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De cómo puede prolongarse el servicio de metro en Washington

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Cuatro son los deportes que suscitan grados diversos, pero en cualquier caso importantes, de entusiasmo y seguimiento entre los aficionados estadounidenses: el béisbol, el baloncesto, el futbol americano y el hockey sobre hielo. De los cuatro, sólo los partidos de futbol americano se celebran a la luz del día. De los otros tres, baloncesto y hockey se juegan en lugares cerrados, mientras que el béisbol puede serlo al aire libre o en local cerrado, y tanto de día como de noche. Pero todos ellos, a diferencia del soccer o fútbol convencional, tienen en común la elástica utilización del tiempo: se conocen las horas de comienzo de los partidos, pero nunca la de su finalización, siempre pendiente de los descuentos constantes que el juego conoce en función de sus diversas incidencias. Ello exige, naturalmente, que los transportes públicos de los lugares donde celebra la correspondiente contienda tengan una hora de cierre lo suficientemente tardía como para garantizar que los aficionados, que en su aplastante mayoría han utilizado los servicios comunes de desplazamiento, puedan retornar a sus lugares de origen. Es, pues, difícil calcular la duración de los partidos de esos deportes, pero también es razonable suponer, con la experiencia ya adquirida, que rara será la ocasión en que la contienda dure menos de tres horas. De manera que un partido que empieza a las ocho de la tarde difícilmente habrá acabado antes de las once de la noche. En Washington, ello plantea un problema: el metro realiza su último recorrido diario a esa hora.

Ocurre que en esta temporada el equipo de hockey de Washington, los Capitals, más conocidos por el cariñoso diminutivo de los «Caps», ha conseguido la poco habitual hazaña de llegar a las semifinales del torneo, que enfrenta a treinta y un equipos, y ha estado jugando las semifinales o playoffs contra el Lightning, equipo de Tampa Bay, en esa sucesión heroica de siete partidos de los cuales el que consiga vencer al menos en cuatro pasa a la final, coronada por la codiciada Stanley Cup, que desde su residencia canadiense en Toronto consagra a los héroes del hielo. Fácil es imaginar el fervor con que los aficionados de la capital estadounidense han seguido noche tras noche la epopeya de su equipo y la consiguiente frustración de muchos de ellos al verse obligados, cuando el partido se celebraba en Washington, a dejar el recinto deportivo antes de las once de la noche para no verse obligados, perdido el último convoy del metro, a optar por las caras opciones de los taxis en sus diversas modalidades. Ello se vio adicionalmente agravado cuando los «Caps» consiguieron hace pocos días empatar a tres con los de Tampa y abrir la posibilidad de jugar el séptimo y definitivo partido. Pocos eran quienes querían perderse los que podían ser últimos y decisivos momentos del enfrentamiento en el sexto partido. Pero el metro de Washington, que, obviamente, sabe algo de las urgencias de los aficionados del lugar, tiene ya prevista una salida al dilema: su actividad puede prolongarse hasta la media noche si alguien está dispuesto a depositar cien mil dólares por la hora adicional.

Una primera oferta provino del emirato de Qatar, que mostró su conformidad a sufragar la cantidad cuando todavía no se conocía cuál sería el resultado del duelo. Los aficionados capitalinos respiraron con alivio, aunque la alegría habría de durarles poco: en la incertidumbre del duelo, los qataríes decidieron retirar su oferta, desilusionados con las irregularidades de los del Distrito de Colombia y decididos a apostar por el ya confirmado finalista: el nuevo equipo de Las Vegas, los Golden Knights, que, con poco recorrido, pero muchos medios, ha conseguido alzarse con la responsabilidad de jugar la final y, eventualmente, cobrarse la codiciada Stanley. Consta fehacientemente que el Emirato perdió en pocas horas las simpatías que con su, al fin y al cabo, modesta aportación se había granjeado, pero la irritación contra los jeques del Golfo duró poco entre la masa de los tifosi: un nuevo voluntario se ofreció para sufragar la hora adicional del metropolitano. Y, agradable y no pequeña sorpresa, se trataba de Uber, la compañía que compite con los taxis tradicionales en el transporte de pasajeros. Precisamente la que más habría ganado con el mantenimiento estricto de los horarios restrictivos del metro. Una jugada maestra, que ciertamente redundará en la mejora de la cuenta de beneficios de la compañía y que acredita una incomparable agilidad en la gestión de sus intereses de cara al público. Los ortodoxos no tardarán en presentarlo como el éxito del riesgo y de la racionalidad en un sistema de libre mercado. Y razón no les falta.

Entretanto, y seguramente con el llanto y crujir de dientes de los qataríes, los «Caps» han ganado por cuatro a cero el séptimo de los partidos contra los de Tampa y, con ello, al quedar el resultado cuatro a tres a favor de los «Caps», estos se han asegurado un lugar en la final frente a los de Las Vegas. Algo que no ocurría desde hace veinte años, bien que entonces perdieran el enfrentamiento definitivo contra el equipo de Detroit, los Red Wings.

Empieza ahora la nueva serie de los siete partidos entre los dos finalistas, con resultado naturalmente incierto. Lo que sí es cierto es que, si los de Washington ganan, y el partido decisivo se celebra en la capital del menguante imperio, las celebraciones envolverán la neoclásica urbe hasta bien entradas las horas de la madrugada, con la consiguiente necesidad de que el metro prolongue sus horas de cierre y alguien quiera sufragar la factura. Y algo puede colegirse al respecto: no serán los jeques del Golfo quienes sean elegidos esta vez para el gasto y la gloria. Para eso, se dirán muchos, está Uber. Los del Golfo siempre pueden intentar la vuelta al Barcelona. Quién sabe.

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