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Cosméticas

IMÁGENES DEL COSMOS. LAS MEJORES IMÁGENES DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA

John D. Barrow

Paidós, Barcelona

Trad. de Isabel Febrián y Cristina García Ortega

544 pp. 39 €

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El autor de este libro es un científico de primera fila. John D. Barrow es un astrofísico conocido por haber defendido una hipótesis controvertida, el principio antrópico, una teoría cosmológica que relaciona las leyes físicas con las posibilidades de vida. Es catedrático de Matemáticas y Física Teórica en la Universidad de Cambridge y obtuvo hace años la Kelvin Medal de la Royal Glasgow Philosophical Society, un cargo y un mérito –la verdad sea dicha– que no suelen regalar por esos pagos.
 

Imágenes del cosmos es un libro de alta divulgación que repasa de manera sintética, y a veces amena, lo que de manera un tanto propagandística reza el subtítulo: Las mejores imágenes de la historia de la ciencia. Estamos ante una colección desigual de entradas breves, apenas cuatro o cinco páginas, donde se pasa revista a una selección muy amplia de imágenes, diagramas, gráficos, fotografías y representaciones científicas a lo largo de la historia. La selección está claramente volcada hacia la astronomía y la física del siglo XX, donde recae el grueso del libro, de manera que aun sin conocimientos estadísticos ni cátedras ni medallas que nos avalen, podríamos aventurar este principio tan universal como mundano: lo mejor suele coincidir con nuestro ámbito de especialización.

Arranca el libro con las constelaciones del Atlas Farnesio y se cierra con una fotografía de un montón de arena que se derrama, ilustrando así lo que los físicos llaman la «criticalidad autoorganizada», es decir, el orden de caos. Y su belleza, podríamos añadir, su arreglo o adorno: todo cuanto nos indica la voz cosmos, que nos remite tanto a lo uno como a lo otro.

Barrow nos recuerda que el cielo nocturno estrellado es quizá la experiencia común más antigua, la imagen más largamente compartida por la especie humana a través del tiempo. Su libro contiene un catálogo de cosméticas cosmológicas, postales de cómo hemos representado esa bóveda celeste, lo que hay en ella, lo que ha habido o lo que ha podido haber. El lector encontrará los planisferios de Cellarius, los poliedros regulares de Kepler, los dibujos del conde Rose, los diagramas HR, las nebulosas captadas por el Hubble, los diagramas que tratan de recoger la difícil elipticidad de las galaxias o la expansión isotrópica del universo.

Barrow ha recopilado una serie de imágenes y momentos estelares de la ciencia y los ha comentado para el gran público, pero a ciertos lectores nos deja insatisfechos, pues se queda sin explorar cuestiones relevantes, asuntos que hoy día preocupan a historiadores de la ciencia y a cualquier estudioso interesado por el giro visual en las humanidades y en las ciencias sociales. O a cualquier lector interesado por la hiperinflación de la imagen en nuestro mundo digitalizado y globalizado. ¿Cómo representar el Big Bang? ¿Cómo hacer visible todo cuanto no está a la vista, lo inédito, lo lejano o incluso lo incierto, lo hipotético? ¿Cuáles han sido las funciones epistémicas, retóricas y hasta poéticas de la imágenes en la historia del conocimiento?

Para hablar de imágenes no es obligatorio haber leído a Erwin Panofsky o a William J. Thomas Mitchell (¿alguna editorial española traducirá algún día alguno de sus imprescindibles libros?). Tampoco a Georges Didi-Huberman (cuya Imagen superviviente acaba de editar entre nosotros Abada de manera impecable, por cierto). Aunque algo ayuda, la verdad. Es curiosa la asimetría competencial que se exige a las diferentes disciplinas. Hablar de relatos del pasado y de imágenes, el ejemplo que nos ocupa, son tareas a las que todo el mundo se cree convocado. Y es que, más que disciplinas, la historia y el lenguaje visual forman parte de los códigos culturales del ser humano de manera tan enraizada que parecen instalados en nuestro propio código genético: contarnos a nosotros mismos y representar las cosas que nos rodean son prácticas tan universales, tan básicas, tan vitales, que solicitar un uso restringido parecería una solemne tontería, además de una medida totalitaria de imposible cumplimiento. Nadie puede exigir un carné plastificado para hablar o escribir de estos asuntos.

Pero lo cortés no quita lo valiente. Hay mucha gente trabajando y mucha literatura sobre cualquier tema, no digamos sobre éste. Lo diré de otra manera: la colección donde se ha publicado este libro, Magnum, de Paidós, una de las mejores editoriales de ensayo en castellano, incluye entre sus títulos los Escritos judíos de Hannah Arendt, la Modernidad de Peter Gay y los Paisajes del pensamiento de Martha C. Nussbaum, tres elecciones incontestables que nos hablan del buen tino de quien los eligió. Creo, sencillamente, que para editar un texto sobre imágenes científicas que estuviera a la altura de los ejemplos citados, en lugar de éste, mejor hubiera sido cualquiera de los de Martin Kemp, por poner un ejemplo de un verdadero especialista que, además, lleva décadas divulgando las relaciones entre arte y ciencia desde Nature y otros foros.

Barrow es un gran científico y un buen divulgador, el relato entretiene, las citas que escoge para cada entrada son certeras. Uno aprende muchas cosas que no sabía, y para eso leemos, qué rayos. La invención de la fotocopiadora, por ejemplo, es un episodio inolvidable. La relación entre las columnas de gas y polvo de la nebulosa Águila retocada por el Hubble y los colosales penachos del Monument Valley en los cuadros de Thomas Moran, constituye un buen tópico. Pero un asunto como éste, por resumir e ilustrar mi argumento, pide un desarrollo más ancho, más profundo, más sofisticado. Yo, al menos, lo he echado en falta.

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Ficha técnica

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