
El microscopista y el pintor
Nacieron ambos en la última semana de octubre de 1632, vivieron en la ciudad neerlandesa de Delft, realizaron grandes contribuciones a la historia del arte y de la ciencia y, sin embargo, no hay constancia de que se conocieran. Ni rastro ha quedado que garantice un diálogo, un encuentro, siquiera fugaz, entre los dos protagonistas de este libro: el pintor Johannes Vermeer y el microscopista Antoni van Leeuwenhoek. Parece improbable que no coincidieran en alguna dependencia del ayuntamiento, quizás en el local de un comerciante de telas o de algún marchante de pinturas. Es casi imposible que el poeta, humanista y diplomático Constantijn Huygens no los presentara, y muy sintomático que el microscopista fuera designado por el consistorio albacea de los bienes (y las deudas) del pintor tras su fallecimiento. Se cree que el geógrafo de Vermeer es el propio Leeuwenhoek. Observadores agudísimos, tuvieron que verse en alguna ocasión. Es difícil que sus miradas no se cruzaran. Sus ojos debieron encontrarse y reconocerse.