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Elegía testimonial

El comprador de aniversarios

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Ollero & Ramos, Madrid, 237 págs.

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Recientemente ha cuajado en la novela española un tipo de narración que, tras el éxito comercial de algún título hace un par de años, ha sido etiquetada muy a la ligera como «relato real», tal vez porque se acerca en sus fines y en sus formas discursivas a los del periodismo. El relato real, que encierra una evidente confusión terminológica desde el punto de vista de la teoría literaria al mezclar realidad empírica y ficción, tiene como objetivo asentar una supuesta ficción en los cimientos de unos datos reales, comprobados o no, y conformarla de tal modo que parezca al tiempo una novela histórica y un reportaje periodístico.

No podremos afirmar con seguridad que El comprador de aniversarios sigue una moda que ha dado buenos beneficios editoriales, pero sí que su estructura y su discurso narrativo coinciden con el esquema expuesto. En su sexta novela, García Ortega se propone inventar una vida, la historia de Hurbinek, un niño que murió en 1945 a la edad de tres años en el campo de concentración de Auschwitz, a partir de una mínima información «real» que proporciona el escritor Primo Levi en uno de sus libros. Levi habla de sus ojos, que «asaeteaban atrozmente a los vivos», «una mirada salvaje y humana a la vez», de sus piernas paralíticas y de su muerte y entierro bajo un árbol del campo.

Hasta aquí los datos. A continuación una trama llena de conjeturas y posibilidades ficticias. El narrador, un personaje actual acuciado por la historia del niño judío, sufre un accidente de coche en su viaje hacia Auschwitz. Durante su convalecencia en un hospital de Fráncfort (en una clara analogía con Hurbinek, acaba impedido de las piernas y en muletas), trata de encajar y completar su historia en dos direcciones: la primera, proporcionándole una familia, unos padres, también condenados en el campo de concentración, e inventándole una peripecia vital en la que participan mujeres y hombres de Auschwitz que consiguen protegerlo hasta su muerte; la segunda, formulando una serie de posibles identidades (polacas, húngaras, rusas) bajo las que, caso de haber sobrevivido al horror, pudiera esconderse en la actualidad. Este juego de conjeturas y esta indagación de posibilidades son habituales en los llamados «relatos reales».

En el centro de la trama, más que como fondo, y a pesar de que el narrador advierte al comienzo de que no va a insistir en lo que todo el mundo sabe sobre los campos de exterminio y sobre el Holocausto, se encuentran y registran las aberraciones de los nazis, el sistema macabro de las SS, las atrocidades de los crematorios, las actuaciones de los guardianes, los brutales experimentos de Mengele y las imágenes terribles de la vida cotidiana de los prisioneros. El narrador explica, a veces con detalles minuciosos, las tremendas condiciones de vida de quienes en todo momento conocían el nulo valor de su existencia y su destino cierto más allá de los barracones.

Todo este material contribuye a que gran parte de la novela se acerque al reportaje o a la crónica. Por esa razón, tal vez la sucesión de conjeturas (incluidas las biografías de los posibles Hurbinek adultos) y las circunstancias inhumanas del marco histórico que, aunque duras de asimilar, no dejan de ser harto conocidas, constituyen el peso muerto de la historia. Tampoco el resto, por otra parte, parece suficiente para construir una ficción que interese mucho al lector. Más aún, desde el punto de vista estructural, cuesta aceptar sin objeciones el valor significativo que dentro del relato tiene la insulsa peripecia del narrador o que esta peripecia pueda empastarse sin estridencias con la trama que él mismo está contando.

Y, sin embargo, por encima de la crónica del Holocausto y las previsibles alusiones históricas, la voz del narrador es lo más interesante de la novela. Así, en sus mejores páginas, descarta su punto de vista exterior y ajeno a la narración para implicarse en las situaciones y los hechos más emotivos como si él fuera parte de ellos. Así sucede, sobre todo, cuando habla de las vejaciones, torturas y barbaridades sufridas antes de morir por los niños y las madres en los campos. Es como si quisiera dar testimonio de algo no vivido con la fuerza de lo sufrido en carne propia y despertar con sus emociones la repulsa y el desasosiego en los lectores. El testimonio, en efecto, no es suyo, sino de Levi, de Benjamin o de tantos otros que aparecen en sus páginas, pero transmite con tanta intimidad lo que hay de verdad en la historia que apenas deja pensar al lector que se enfrenta a una ficción.

Así pues, García Ortega se mueve entre la autenticidad documental de la novela histórica o del reportaje y el testimonio veraz de la barbarie nazi verificada y difundida. Ambas cosas pueden ser objeto prioritario de la Historia, pero no de la Literatura, aunque las asuma, en cualquier caso, como una parte marginal. La lectura de Elcomprador de aniversarios, creemos, debe despojar al texto de lo que le sobra para que se manifieste diáfano el tono elegíaco de la voz del narrador. Entonces se podrá contemplar la novela en su verdadero sentido, como un estremecedor planto por los millares de niños y mujeres que vivieron el horror del sufrimiento salvaje y la muerte entre 1940 y 1945.

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Ficha técnica

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