1 junio, 1999
Crear PDF de este artículo. Pocas veces sucede que la obra de un escritor primerizo nos sorprenda con tanta fuerza fabuladora como esta Que veinte años no es nada, firmada por la joven Marta Rivera de la Cruz (1970). Todo en la novela avala esa satisfactoria capacidad. Es generosa tanto en personajes como en anécdotas. Su estilo muestra una escritura cuidadosa en su tendencia a la frase amplia de entonación barroca. Y la realidad que construye recrea un mundo que nos resulta próximo y reconocible, pero a la vez penetra en el campo de lo enigmático y milenario. Tratándose de una novela fuertemente argumental, mal cabe dar aquí noticia cumplida de la peripecia rica que encierra. Me resignaré, pues, a
Crear PDF de este artículo. ¿Qué es una novela histórica? O mejor, ¿pertenecen al género esa suerte de pastiches hoy tan de moda en las que su autor, tan documentado y culto, nos explica con todo lujo (sobre todo lujo) de detalles los pormenores costumbristas, geográficos, domésticos y políticos de la época elegida, mera bambalina, por cierto, aunque espectacular, como de superproducción de Hollywood, para tejer sobre ella una peripecia detectivesca y/o erótica? Según ese canon o recetario para fabricar best-sellers, Opus nigrum, La muerte de Virgilio o Los idus de marzo no serían novelas históricas. ¿Se imaginan un autor contemporáneo que explicara en sus relatos ambientados en nuestra época todos y cada uno de los detalles y referentes habituales
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