Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Palmagallarda, todavía inacabada 

Quienes hace diez o quince años corrieron a leer cuatro libros sobre la Guerra Civil para poder improvisar el suyo, y que hace cinco temporadas se apuntaron a la «autoficción», son los mismos que ahora, de repente, han descubierto que hay que escribir novelas de doscientas ochenta páginas para explicarnos que hay que tratar bien a las mujeres, algo de lo que, al parecer, se han enterado ahora, y necesitan informarnos sobre ello de una forma muy seria, educarnos urgentemente al respecto. Conviene desconfiar de tales escritores, cuyas preocupaciones de cada época coinciden milimétricamente con los temas de moda o las tendencias editoriales, y, en consecuencia, se agradece la existencia (la supervivencia, cabría decir) de otros cuya obra se va construyendo al margen de toda conveniencia calculada o de cualquier estrategia de imagen. Tanto por temas como por perspectiva o como, sobre todo, por estilo, Ignacio Romero de Solís (Sevilla, 1937) anda bastante desubicado del presente, totalmente a lo suyo, y eso se agradece por definición. Será lo que sea, pero es incontestablemente genuino, literatura con denominación de origen.

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Juegos de palabras

En abril de 2017 pudo verse en la sede madrileña del Instituto Cervantes una exposición que proponía un Retorno a Max Aub, y que, como tal, pretendía ser un repaso no exhaustivo, pero sí completo, de la trayectoria vital y la producción literaria de este singularísimo escritor apátrida. Aquélla fue, pues, una estupenda ocasión para releerlo en profundidad y por orden, metódicamente, y es entonces cuando uno reparó en que Campo cerrado, el título que siempre había preferido entre los suyos, es un libro que no debería haber existido nunca, y no ya por el hecho evidente de que todos hubiéramos deseado que nunca sucediese lo que allí acaba contándose (esto es, las primeras consecuencias en Barcelona del estallido de la Guerra Civil de 1936), sino porque el recorrido literario de Aub hasta ese momento anulaba casi cualquier posibilidad de que acabara convirtiéndose en un cronista, por mucho que la Historia lo obligase a convertirse en un testigo.

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Mar de cristal

Si hay algo que nadie podrá escamotearle o discutirle jamás a Ray Loriga (Madrid, 1967) es su capacidad, casi temeraria, para arriesgarse, y el mérito de no acomodarse a un estilo que en sus tres primeras novelas acertó con un lenguaje, una actitud, unos temas y unos tonos que, sin renunciar en absoluto a la autoexigencia literaria, conectaron inmediatamente con la sed de cientos de lectores que, al parecer, necesitábamos exactamente eso, o atrajeron hacia los libros a otros miles de jóvenes que andaban, por definición, desorientados, hambrientos de compañía, anhelantes de nuevos símbolos, nuevas explicaciones, algún horizonte, un nuevo idioma en el que reconocerse. Lo peor de todo (1992) fue un estupendo debut, una novela brillante y eficaz que pronto se vio acompañada por la poética y acaso un poco más formularia Héroes (1993), que daba una vuelta de tuerca a la filosofía del perdedor precoz, a las expectativas imposibles de un futuro inexistente, negado, turbio. En 1995 esa estética culminó en la preciosa road novelCaídos del cielo, que todavía contiene algunos de los pasajes más conmovedores, potentes y acertados de la obra de Loriga. 

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Un lugar común llamado Goya

Quien aspire a dar cumplida cuenta de los distintos modos en que la vida y, sobre todo, la obra de Francisco de Goya ha sido recreada, homenajeada o comentada en textos literarios, ha de ser perfectamente consciente de que lo que tiene entre manos es, por definición, un work in progress, estrictamente interminable, y que lo es no tanto por la dificultad casi quimérica de desenterrar y recopilar todas las referencias del pasado como por el hecho evidente de que la potencia visual y la capacidad de impactar de determinadas imágenes del pintor aragonés van a seguir produciendo literatura, o al menos coloreándola, ilustrándola, enriqueciéndola. En ese sentido, el profesor Leonardo Romero Tobar ha publicado una monografía muy notable, tanto por lo lejos que llega al encontrar «ítems» goyescos como por la pulcritud con que los ordena y los comenta. 

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El comienzo de un final

Acaba de ser fundado, a dos horas en coche de Sevilla, un nuevo territorio literario. Bajo el sugerente topónimo de Recuerda, el veterano periodista Ignacio Romero de Solís (Sevilla, 1937) ha levantado una pequeña ciudad como decorado de un proyecto novelístico insólito en nuestros días, casi temerario. Palmagallarda, en efecto, no es una novela de nuestro tiempo, y eso es algo positivo, en el sentido de que se agradece mucho que alguien escriba liberado del calendario, desatento a las modas, rebelde ante las «obligaciones» estilísticas de hoy, pero tiene también sus inconvenientes, pues era francamente difícil estar a la altura de la ambición histórica y la melodía costumbrista que plantea la novela.

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Et in Arcadia ego

Hace algunos meses, mi hija, de dos años y medio, trajo a casa uno de los volúmenes de la minúscula pero exquisita biblioteca de su guardería, en el que los personajes de los cuentos tradicionales se mostraban cansados de los inflexibles marcos espacio-temporales que los oprimen y decidían saltar a otras historias, de modo que veíamos a Caperucita Roja en el país de Oz o a Pinocho en el de las Maravillas, jugando con los tres cerditos. Leyéndolo, era imposible no fantasear con ejemplos de la literatura para adultos, e imaginar así a don Quijote ante las puertas de Troya (como tantas veces se imaginaría él mismo), a Emma Bovary caminando junto a Ovidio por el infierno, a Huckleberry Finn en Macondo o a Sherlock Holmes despertando un día convertido en un gigantesco insecto.

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El invierno en Nueva York

«No hay ningún sitio donde llorar en esta ciudad», afirma esa habitante de Brooklyn que ejerce de narradora en la curiosa y brillante novela Departamento de especulaciones (p. 100), de Jenny Offill, y eso es algo con lo que Elvira Lindo estaría de acuerdo, pues en este cuaderno de notas titulado Noches sin dormir dedica muchas entradas a retratar la proverbial dureza de Nueva York, su escasa hospitalidad, la distancia exagerada (¿e inconsciente?) de sus habitantes, tan extremas como la desesperación de algunas de las formas de vida que alberga y tan acentuada como la belleza sublime y extraña de aquel lugar, en el que la autora, por ejemplo, llega a sentir el alivio «de no tener niños pequeños en esta ciudad» (p. 168).

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Las ramas de la violencia

Ha hecho muy bien Rafael Narbona en poner como epílogo a El sueño de Ares algo que un narrador menos hábil, más impaciente o inseguro, habría puesto sin duda como introducción. Pero esas breves «Notas de un forense hacia 1902», al comenzar el siglo más destructivo y homicida de la Historia, funcionan mucho mejor como conclusión que como manual de instrucciones para leer los otros quince cuentos de este libro sereno pero estremecedor. 

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Matar un poco para poder vivir

Con su buen corazón y su mal carácter, la niña Scout Finch, convertida en una joven de veintiséis años, vuelve a la vida literaria más de medio siglo después de aquella magnífica novela de 1960 gracias a la cual todos sabemos qué significa mockingbird, y que, así, es desde hace algunas semanas la mejor mitad de un extraordinario díptico narrativo que a su vez es, afortunadamente, más sencillo y mucho menos enrevesado que la cronología de su redacción o, sobre todo, que las peculiaridades de su publicación.

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Siempre se puede hacer algo

Sucede continuamente: se pregona la crisis o incluso la muerte de la novela mientras no dejan de irrumpir desde el pasado poderosas obras narrativas que, sean descubrimientos sorprendentes o clásicos bien conocidos, robustecen la fe en el género entre los agradecidos lectores que las saben identificar y disfrutar, los cuales también son miles, aunque menos ruidosos y exhibicionistas que los de otros tipos de títulos. Ahora el realismo lleva algunas décadas agrietado o agredido, y entonces aparece entre nosotros la primera edición española de una novela escrita por un ilustre español hace sesenta años, y que contribuye a demostrar hasta dónde puede llegar una ficción que quiera explicar unos acontecimientos, dibujar un paisaje, recrear un espacio y un momento que

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El asunto de Benavente

Me gusta tanto el teatro que casi nunca voy a verlo, pero siempre quedará, afortunadamente, la posibilidad de leerlo e imaginarlo sobre un escenario interior, y leyendo ahora algunas piezas de Jacinto Benavente (las dieciocho, escritas entre 1892 y 1903, que constituyen la primera entrega de una selección de sus Comedias y dramas) he disfrutado y aprendido mucho más de lo que mis prejuicios temían. «El autor dramático ha de interesar y conmover, o, por lo menos, entretener al público; de esto no puede prescindir con ningún pretexto», dice un personaje de Modernismo, y lo cierto es que su creador lo consigue con frecuencia. Aunque entretiene mucho más de lo que interesa, también hace hablar a sus criaturas sobre aspectos

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