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De Sicilia a la escritura

El olivo y el acebuche

VINCENZO CONSOLO

Muchnik, Barcelona, 1997

Trad. de Juan Carlos Gentile Vitale

186 págs.

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Al igual que Ulises en el retorno, Consolo regresa a los espacios primigenios de un conocimiento al que se aferra como el náufrago en su llegada a la tierra incontaminada de Nausicaa, y lo reconstruye en la esfera de la narración a través de los mitos, lo reencuentra en claroscuros al óleo o entre las arquitecturas barrocas rescatadas a los terremotos.

Se puede volver a Sicilia, la perdida Ítaca, una vez instalado en el desastre, en la disolución de nuestros días, para contemplar el territorio devastado por los temblores de tierra, la explosión de las refinerías, los incendios de los especuladores, la mafia monstruosa, para penetrar en esa región de culturas y civilizaciones aniquiladas.

Durante el viaje todo confluye en la imagen del olivo cultivado y el olivo salvaje o acebuche, que, sólidamente entrelazados, convertidos en una única planta, dan cobijo a Ulises mientras duerme y olvida, antes de iniciar la vuelta a casa. El olivo y el acebuche son para Consolo la imagen de una Sicilia nacida en la cultura clásica y derrotada por la irracionalidad, ante el destino enrarecido y descompuesto de ser una «sociedad no sociedad», como la definió Sciascia. Esta metáfora le llevará a realizar un viaje por diferentes expresiones de una sicilianidad frecuentemente visitada por la muerte. Muerte como rendición, como aceptación de un final ineludible en el sentido que Caravaggio reflejó en El entierro de santa Lucía de Siracusa; muerte como disolución del yo en los personajes pirandellianos; muerte como aquello que representa el viaje del propio Pirandello, convertido en silencioso personaje de Consolo cuando visita a un anciano Verga ya vencido como su Malavoglia; muerte como la que provocan los incendios dolosos que devastan viejas especies de árboles ancestrales como los viejos enebros fenicios perdidos para siempre; muerte mineralizada como la que desencadena un volcán.

Consolo convierte el viaje a Sicilia en el viaje metafórico de su escritura, en la declaración de su miedo a la «petrificación» y al estilo verista, en un itinerario que va del idilio –o su contrario– a la epifanía, momento en que el escritor descubre «la puerta magnífica y resplandeciente que le permitía imaginar toda Palermo o Córdoba, Granada, Bizancio o Bagdad». Y esta metáfora, construida con las piezas rescatadas de viejos textos, manuales, enciclopedias, versos de Dante, Esquilo, T. S. Eliot, Virgilio, referencias al cine: La terra trema, Buñuel…, forma tal grandeza de significado que se hace posible descubrir en la imagen de Sicilia, la de Italia y la de Europa.

En este sentido, Consolo da un paso más en la exploración argumentativa que inició con Retablo, 1987 (Muchnik, 1995) donde quiso rastrear el campo de la retórica a través de la construcción de una sintaxis clásica, exploración que continuó con De noche, casa por casa, 1992 (Muchnik, 1993) cuya clasicidad se hace patente en la invención y en lo sustantivo de su lenguaje.

En El olivo y el acebuche retoma las dos propuestas en ese espacio difuso entre la narración y el ensayo, y las combina operando un proceso en el que consigue que la totalidad del texto cobre significado como unidad en sí misma, como pieza independiente de cada uno de los fragmentos individuales que lo conforman en elementos combinables diferentes, descifrables por separado, con significados autónomos. Cada uno de estos elementos quedará engarzado en una lengua cuya vulnerabilidad Juan Carlos Gentile Vitale respeta en su correcta traducción.

Así pues, en el desarrollo del texto, la lengua de Consolo se irá alejando del espacio dinámico de los acontecimientos realmente ocurridos, abandonándolos entre los pocos datos consignados, para así llegar al espesor de la descripción, donde la escritura se convierte en reflexión, en fijación de la memoria. Ante la cultura de una Sicilia y de un mundo que los jóvenes conocen por los seriales, y contra la pérdida de memoria, contra la afasia que produce esa suerte de cultura por capítulos falta de toda profundización «Piovra 1, Piovra 2, Piovra 3…», Consolo propone un viaje del retorno en que se pregunta: «¿Qué ha sucedido, Dios mío, que ha sucedido en Gela, en la isla, en el país en este tiempo atroz? ¿Qué le ha sucedido al que aquí escribe, cómplice a su vez o asesino inconsciente? ¿Qué te ha sucedido a ti que estás leyendo?»

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Ficha técnica

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