que la producción material ya no precise de plantas e instalaciones gigantescas. La logística también se desmaterializa, gracias a los sistemas digitales. Se optimizan las rutas, la red de almacenes. La producción de miles de artículos puede tener lugar en una impresora 3D en el garaje de casa. O en pequeñas factorías poco contaminantes distribuidas en el territorio, incluso reubicables en el mismo a un coste muy reducido.

Solo faltaba el teletrabajo. Y no porque las tecnologías que lo permitían no estuvieran listas, y más que listas, como se ha demostrado en esta pandemia, sino por la resistencia al cambio, más presente entre los empleadores que entre los trabajadores, la verdad. En los últimos diez meses se han dado pasos decisivos que, al ritmo precedente, habría llevado muchos años dar. El teletrabajo es la otra cara, y complemento decisivo, de la desmaterialización de la actividad productiva: los trabajadores ya no tienen que coincidir en una plaza física con su puesto de trabajo, porque las tareas que deben desempeñar son portables y los recursos que se necesitan para ello también.

La tecnología y el teletrabajo son dos grandes aliados de la repoblación. Esta palabra nos gusta, ¿no hermano? Y la pronunciamos sin las prevenciones de su palabra antónima, la-que-empieza-por-d, aplicada al mundo rural, claro. Si, como decían los romanos, y tanto nos entusiasma repetir en este blog, nomina sunt omina, el presagio que denota la palabra repoblación no puede ser más venturoso. Porque, como advertíamos unos párrafos antes, hasta ahora pensábamos que la desolación poblacional de más de la mitad del territorio español podía haber pasado ya el umbral del no retorno, convirtiendo a estos territorios en una “ultra periferia demográfica” (no geográfica) a tiro de piedra, sin embargo, de las grandes capitales.

Esta desolación demográfica, como es bien sabido, entraña, y a la vez causa, la desolación productiva y funcional en general. El territorio vacío, por supuesto, puede seguir exhibiendo funcionalidades y capacidades desaprovechadas, pero ya no resulta atractivo o rentable potenciarlas porque se han roto los canales financieros, productivos y hasta emocionales que canalizaban aquella potencialidad.

Pero enfatizamos “hasta ahora”. Porque “ahora”, y no antes de ahora, se están expresado fuerzas convergentes que permiten abrigar el optimismo de la repoblación. La “España Vacía” (no confundir con el horrible participio “vaciada”, término conspiranoide donde los haya) no lo está, en realidadVéase la soberbia tribuna de Josefina Gómez Mendoza “Por favor, no la llamen España vacía” publicada en El País en octubre de 2019. Accesible en https://elpais.com/elpais/2019/10/10/opinion/1570719088_231313.html.. La pueblan, además del millón y medio escaso de habitantes de los de siempre (n pueblos de menos de 1.000 habitantes), miles de activistas y pequeños colectivos que luchan para evitar que se cruce el umbral del no retorno. No retorno… también suena a despedida. Pero hay muchos que se empeñan en evitar que esto suceda. También estos intentos son saludables síntomas de vitalidad de Una Buena Sociedad que desea ver repetido y ampliado el enorme valor que tendría un territorio bien gestionadoUno de los polos de repoblación más activos y meritorios que existen en nuestro país es “El Hueco”, un hub de emprendimiento social innovador y de co-working establecido en Soria desde hace dos décadas, con antenas en la provincia y fuera de ella (www.elhueco.org), impulsor de iniciativas tan importantes como la gran feria española de la repoblación “PRESURA” que se viene celebrando desde 2017 (https://www.repoblacion.es/). Otra red a tener en cuenta es SSPA (http://sspa-network.eu/quienes-somos/), que agrupa a organizaciones empresariales y de desarrollo local de Cuenca, Soria y Teruel, las tres provincias españolas cuya densidad de población está por debajo de los 12,5 habitantes por km cuadrado, criterio que la UE aplica a los territorios en riesgo de despoblación severa. Y, para acabar una lista interminable con las referencias básicas, los Grupos de Acción Local (o Grupos de Desarrollo Rural) creados a partir del Programa LEADER de la UE en el periodo 2007-2013 constituyen una red de más de 200 entidades locales de ámbito comarcal imprescindibles para entender la resistencia que ha evitado la desaparición funcional de muchos de los territorios despoblados españoles (https://www.mapa.gob.es/es/cartografia-y-sig/ide/descargas/desarrollo-rural/gal.aspx). Hasta 16 Grupos de Acción Local forman también parte de la red SSPA antes comentada..

Si la tecnología, que mata la distancia y la escala, y el teletrabajo, que se ha precipitado en nuestras vidas a causa de la Covid-19, son los ingredientes de un nuevo modelo de poblamiento, ¿cuáles son los restantes ingredientes que traerán la repoblación servida en bandeja? Piensen en la vivienda, la movilidad, las seguramente inevitables ayudas fiscales o de otro tipo, si bien que temporales, que servirían para desencadenar el proceso, o el acceso de los servicios esenciales y no esenciales. La repoblación sería también una gran oportunidad para el medio ambiente y la lucha contra el calentamiento global, aunque no es evidente que estemos preparados para encajar estos importantes objetivos en la apenas esbozada hoja de ruta de una repoblación inteligente. Salvo por la confianza que da ver que quienes hoy más luchan por ello sí tienen en cuenta esta importantísima derivada.

El “Triunfo de la Aldea” podría ser el título de un libro que A. Marshall o E. Glaeser escribiesen en un futuro. Esto es pura especulación, especialmente en el caso del gran profesor de Cambridge (UK, porque se da la circunstancia de que E. Glaeser también es profesor en Cambridge – Massachusetts, en la U. de Harvard-), pero creemos que si los vaticinios que hacemos en esta entrada de Una Buena Sociedad se viesen realizados y estos dos gigantes de la geografía económica estuviesen por ahí, no tendrían ningún inconveniente en hacerlo. Qué bueno sería, ¿no creen?

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