Buscar

Memoria crítica

El pasado imperfecto

RAFAEL CONTE

Espasa Calpe, Madrid, 1998

827 págs. 2.300 ptas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

A partir de un título –El pasado imperfecto– no demasiado ocurrente, Rafael Conte se ha sumado al género memorialista que en España, y contra lo que quiere el tópico, comienza a abundar. Lo que sería sintomático de que nuestra literatura ha alcanzado la plena normalidad, pero también de que empezamos a perder el pudor connatural a caracteres altivos y malhumorados (aquí no es que no haya humor, lo que pasa es que se trata de malhumor, dijo el otro, y seguramente tenía razón) como el nuestro. Rafael Conte, digámoslo ya, escribe francamente bien. Con un estilo cuidadosamente espontáneo, tan sólo desordenado en apariencia, cargado de casticismos y, en su conjunto y salvando las distancias, no demasiado alejado del de Pío Baroja: del memorialista ya se entiende. Porque Rafael Conte apenas sí ha tocado la literatura de creación, envuelto en continuas batallas periodísticas (de las que aquí se da cumplida cuenta), y eso que nos hemos perdido. Porque Rafael Conte, insisto, escribe muy bien, lo que no es ninguna perogrullada, hay críticos profesionales que seguramente dominan el concepto pero carecen de la más elemental idea de qué cosa pueda ser el gesto, es decir la transmisión práctica de sus ideas. No es este el caso de Conte y ello convierte Elpasado imperfecto en un libro ameno, divertido, sentimentalmente correcto y moderadamente lírico (léase, por favor, el memorable capítulo dedicado a Juan Benet, muy en concreto la página 218 donde se describen las sensaciones de Conte ante el cuerpo presente del autor de Volverás aRegión). Obviamente Rafael Conte admiraba a Juan Benet, y a su familia, de ahí el varapalo desproporcionado (dado el tono generalmente amable del libro) que propina a la película Los años bárbaros, «infamia light dentro del contexto de la infamia generalizada en la que vivimos» (pág. 216), y todo porque en ella se ningunea a Paco Benet, pero también a Miguel Espinosa y Julio Cortázar, por ejemplo. Lo que convierte al murciano y al argentino en ejes de dos de los capítulos. Miguel Espinosa es, como se sabe, un autor de «culto» y como tal parece tener asegurada su parcela de eternidad. En todo caso, Conte pone las cosas en su punto en lo que se refiere a la figura, políticamente incorrecta, del autor de La fea burguesía. Espinosa, además, fue amigo de Rafael Conte, lo que permite a éste hacerle un retrato al minuto ciertamente espléndido. En el caso Cortázar el distanciamiento es mayor; con todo Conte, además de reivindicar su figura, hoy tal vez relegada a la faceta de autor de relatos breves, pergeña una semblanza humana de Julio Cortázar definitiva. A través de ella se deduce la probable muerte por causa del sida del autor de Rayuela y de su compañera Carole. Y no porque Rafael Conte abunde en intromisiones en la vida privada de sus personajes (El pasado imperfecto, ya se dijo, no es una narración pero podría serlo) sino porque con muerte tan épico-lírica se redondea un retrato químicamente perfecto. Tan poco se distrae Rafael Conte en minucias personales que ni siquiera entra en profundidad en las suyas familiares. Lo que es de agradecer; estos datos son normalmente páginas o minutos «basura» para el lector del género memorialista, en absoluto interesado en las peripecias, básicamente ejemplares, de los parientes próximos del autor. Porque si Goethe, por ejemplo, en Poesía y verdad nos informa acerca de su ilustrado padre lo hace para poner los puntos sobre las íes de una autobiografía «clásica». Lo que no suele ser el caso de cuanta memoria «perecedera» nos abruma hoy con argumentos «familiares» (que a muy pocos interesan). Rafael Conte, como digo, pasa de puntillas sobre sus antecedentes y sólo se permite ilustraciones concretas de su vida sentimental, un poco como música de fondo a tanta literatura. Sin embargo, el autor de El pasado imperfecto no elude su background ideológico, de seuista instalado en colegios mayores y revistas del Sindicato Español Universitario, bajo cuyas alas de cisne se arroparon, por cierto, personajes y personajillos que más adelante ocuparon puestos de relieve en la España democrática. No anticipo nombres para que el curioso lector los rastree en estas memorias de lectura obligada para letraheridos y, desde luego, para quienes deseen conocer los entresijos culturales de nuestro país en la década de los sesenta (y posteriores). Como excepción citaré la deliciosa y delirante anécdota en la que Fraga Iribarne interpela a Rafael Conte sobre los contenidos más bien heterodoxos de la variopinta Acento:

«–¡Conte, tenemos que hablar de esa revista!
A lo que yo respondí completamente abrumado:
–Cuando tú digas, camarada. ¡A tus órdenes!» (pág. 49).

Por Acento, también por Aulas, otra revista contiana, desfilaron las mentes más preclaras del social-realismo, de las que Conte de manera «interactiva» como señala en más de un momento, irá dando cumplida cuenta. También de lo que entonces se leía y de cómo había quien (Isaac Montero, por ejemplo) se enfrentaba a la censura frontal e inútilmente. Se informa menos del panorama ideológico, pero éstas, ya se dijo, son unas memorias literarias concebidas para lectores cómplices del Rafael Conte crítico pero a quien, a partir de este libro, habrá que considerar como narrador de talla y en todo caso memorialista acerado, oportuno y ocurrente. Aunque en un momento se le escape el decir, seguramente con retranca, que «en esta vida todo son historietas, en eso tiene razón [Luis Alberto de Cuenca], yo estoy escribiendo una más» (pág. 101). Vaya por Dios, que diría –escribiría– Rafael Conte.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

4 '
0

Compartir

También de interés.

Los sueños vanos


En la nevera con Steve McQueen

Cuando en España sólo había dos cadenas de televisión, la programación cinematográfica podía malograr…

De la fonda nueva a la nueva cocina. LA EVOLUCIÓN DEL GUSTO CULINARIO EN ESPAÑA DURANTE LOS SIGLOS XIX Y XX