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El olor manufacturado de la guayaba

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. UNA VIDA

Gerald Martin

Debate, Barcelona

Trad. de Eugenia Vázquez Nacarino

762 pp.

24,90 €

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La idea de que la vida en Latinoamérica guarda afinidades con el realismo mágico es dudosa, pero no cabe duda de que Gabriel García Márquez, colombiano de origen y latinoamericano de profesión, ha tenido una vida de novela. Considérense algunos hechos. Nacido en el pueblo costero de Aracataca, de padres pobres e itinerantes, en una familia que había visto tiempos mejores, el futuro escritor pasó sus primeros años en casa de sus abuelos, un coronel que tallaba pececitos de oro y una matrona con vetas de visionaria; tras una educación despareja y postergada por las mudanzas de la familia, desembarcó en Bogotá para estudiar Derecho, pero puso mucho más empeño en escribir cuentos; consiguió un puesto de reportero y sus crónicas, al cabo, se hicieron famosas, a tal punto que se recogieron en libro; publicó sin pena ni gloria una primera novela, La hojarasca; pasó dos años a la deriva en París, donde se «enamoró» (hay versiones) de una actriz española, aunque el amor, cólera de por medio, no llegara a buen puerto; regresó a Colombia decidido a sentar cabeza; oportunamente, la mujer con la que siempre había querido casarse lo había esperado; se casaron y a los dos años se mudaron a México, donde tuvieron dos hijos y el flamante pater familias trabajó en agencias de publicidad y revistas de moda para mantener a los suyos. Y colorín colorado… Pero no, la historia acaba de empezar. Estalla entonces la fantasía tecnicolor de todo profesional del alfabeto.

A los treinta y nueve años, el hombre se sienta y redacta la novela cardinal de su época. ¿Título? Cien años de soledad. Sobreviene el culebrón mediático, las superventas, la fortuna, la pertenencia al jet-set ultramarino, el acercamiento del escritor a la política de bambalinas, las poses («nunca escribo sin una rosa amarilla sobre mi escritorio»), el olor manufacturado de la guayaba. García Márquez, no obstante, continúa produciendo ficciones emblemáticas: El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada. Y mientras se agigantan sus coqueteos con la política, se le presta mucha atención en Estocolmo. En 1982, llegó el Nobel. Palabras a su esposa al enterarse: «Estoy jodido».

Lo que usted diga, don Gabo. Pero quien de verdad está jodido ante una vida de tales proporciones es su biógrafo. Las dificultades geográficas, por ejemplo, son enormes. García Márquez es dueño de varias viviendas en distintos puntos del globo y ha residido en Ciudad de México, La Habana, Barcelona, Nueva York, París, Londres, Bogotá, Aracataca y Cartagena de Indias; deberán rastrearse sus huellas por todas esas ciudades. Gerald Martin, un crítico inglés y ex profesor de literatura latinoamericana, hizo eso y mucho más. Exhaustivo y meticuloso, «persiguió» a García Márquez durante diecisiete años (el verbo es del biografiado, que ha tolerado la persecución) y entrevistó a más de trescientas personas: familiares, amigos, personajes de la cultura, incluso a Fidel Castro. Recabó así «dos mil folios y seis mil notas al pie» hasta que, dándose cuenta «de que tal vez nunca llegara a terminar el proyecto», decidió publicar una «versión abreviada de una biografía mucho más extensa». La versión abreviada cuenta con setecientas cincuenta páginas e incluye datos como que «la primera maestra de Gabito […] fue coronada en dos ocasiones reina del carnaval de Aracataca». La frase «en dos ocasiones» es una perla, pero uno tiembla de pensar qué menudencias, qué fárragos microscópicos esconderán las páginas que quedaron fuera.

Frente a tamaña pesquisa, la reacción general en el mundo de habla hispana ha pendulado entre el asombro y la admiración; ya en julio, antes de que apareciera la versión castellana, El País caracterizó el libro como «factual», «discreto», «prolijo», «puntual» y, entrando en el terreno de lo valorativo, «extraordinario». Es significativo que en Gran Bretaña, donde hay una fuerte tradición biográfica (y de donde provienen las mejores biografías de Borges, Neruda y García Lorca), el trabajo de hormiga del biógrafo no asombrara tanto, aunque también allí las reseñas resultaron en gran medida favorables. De más de cien reseñas internacionales, sólo tres han sido realmente adversas. Pero si la estadística está del lado de Martin, los problemas que plantean esas tres son ineludibles. Para quienes quieran leerlas, pueden encontrarse en The New York Times (Paul Berman), The New York Review of Books (Michael Greenberg) y Letras libres (Enrique Krauze). En especial es muy recomendable, como correctivo de Martin, el larguísimo artículo de Krauze, el más inclemente y el que dio lugar a una polémica en las páginas de Letras libres de las que ya casi no se ven; no hubo espadas, pero sí volaron adjetivos y hasta invocaciones a «los hechos y la verdad y el respeto al adversario».

El propio Martin ha dicho que quería ofrecer un relato «objetivo», pero el primer problema del libro es su parcialidad. Se trata de una biografía hondamente admirativa (Martin rechaza el adjetivo «deferente»). Y la admiración por el escritor se extiende al hombre hasta presentar un retrato que es, por omisión o falso énfasis, no muy equilibrado. Dos cosas están en juego: la postura político-moral del biografiado y la simpatía por esa postura del biógrafo. El cotilleo de García Márquez con tiranos, y en especial con Fidel Castro, es conocido, y no hay que ser un ideólogo del bando opuesto para juzgar sus alianzas más que sospechosas. Vargas Llosa, que sí es del bando opuesto, llamó a García Márquez «lacayo de Castro»; pero un lacayo no tiene opciones. El silencio que, por ejemplo, guardó García Márquez en 1989, cuando Castro mandó ejecutar al general Arnaldo Ochoa y al coronel Tony La Guardia, un amigo del escritor, fue voluntario. «Las ejecuciones fueron un gran disgusto» para el autor, dice Martin, pero, ¿no hubiera sido un buen momento para que el autor dijera basta? Enrique Krauze comenta este episodio al condenar las inclinaciones dictatoriales de García Márquez, y uno puede preguntarse, con él, por qué Martin no emite un juicio más duro. Un biógrafo, por supuesto, no es un juez de conducta. Pero lo cierto es que en esta biografía, con demasiada frecuencia, se echa en falta la gravedad intelectual de la distancia crítica, así como una dialéctica de opiniones capaz de convencernos de que la opinión de Martin es más que un parti pris (una hagiografía no da un santo, ni siquiera en el caso de un santo). Y como en lo político, así en lo estético.

Salvo en el rastreo de fuentes biográficas, los análisis de las obras de García Márquez son menos convincentes que partidistas. Ya en el prefacio, por ejemplo, dice que García Márquez es «quizás el único escritor» de la segunda mitad del siglo XX que ha cosechado «verdadera unanimidad» entre la crítica. Pero lo de «verdadera unanimidad» es un exceso –hay crítica de primer orden escrita contra García Márquez– y ese «quizás» es tan cauto como engañoso. ¿Acaso Beckett, Borges y Nabokov no están a la altura? Los encomios caen también en el entusiasmo irreflexivo: durante la redacción de Cien años de soledad, se nos dice, «el escritor […] era un hombre poseído. Poseído por las potencias creadoras que latían en todo su ser, y posesor de la certidumbre de que el éxito de su obra estaba escrito en las estrellas, predestinado». ¿Cómo puede Martin saber tal cosa? ¿Es astrólogo? Tampoco la sociología de la literatura ayuda mucho. ¿De dónde saca que los latinoamericanos no sólo se reconocían en la obra de García Márquez, sino que eran «reconocibles en todas partes» gracias a ella? Como mucho, estereotipados en todas partes. Y si uno va a ensalzar el realismo mágico, sería justo reconocer que, tras el boom, se perpetuó más que nada en autores de best sellers como Isabel Allende, y que la mayoría de los narradores latinoamericanos de hoy no quieren ver una bacinilla de oro ni en pintura. El fenómeno no es culpa del autor de la deslumbrante Cien años, pero sí matiza la historia cultural de su recepción. Puede que estas cuestiones emerjan de las seis mil notas que Martin tiene guardadas, pero también haría falta un serio reordenamiento de materiales. Tal como nos llega ahora, esta biografía carece justamente de una cualidad esencial en la obra del biografiado: polifonía.

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