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Sin novedad, por lo demás. Las cartas de Heinrich Böll en la segunda guerra mundial

Cartas desde la guerra, 1939-1945

HEINRICH BÖLL

2 vols., edición y comentario de Jochen Schubert Kiepenheuer & Witsch, Colonia Heinrich Böll.

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«Espera y cansancio»: con esa fórmula, en múltiples variaciones, describía el soldado de la Wehrmacht Heinrich Böll su existencia en la guerra. Similares descripciones nos han llegado de innumerables compañeros que enviaban postales a casa o llevaban diarios. Desde la víspera del ataque alemán a Polonia hasta comienzos de abril de 1945, Böll escribió, con una frecuencia en la mayoría de los casos intensa, a sus padres y hermanos, y desde octubre de 1940 también a Annemarie Cech, con la que se casó en 1942. La viuda del premio Nobel de Literatura de 1972 –muerto en 1985– decidió dar libre acceso a esas 878 cartas por considerarlas una «valiosa herencia» y un «importante testimonio de su tiempo». Transcribió las cartas, con frecuencia difíciles de descifrar, y eliminó los pasajes cuyo contenido era demasiado personal, destinado tan solo a ella, haciéndolo constar mediante corchetes. El hecho de que todos los apelativos y saludos quedaran de ese modo invisibles da testimonio de una actitud merecedora de respeto y simpatía.

Un «aspecto importante de esta colección» es «que despeja el mito de que la guerra consistía sobre todo en acción», enfatiza el editor Jochen Schubert en su extenso epílogo. De las cartas enviadas desde la guerra se espera en general que enlacen la vivencia individual con el horizonte de la historia universal. Sin embargo, en las cartas de Böll predomina de modo aplastante lo cotidiano, lo banal y a menudo desmoralizadoramente monótono y aburrido. En los cinco años y medio de su existencia como soldado, en los que no mostró ninguna ambición por alcanzar un rango superior al de cabo primero, Böll pasó en el frente menos de cuatro semanas: en noviembre y diciembre de 1943 estuvo –la mayor parte del tiempo, en un agujero en el suelo– escasamente tres semanas en Crimea, frente a las tropas soviéticas, y a finales de mayo de 1944 combatió dos días en Rumania contra los mismos adversarios. Esta operación al norte de Jassy fue, por otra parte, la única ofensiva digna de mención que la Wehrmacht llevó a cabo en el frente oriental en el año 1944. Ambas entradas en combate de Böll terminaron a causa de una herida. Mirando hacia atrás, hacia esas acciones bélicas, este creyente católico emplea varias veces la expresión «infierno». «La guerra es espantosa, cruel y bestial, no puedo describírtela», escribe a su esposa Annemarie.

Siendo uno de los hombres «menos castrenses» de su compañía, al que repugnaba el militarismo en general y el «absurdo culto a los suboficiales» de la Wehrmacht en particular, Böll tiene que soportar largos períodos de fatiga o aburrimiento en Alemania y en la Francia ocupada: el casi interminable servicio en cuartel, instrucción, guardias. «Sin novedad, por lo demás», escribe ya en abril de 1940 a sus padres y hermanos, una información que tendrá ocasión de repetir una y otra vez, con la misma indiferencia, durante los cinco años siguientes. Cuanto más duran estas fases de espera, tanto más curiosidad le inspira a Böll la anhelada primera vivencia del frente. Después de la guerra declaró que la generación de sus maestros le había inculcado en el colegio el «mito del frente» de la primera guerra mundial.

«Creo que el combate es algo de una embriaguez y belleza verdaderamente elementales», le confiesa a su esposa, citando libremente a Ernst Jünger, en octubre de 1942. Un año después, involucrado él mismo en terribles combates, la sentencia de Böll es: «No hay nada más absurdo y criminal que la guerra» (1511-43). Böll oscila entre estas dos apreciaciones extremas, como si «el combate» y «la guerra» procedieran de esferas distintas. Sin embargo, en la misma medida en que percibe «de verdad mucho peor que estar allá afuera en el frente» (2-3-44) la monótona y sin embargo vejatoria actividad de los cuarteles, la experiencia del frente le vuelve a estimular. ¿Quedará vacunado después de su segundo «bautismo de fuego»?, como dice el editor, Jochen Schubert. Fascinado por los diarios de guerra de Ernst Jünger, Tempestades de acero, del año 1920, que no lee hasta el verano de 1944, Böll vuelve al «sufrimiento de la guerra» y a la vez al «placer elemental del hombre en el combate».

Aunque los lejanos acontecimientos bélicos representan un papel extremadamente marginal en estas cartas y raras veces son objeto de comentario, Böll no se mantiene al margen en lo que a su resultado se refiere. Repetidas veces expresa la esperanza de que Alemania, que tanto ha tenido que sufrir, salga de la guerra como merecido vencedor, un patriotismo que puede sorprender a la posteridad y a los admiradores del polémico moralista de los años cincuenta a ochenta. Todavía el 3 de abril de 1945, en la última carta de la colección, Böll afirma: «Si tuviéramos más y mejores armas, sería coser y cantar acabar con ellos». Se refiere a los americanos. Para Heinrich Böll, que era todo lo contrario a un adepto del régimen nazi, la cultura alemana era «sin duda la mejor del mundo». También esto irrita cuando no se entiende a partir del contexto histórico del momento. Muchos temas que esperaríamos encontrar desde el punto de vista actual no se abordan siquiera en las cartas. Así, no se menciona en absoluto la persecución de los judíos. En todo caso, por entre las redes –no demasiado tupidas– de la censura se han colado algunas manifestaciones despectivas acerca de Goebbels y sus «eslóganes».

Böll confiesa modestamente en noviembre de 1940 que, por desgracia, no tiene mucha idea de la literatura contemporánea. Conforme al minucioso índice onomástico, el autor más citado en estas cartas es Ernst Jünger, especialmente su novela, refinadamente alegórica y antitiránica, En los acantilados de mármol , de 1939, y el que en su momento era nuevo diario de guerra, Jardines y calles. Esta admiración por un carácter tan distinto al suyo y su obra le parece extraña al propio «absoluto civil» Böll. Para su propio asombro, confesaba Heinrich Böll todavía en 1975, había tenido un acceso más fácil al Jünger autor de libros de guerra que al narrador Jünger, con su amanerado estilo. En las cartas se cita con relativa frecuencia a los escritores contemporáneos Reinhold Schneider y Ernst Wiechert. Ambos eran adversarios cristianos del régimen nazi, aunque al principio le habían mostrado una limitada simpatía. Además, Böll leía desde luego libros de autores que no sólo eran tolerados por los nazis, sino que incluso les estaban próximos. A esto se añadía la lectura casual de novelas policíacas y de aventuras.

Sin embargo, hay algo que sí dice con total claridad: «Odio implacable, furiosa e inmisericordemente toda modernidad» (5-11-40). Lamenta haber nacido con siglos de retraso. De todos los autores, a quien más ama el católico renano Böll es a Léon Bloy, el anticlerical renovador del catolicismo bajo el mandato del Absoluto. «Mi vida no ha de tener otro sentido que vivir y trabajar por Cristo, por la cruz», corrobora Böll el 17 de agosto de 1942. Conforme a ese modelo absoluto de la pasión de Cristo simbolizada en la cruz, considera «el sufrimiento» lo más digno de respeto en este mundo. Esta pasión dejará claras huellas en su posterior obra literaria.

¿Qué hace a estas cartas dignas de ser leídas? La capacidad lingüística y estilística, muy lejos de una expresión pulida, permite quizá intuir al posterior escritor, pero en modo alguno a un futuro premio Nobel. Para Böll, que durante la guerra fue un solitario –un «fanático individualista»– y apenas buscó el contacto con sus compañeros, a los que consideraba primitivos en su mayoría, sus cartas eran un medio «vital» de escapar a la vida cotidiana del soldado. Con su llamamiento a filas, el estudiante de Germanística y Filología Clásica de veintiún años se vio por el momento imposibilitado para hacer realidad sus ambiciones y convertirse en escritor. Por lo menos las cartas le dan casi la oportunidad de practicar, de encontrar un lenguaje a su medida para lo vivido, de comunicarse sobre lecturas y modelos literarios y llevar al papel solitarias reflexiones. Sentía «un deseo indomable de escribir un libro grande, gordo, una voluminosa y abigarrada epopeya sobre la enormidad de la vida humana, una novela por excelencia», constata Böll en junio de 1941.

Hasta el final de la guerra, excepción hecha de pequeños intentos jamás publicados, no escribió ningún texto literario. Pero algunas de sus observaciones y experiencias durante sus años de soldado, incluyendo personas y escenarios, afluyeron a su obra temprana: a la novela El tren llegó puntual (1949), a los relatos cortos de Caminante, si llegas a Spa (1950), a la novela por entregas ¿Dónde estabas, Adán? (1951), los relatos de La estación de Zimpren (1959), fragmentos de novela como La herida y la novela temprana, aunque no publicada hasta 1982, El legado. De todos modos, el largo período comprendido entre el otoño de 1939 y el otoño de 1945 no fue tiempo perdido para el autor de éxito en ciernes. No sólo las impresiones duraderas impregnan la obra, sino también un estilo narrativo lacónico, episódico, lleno de motivos y de símbolos, que trata de hacer justicia a esas impresiones.

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Ficha técnica

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